sábado 27 de abril de 2024
24.8 C
Salta

Hay que volver a 1924 | La Palúdica: la ciencia derrotada por ajustes, el negocio turístico y la gauchocracia salteña

El gobernador Adolfo Güemes dio forma al proyecto que fue clave para la salud pública salteña. En el 2016 Gustavo Sáenz logró que nación le transfiriera el edificio derruido para montar un Museo del Folclore que aún no existe. (Daniel Avalos)

Un rodeo se impone. Servirá para resaltar que todos los esfuerzos que realiza la nación para combatir la propagación del coronavirus tienen un objetivo estratégico: amesetar la curva de contagios para evitar el colapso del sistema sanitario y así poder garantizar la atención de los pacientes infectados, algo que no pudieron hacer países con sistemas más robustecidos que el nuestro. La estrategia es correcta y esperamos que pueda confirmarse con resultados, aunque las preocupaciones cotidianas y las urgencias que impone la coyuntura no siempre dejan ver el derrotero de una salud pública abofeteada por presupuestos insuficientes, falta de planes a largo plazo y la destrucción de organismos que analizan científicamente las formas de combatir enfermedades.

Hecho el rodeo, resaltemos ahora que hubo tiempos en donde aquellos que se proponían conducir los destinos de un país o una provincia podían hacerlo bien o mal, protagonizar cambios de marcha, frenos o aceleramientos, pero siempre con un horizonte claro: el Estado debía robustecer continuamente la salud pública, y la condición de posibilidad para lograrlo dependía de una ciencia que subordinara al objetivo las supersticiones, las creencias religiosas y los privilegios que atentan contra lo moderno.

Salta y sus gobernantes no escaparon a ese ideal. No hay un ejemplo sino varios, aunque acá nos detendremos a pincelar uno que se consolidó hace casi un siglo. Lo protagonizaron los hermanos Luis y Adolfo Güemes quienes, además de compartir el apellido ilustre por haber sido nietos del héroe gaucho, se entregaron con pasión a la ciencia médica, que a fines del siglo XIX y principios del XX prometía, de manera veraz y práctica, mejorar las condiciones de vida de los salteños.

Los secretos de esa disciplina estuvieron lejos de convertir a los Güemes en eruditos incapaces de revertir sobre los demás los conocimientos adquiridos; y la militancia política ayudó en ello. No solo porque convirtió a Luis en senador nacional y a Adolfo en gobernador de la provincia, sino fundamentalmente porque se rebelaron contra el estado de cosas que vivieron y se dispusieron a transitar el camino que los depositara en el futuro que aspiraban. Una de los males contra el que pelearon fue el paludismo que azotaba a Salta en aquellos años. Epidemias transmitidas por mosquitos que tenían como aliada a una ciudad surcada por ríos y canales mal tratados, lo que hizo de la población sin acceso a servicios elementales víctimas predilectas de ese mal que, antes de apagar las vidas, sometía a las personas a los delirios de la fiebre y a dolores que desgarraban los cuerpos.

En ese escenario, Luis se recibió de médico en la UBA en 1873, obtuvo un doctorado en 1879 y partió a París, donde recibió otro de la universidad de La Sorbona en 1887. Dos años después regresó al país para ejercer la profesión, ocupar la cátedra de Clínica Médica, ser designado miembro de número en la Academia Nacional de Medicina, acceder a una banca en el senado nacional en 1907 y finalmente desempeñarse como decano de la Facultad de Medicina de la propia UBA.

Dr. Luis Güemes.

Adolfo era varios años menor que Luis, pero también estudió en el Colegio Nacional de Salta hasta partir a la UBA donde se recibió de médico en 1898 con la tesis “Contribución al estudio de la policerosis tuberculosa”. Partió luego a París para doctorarse y retornó a la Argentina para incorporarse al Hospital Rivadavia. Militante de la UCR, celebró el triunfo de Hipólito Irigoyen en 1916 y sus vínculos con éste ayudaron a concretar el trazado de las vías férreas del Huaytiquina hasta que, en 1922, fue elegido gobernador de Salta por ese partido, dando un fuerte impulso a la educación y la salud pública. Para lo primero donó las muchas hectáreas en donde hoy funciona la Escuela Agrícola en la zona de la Rotonda de Limache. Para lo segundo, contó con su hermano Luis, que donó a la nación la hectárea donde hoy se levanta el viejo edificio de la “Palúdica”.

