La toma de distancia con Macri, el anuncio de unificar las elecciones 2019, la presencia de un consultor español y los rumores sobre el armado de un equipo de campaña, confirman que Urtubey ya se definió. (Daniel Avalos)
Lo confirma el discurso del domingo pasado en la legislatura mediante el cual buscó distanciarse del gobierno nacional; el anuncio de unificación de las elecciones nacionales y provinciales de 2019; y los trascendidos que dan cuenta del armado de un equipo de campaña que debe trabajar por esa candidatura. Lo último posee un alto valor analítico: hace años que las pretensiones nacionales del Gobernador son públicas, pero nunca contó con un plafón organizativo nacional que la impulsara como ocurrió con todos los que buscaron la presidencia entre 1989 y hoy: los Doce Apóstoles de Menem, el grupo Fénix que se puso al servicio de Fernando de la Rúa, el grupo Calafate de Néstor Kirchner o las huestes de Jaime Durand Barba en el caso de Mauricio Macri. Grupos que nuclearon a técnicos y políticos que en lo central aportan al candidato una visión del país, de sus problemas y las soluciones; impulsar armados políticos, e identificar las posibilidades electorales necesarias para candidaturas de este tipo.
Las circunstancias que deslizaron al mandatario salteño a definirse son múltiples, aunque los vínculos establecidos con el consultor español Antonio Solá deben haber jugado un rol importante en estos meses. Se trata del hombre en cuyo currículum se destaca haber sido parte de las estrategias electorales de los presidentes españoles José María Aznar y Mariano Rajoy, de los mexicanos Vicente Fox y Felipe Calderón, del colombiano Juan Manuel Santos, cuando fue reelegido en el año 2014, y que en Argentina coqueteó con Sergio Massa entre el 2014 y 2015, cuando el tigrense buscó sin éxito la presidencia de la república.
Antonio Solá suele alternar su vida entre Miami y Guayaquil, aunque en los últimos meses aterrizo más de una vez en Salta para analizar toda la información disponible con el objetivo de evaluar si la campaña “Urtubey presidente” era factible o una empresa temeraria que como todas las de ese tipo es simple audacia sin propósito racional. Lo que concluyó es lo que hoy se difunde en los medios nacionales: que el peronismo amigable del que forma parte Urtubey tiene chances de pelear la presidencia si logra forzar un ballotage con Macri; que ese escenario es factible y que Urtubey tiene chances de ser el candidato que llegue a esa instancia.
El contexto
El razonamiento es rechazado por quienes se preguntan cómo un gobernador políticamente hábil pero de opaca gestión puede tener semejante chance. Los operadores, que suelen prescindir de las abstracciones bien pensantes, enfatizaron a quien escribe que muy difícilmente un argentino medio busque conocer el ADN de la gestión “U”. “Lo que la política nacional indica es que los votantes que suelen definir elecciones tienen poco interés por las minucias de la política y prefieren quedarse en el trazo grueso de la misma, que en el caso salteño es el siguiente: Urtubey fue elegido tres veces gobernador y en las dos últimas elecciones por amplia mayoría”.
No faltan quienes aseguran que muchos salteños disconformes con Urtubey podrán ser presas de un súbito entusiasmo “U” si el mandatario instala la idea de una candidatura potente por una razón simple y poderosa: hay una suma de valores, costumbres, creencias, ritos y aficiones que en Salta, como en otras provincias, genera un provincialismo dispuesto a perdonar falencias a cambio de que el coterráneo satisfaga el deseo comarcano de incidir al menos una vez en el todo nacional. Hay quienes aseguran, incluso, que una candidatura de ese tipo evitará las disgregaciones al interior del aparato político “U” que, entre decepcionado y desorientado, evalúa reposicionarse en otros espacios ante el fin de ciclo provincial del propio Gobernador.
Particularidades locales que se insertan en un todo nacional y que favorecen al salteño sin que este haya hecho nada para lograrlo: gobernadores peronistas elegidos en el 2017 que prefieren asegurar en dos años sus respectivas reelecciones provinciales antes que jugar al todo o nada en la nación; exgobernadores, como el cordobés José de la Sota, que quieren ser parte de la partida aunque la edad y su estilo lo convierten en un rival que a Urtubey le sienta bien por su pose de dirigente “renovador”. Todo ello en un escenario nacional donde los dirigentes más encumbrados están lejos de despertar pasiones colectivas mayoritarias y menos aún de personalizar un fin político homogéneo entre sus votantes.
El macrismo y el kirchnerismo lo confirman. Para el primer caso, hasta los columnistas estrella de medios cercanos a la Casa Rosada admiten que los últimos resultados electorales y las encuestas muestran que Macri puede concitar la adhesión de un porcentaje que ronda entre el 40% y el 42% del electorado, aunque varios de esos puntos solo lo harían para evitar un retorno de un kirchnerismo que, por su parte, está atravesado por el famoso piso alto (entre el 25% y un 30%) de Cristina Kirchner y el no menos famoso techo bajo (65% de desaprobación) que bajaría más si el candidato K fuera alguien distinto a la expresidenta.
