Simplemente arrasó. Cosechó casi 106 mil votos que representaron el 37,46 por ciento del padrón capitalino. Muy por encima de la intendenta en ejercicio, que concitó el apoyo del 20 por ciento. (Daniel Avalos)
El nuevo intendente de Salta, que asumirá en diciembre, se llama Emiliano Durand. Alguien que emergió como un astro con luz propia en el año 2021, cuando ganó cómodamente la elección en una categoría que en Salta es a todo o nada: la senaduría. Muchos lo tildan de outsider, pero la definición debe relativizarse. Nunca receló de la política ni buscó instalarse vociferando violentas letanías contra los políticos, aun cuando pudieran criticar con énfasis modelos, estilos de gestión o las impericias de los mismos. Es más: si uno repasa con atención el armado político que montó para estas elecciones descubre que partidos y figuras que hicieron de la militancia un estilo de vida poseen un lugar preponderante.
Tiene sentido. Durand proviene de una familia politizada. Su tío abuelo paterno, Ricardo Durand, accedió a la gobernación en las elecciones de 1952 hasta que lo desplazó el Golpe del 55. Su abuela materna, Lucrecia Barquet, fue una militante de izquierda que se exilió en Suecia tras el Golpe de 1976 para luego retornar y convertirse en la principal referente salteña de la Comisión Nacional de Familiares de Detenidos y Desaparecidos. Su madre, Lucrecia Lambrisca, llegó a ser concejala capitalina. El propio Emiliano fue asesor de legisladores y tuvo una breve incursión municipal en 2014. Lo dicho no quita que su verdadero capital fue el mediático. Es el fundador de Qué Pasa Salta y su posterior desembarco en la televisión le dio, además, una visibilidad que más de un candidato envidió.
Durand trabajó su figura durante años para alcanzar este momento. Lo hizo poniendo sobre la mesa a un sujeto social al que ahora todos buscan interpelar: los emprendedores, cuya importancia puede medirse por ser hoy en día más numerosos que los empleados en relación de dependencia tanto públicos como privados.
Así llegó a estas elecciones en una categoría en donde el proselitismo fue muy intenso. Sobre todo en el universo de las redes sociales, donde la cultura del anonimato devino en entorno propicio para socializar los pensamientos más oscuros y hasta el cíberacoso. En el último mes pasó de todo. Todos hablaron de la “campaña sucia”, pero ese concepto no explica todos los pliegos del revulsivo proselitismo que el ahora candidato electo debió soportar. Porque es cierto que las “campañas sucias” son una degeneración de la política que tiene por objetivo central horadar la base de adhesión civil del adversario. Maniobras tramposas que, sin embargo, no privaban al mañoso de una certeza: debería disputar el partido con el adversario y por lo tanto hasta el tramposo contemplaba la posibilidad de perder la contienda.
En el caso de Emiliano Durand hubo momentos en donde debió soportar -días antes de la oficialización de su candidatura– maniobras que lejos de querer embarrarle la cancha buscaban excluirlo de la competencia con pintadas y montajes fotográficos de una violencia enorme contra la persona. Algo que podemos definir –sin temor a estar exagerando– como terrorismo electoral. Una forma de violencia orientada a paralizar por el “terror” a la víctima o deslizarlo a una situación de derrumbe psicológico con el objeto de que el asediado quiera dejarlo todo. Método malsano que puede partir de grupos marginales que son incapaz de organizarse, o de grupos de poder que sin ideas para seducir a la población concluyen que debe imponer por la fuerza quien puede participar de una contienda y quién no.
A menos de un mes de esos episodios, Emiliano Durand se anotó un triunfo contundente: 106.225 sufragios contra los 57.731 que cosechó la intendenta en ejercicio. Hay que reconocerle sus competencias de estratega. Emiliano Durand es de aquellas personas que al fijarse un objetivo diseña con meticulosidad los cuatro o cinco movimientos tácticos que deben combinarse con éxito para garantizar el triunfo. Cuando ello se combina con la obsesión por el trabajo que lo caracteriza, las posibilidades de triunfo son altas. Convirtió a las redes sociales en fenomenal herramienta de campaña; hizo un gran despliegue territorial; se enfocó en un proselitismo cuyo rasgo central fue gestionar soluciones concretas a dramas individuales; trabajó para empatizar con el público al que interpelaba. No se trató de un golpe de suerte. Se trató de un plan que requería objetivos, método, paciencia y fuerzas intransferibles a terceros. Emiliano Durand, en definitiva, es de esos tipos para quienes el éxito es el resultado de un largo cansancio.