Para encontrar los documentos que certifican la transferencia no hace falta protagonizar ninguna aventura investigativa. Alcanza con googlear los nombres para acceder a la escritura pública 216 de la República Argentina donde se dejó constancia de que, el 24 de diciembre de 1923, Luis se presentó en el despacho del entonces presidente Marcelo Alvear (UCR) y ante dos testigos informó que, enterado del proyecto de establecer y construir una estación sanitaria en la ciudad de Salta, había dirigido el 12 de noviembre de ese año una nota al Departamento Nacional de Higiene donde formalizaba su voluntad de “donar para dicha obra la manzana” que, en ese entonces, se encontraba a la orilla de la ciudad, lindando con los precarios barrios Chino y Nueva Pompeya.

Adolfo gobernaba la provincia desde mayo de 1923 y lo haría hasta mayo de 1925, legando a la provincia el predio y el proyecto que dependía del departamento Nacional de Higiene. Antes de que Hipólito Irigoyen fuera derrocado por el Golpe encabezado por el salteño de triste memoria, Félix Uriburu – que también encarceló a Adolfo Güemes – se inauguró allí la estación sanitaria que cobijaba los departamentos de Higiene, Profilaxis y Paludismo; contaba con áreas de internación y consultorios externos; centros de vacunación contra enfermedades tropicales; e incluso un crematorio para personas fallecidas por enfermedades infecciosas que carecían de familias: una herejía aun para hoy, si reparamos que el 1º de noviembre del año 2016 el Vaticano prohibió esparcir, guardar o dispersar las cenizas por considerarlas prácticas panteístas, naturalistas o nihilistas.

En 1945 la Palúdica volvió a destacarse al combatir una epidemia de paludismo y dispuso la utilización del insecticida DDT para pintar paredes y fumigar casas, algo que, según los historiadores de la salud pública, redujo la cantidad de afectados de 300.000 a poco menos de 1.000 en solo un año. Diez años después (1955) fue la propia Organización Mundial de la Salud quien lanzó una campaña mundial basada en el uso de ese producto que en la década del 70 empezó a ser cuestionado por ambientalistas.

El pasado ya está aquí

Otro rodeo se impone. Servirá para aclarar que aquellos que luchaban contra el paludismo en los años 40 del siglo XX estaban poco preocupados por las cuestiones ambientales, aunque hay que tener sentido histórico. Ese que aconseja criticar ciertas conductas una vez que intentamos ponernos en el lugar donde se produjeron las mismas, recoger todo lo que se conocía entonces y sobre todo aquello que se desconocía para recién emitir un juicio de valor. Y lo que se desconocía en los 40 y 50 de ese siglo eran justamente los fundamentos de las problemáticas ambientales tal como la conocemos ahora.

Pero volvamos a la referencia de 1955: año de un Golpe de Estado que con fuerte sostén clerical y alto componente empresarial estableció relaciones con el Fondo Monetario Internacional, que empezó a recetar medidas que favorecían la transferencia de recursos a los sectores más concentrados y que siempre se implementó a través de ajustes a los gastos del Estado, aspectos que no desconocen hoy ni los que se oponen a ello en nombre de lo público ni los que promueven esa política en nombre de la necesidad de terminar con un Estado caro e ineficaz.

En Salta el proceso no fue distinto, aunque debemos sumárseles algunas particularidades: la preminencia del negociado turístico desde 1995; el resguardo de la tradición como esencialismo gauchesco que es bien recibido por nuevos ricos a los que Salta y sus costumbres les importa un bledo, aunque sí la preservan si sirve para venderla como producto al visitante; y una religiosidad arcaica que ve en la ciencia una ofensa a dios.