Esa combinación de variables desliza a muchos a concluir que aun cuando Urtubey no sea el peronista inflamado tipo Alberto Rodríguez Saa, ni el showman que alguna vez fue Carlos Menem, o incluso el cacique territorial que alguna vez fuera Eduardo Duhalde en el crucial distrito bonaerense; sí posee las chances de ser un candidato expectable por el peronismo. Si la apuesta es ir a una interna con los K para definir el candidato o ir por fuera del PJ, es algo que desconocemos. Lo que sí sabemos es que la historia de ese partido muestra que en los periodos donde conviven conflictivamente liderazgos que solo manejan una parte del todo, aquel que se imponga en una contienda electoral finamente será capaz de devolver al justicialismo el monoteísmo del que hoy carece.
Calle y palacio
Urtubey tiene con qué empezar: calle y palacio. Lo primero hace referencia al nivel de conocimiento que posee y que es producto de un trabajo comunicacional que empezó en el 2015, colonizando dos franjas horarias televisivas: la que va desde las 21 a las 24 horas con docenas de programas políticos en donde logró que una larga lista de periodistas lo conviertan en objeto de editoriales, columnas y análisis políticos televisivos, radiales o gráficos que antes celebraban su furioso antikirchnerismo y ahora destacan su distanciamiento de la Casa Rosada. Franja horaria importante pero que es numéricamente inferior a la de aquellos argentinos que desean saber cómo se reponen del estrés las celebridades que confirman que sus cuerpos están cada vez más flácidos. Programas estos que, invariablemente, van de 14 a 17 horas, y a los que el salteño ingresó gracias al invalorable apoyo de su esposa, la actriz Isabel Macedo, quien visita varios estudios de ese tipo para hablar de cómo ella y él son una pareja hecha el uno para el otro.
Sus buenas migas con el palacio tampoco es poca cosa. Hablamos aquí de su pertenencia al denominado “círculo rojo”, concepto que hace referencia al selecto grupo de empresarios, sindicalistas poderosos, expresidentes, gobernadores, ministros y celebridades que, según los casos, se atacan o se alaban, aunque todos compartan sin fisuras al menos tres cosas: manejar información que los diferencia del resto de los mortales, creer que esa condición los convierte en seres que saben qué es lo que le conviene al país y, fundamentalmente, creer que son los poseedores de la fuerza suficiente para darle a este país direccionalidad política y económica.
Urtubey y los suyos, en definitiva, están convencidos de que el primero tiene dotes personales para encarar la empresa, que la demanda social de renovación y mesura política lo ponen en condiciones expectantes para ganar elecciones, y que un equipo de campaña decididamente concentrado en ello resulta indispensable.
Las tareas
De allí que los trascendidos que dan cuenta de la conformación de ese equipo cobren fuerza. Seguramente, en el español Antonio Solá recaerá la coordinación del mismo, la planificación de las etapas del trabajo y el diseño de los movimientos que si se ejecuta con éxito y de manera combinada deben garantizar el objetivo estratégico. Para saber cuáles serán las tareas específicas de tal equipo, no hay que preocuparse por saber el detalle exacto del plan. Hay que saber cuáles son las preguntas que se hacen los estrategas de campaña de ese nivel: ¿podrán darle anclaje territorial a la candidatura nacional?; ¿podrán internalizar en la gente la imagen del Urtubey que ellos creen conocer y creen conveniente que la población conozca?; ¿contarán con el dinero suficiente para hacerlo?
Para lo último siempre se requiere de personas que combinen aceitados contactos con el círculo rojo, elocuencia para explicar a los “escuchas” las conveniencias del proyecto y falta de timidez para el mangazo liso y llano. La cuestión territorial, a pesar de lo que digan los “cultores” de la “nueva política”, no puede prescindir del apoyo de las organizaciones políticas y sindicales tradicionales. Algunas podrán mostrarse con mayor o menor entusiasmo, algunas otras invisibilizarse, pero los cierto es que el ala política de ese equipo deberá garantizar tareas públicas como abrir sedes que impulsen la candidatura y otras de tipo más bien privadas, como cientos de asados regados con buen vino que permitan montar una intrincada red de gobernadores, senadores, diputados e intendentes que, valiéndose de otros cientos de intermediarios que van desde los referentes barriales hasta los punteros políticos, puedan otorgarle en su momento calor popular a la candidatura.
El aspecto comunicacional es la otra dimensión crucial para Urtubey y su entorno más íntimo. Esos que suelen amar el diseño de consignas y anuncios publicitarios que deben materializar en el candidato la posibilidad de llenar el vacío que los argentinos desencantados de todo tipo consideran imposible de satisfacer con los potenciales adversarios de Urtubey. Para ello usarán las redes sociales que es el canal por donde se comunica la mayoría de las personas que a pesar de detestar la política, son los que definen elecciones. No obstante ello, un repaso mediático por las preferencias del consultor Antonio Sola indican que el español es de los que todavía prefieren la televisión. Tiene sentido. Hablamos del medio que indudablemente sigue monopolizando el uso de la palabra pública, sigue poseyendo una impresionante capacidad de formatear ideas, emociones y memorias de la sociedad a la que se dirige y genera impactos en escala industrial por ser barata para el público, antielitista y hasta igualadora.