Otra vez la “Palúdica” sirve como ejemplo: el edificio fue transferido a la provincia en el 2016 para montar un “Museo del Folclore”. La iniciativa fue impulsada por el ahora gobernador, Gustavo Sáenz, pero recibió el apoyo entusiasta de Juan Carlos Romero y Juan Manuel Urtubey. El primero retomaba así la iniciativa que trató de llevar adelante en 1999, cuando el entonces presidente Menem quiso trasferir el predio a la provincia para que Romero montara un centro turístico con museo incluido; el segundo aprobaba el proyecto confesando que en 1998 (cuando era diputado nacional) desplegó enormes energías para gestionar el traspaso finalmente frustrado. Gustavo Sáenz, por su parte, se proclamó en el 2016 dueño de la iniciativa que ya no cobijaría a las momias de Llullaico como pretendía Romero sino atuendos gauchescos e instrumentos musicales. La trama contó con un personaje foráneo: la diputada del entonces Frente Renovador, Graciela Camaño, quien fue la que presentó el proyecto aprobado en la Cámara de Diputados.

No son pocos quienes aseguran que el objetivo último de la iniciativa era el negociado inmobiliario. La versión era incomprobable, pero resultaba verosímil para un predio que en 1924 se encontraba a la orilla de la ciudad, mientras hoy forma parte de una de las zonas más exclusivas y posee una extensión que desliza a algunos a cotizarla en 50 millones de dólares. Lo indudable, en cambio, es que la apuesta por un museo explicita una rara valoración de las prioridades que anida en los protagonistas de la política local en tanto resulta evidente que un legado científico aplicado a la salud pública, pierde terreno ante los arrebatos telúricos de la salteñidad a costa de todo.

Edificio de la ex Palúdica.

El más entusiasta soldado de la tradición en ese momento – ya lo dijimos – fue el actual gobernador quien tratando de ganar posiciones alertaba, en noviembre de 2016, que el edificio contenía en su interior cargamentos de DDT. El movimiento tuvo su impacto. Y es que, en un periodo en donde los compuestos orgánicos que se usaron para erradicar vectores son señalados como tóxicos para el hombre y el medio ambiente, la declaración se pareció mucho a eso que en un conflicto bélico se identifica como guerra psicológica y tiene por objetivo restar base de adhesión civil a quienes se oponía a dejar sin edificio a la Palúdica.

Lo que Sáenz omitía son cuestiones que tratamos más arriba: el rol que tuvo ese producto en la segunda mitad del siglo XX y la necesidad de tener sentido histórico para evaluar su utilización en aquel momento, algo que empezó a ser cuestionado por ambientalistas recién en los años setenta de ese siglo. Lo criticable era otra cosa: que desde 1973, cuando sí se empezaron a discutir los potenciales peligros del DDT, ningún gobierno haya ordenado retirar esos productos de ese edificio ocupado diariamente por trabajadores. Sin olvidar que entre el 73 y el año 2016 habían transcurrido 44 años, 21 de los cuales encontraron a los tres promotores del museo del folclore ocupando cargos importantes en la provincia: Romero gobernando entre 1995 y el 2007 y Urtubey desde ese año hasta el 2019, aunque fue en el mismo año 95 cuando éste último y el propio Sáenz iniciaron sus carreras: el primero como secretario de Prensa del Grand Bourg y el segundo como presidente del Concejo Deliberante capitalino.

La última novedad que se tuvo del tan mentado “Museo del Folclore” la realizó el propio Gustavo Sáenz cuando lamentó que esa fuera una de las pocas promesas que no pudo cumplir como intendente. No mentía: los trabajadores de la Dirección Nacional de Vectores aseguran que nunca vieron el proyecto del Museo y que nada saben de los 1.000 millones que Macri aportaría a Sáenz para honrar a gauchos y poetas. Lo que sí saben son otras cosas: perdieron espacio en el edificio para realizar tareas claves en la lucha contra el dengue y que el legado moderno de los hermanos Güemes – nacido de las posibilidades que da la ciencia para luchar contra las enfermedades – sucumbe ante las políticas neoliberales y una tradición fosilizada reivindicada por gobernadores, empresarios turísticos y patricios salteños que hacen del atuendo gauchesco un signo de distinción. Los mismos que ahora demandan que el Estado les resuelva el problema sanitario que padecemos por el coronavirus y los descalabros económicos que ellos trae aparejado.

Archivos

Otras noticias