miércoles 9 de octubre de 2024
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Día Mundial del Libro | Literatura, tradición y tradicionalistas en Salta

La celebración tiene un motivo preciso: el azar quiso que el 23 de abril de un mismo año, 1616, dejaran el mundo el Inca Garcilaso de la Vega, el español Miguel de Cervantes y el inglés William Shakespeare.

El primero era hijo de un español y una noble quechua y nos legó una imagen idealizada del mundo incaico que vino a contradecir la leyenda negra que el español produjo del indio americano para legitimar la conquista. Cervantes construyó El Quijote, una apología genial del aventurero utópico al que siempre podremos recurrir para resistir al “sentido común” que los señores correctos pretenden internalizar en las sociedades. El inglés, por último, materializa el esfuerzo de la humanidad por entenderse a sí misma en sus aspectos más conflictivos y trágicos.

Compartieron un talento excepcional y representan también un interés común al de millones de personas que recurren a la palabra escrita para compartir ideas y sensaciones con seres que pueden estar lejos en el espacio o en el tiempo. Es cierto que no todos los que escriben tienen esa ambición, pero la historia se ha encargado de reconocer a los que hacen de la escritura una pasión a la que se subordinan otras emociones. El joven Marcos Aguinis puso palabras a esa pasión en su nóvela “La Gesta del Marrano”. Allí el personaje Francisco Maldonado da Silva aconsejaba a su hijo alegrarse cuando lograra concentrarse en la página de un libro: había hecho contacto con alguien que deseaba transmitirle algo muy importante.

Habrá que admitir que el término “concentración” adquiere importancia en estos tiempos donde los modernos medios de comunicación fragmentan las ideas y parecen no estar preocupados por exigirnos reflexión o esfuerzo, aunque sí se empecinan en convertir a la inteligencia humana en una inteligencia idiota que saturada de datos no sabe muy bien qué hacer con ellos. Pero demonizar esos medios es un error. También lo es aproximarnos al libro de manera romántica y sin mediar reflexión. Después de todo y a pesar de su importancia intrínseca, el libro es producto de un autor que intenta demostrar aquello en lo que cree para que creamos en aquello que pretende demostrar: en el plano de las ideas o de las emociones; con talento o sin él, con honestidad o sin ella.

El ejercicio representa intereses que los que administran las relaciones sociales conocen bien. Por ello mismo los poderes establecidos nunca han dejado esta dimensión del pensamiento libre de regulación. Es más, hasta la ausencia misma de políticas en este sentido puede interpretarse como políticas precisas si la ignorancia colectiva reditúa tranquilidad a los órdenes sociales. La inexistencia de libros en miles de casas salteñas puede leerse a la luz de esa premisa aunque no es la única. También deberíamos pensar en el “ingreso” familiar mensual que por su escaso volumen se destina en gran parte a la supervivencia restándole espacio a “objetos suntuosos” como los libros. Puede que ello explique que ciudades como Orán sorprendan por la falta de lugares que ofrezcan exclusivamente libros. Puede que también explique que la capital provincial, con más de medio millón de habitantes cuente con sólo cuatro librerías laicas que son superadas en número por aquellas que comercializan libros religiosos a tono con prédicas de la resignación.

Pero la provincia no ha carecido de escritores y políticas oficiales de publicación siempre tuvieron el mismo perfil. Difícil para quien no es un especialista analizar con precisión a la misma. Pero difícil, también, no encontrar señas de identidad comunes de esa literatura que ha recibido la atención de todos los gobiernos. Algunos la llaman regionalista y otros localistas, pero siempre se caracterizó por el esfuerzo de identificar y resaltar la singularidad de la comarca y excluir las conexiones de la misma con el todo. A veces es una caricatura provinciana en donde el paisaje y los animales poseen más importancia que las personas; en donde el protagonista es un toro muerto y sus supuestas sensaciones, pero no las problemáticas del innombrado trabajador que ha realizado la tarea de tumbar a la bestia. Hombres que se sugieren primitivos y en el que no anidan ilusiones y rebeldías ante una realidad agobiante que lo consume. En definitiva, una subordinación a la realidad convertida en símbolo de la salteñidad que en líneas generales el escritor nunca ha vivido. Juan Carlos Dávalos lo graficó bien cuando confesó a Juan José de Souza y Reilly lo siguiente: “pero como yo disponía de harto dinero, en vez de estudiar me dediqué a la vagancia y a la lectura. Después de tres años de hacer de estudiante me vine a Salta, donde me compré un aserradero y serruché $80.000 arruinando, o poco menos, a mi familia que pagaron mis deudas y no me dejaron quebrar”. (www.clubdelprogreso.org)

Dávalos, en Salta y fuera de ella, es un exponente de esa literatura que muchos, con menos talento, continuaron. Trabajos que todavía monopolizan las bibliotecas provinciales. Literatura devenida en oficial y que los que saben la han calificado como “casticista tradicional”. Hacen referencia a la actitud de hablar o de escribir evitando lo no local para usar sólo voces de la propia lengua: lo puro, lo típico, lo sin extrañeses que degeneren el buen origen. El resultado fue la vanagloria de una tradición naturalizada convertida en fórmula estática que resiste al cambio y aborta la creación.

La clasificación tiene sentido. Después de todo el término casticismo proviene de casta que la hispanidad medieval y colonial usó para distinguir el prestigio de las personas según su lugar de nacimiento. Estratificación social que impedía cualquier tipo de movilidad social en nombre de la pureza. Una literatura en definitiva que elimina o subordina otras, como las castas gobernantes eliminan o subordinan a los sectores no puros que amenazan la tradición, la idiosincrasia, la salteñidad. Tradición reducida a exclusivos y anacrónicos clubes en donde pintorescos personajes juegan a ser el gaucho que hubieran aborrecido hace un siglo. Anacrónicas porque otras salteñidades recrean pautas en nuevos contextos problematizando la salteñidad oficial. Salteñidades con los pies en Salta y la cabeza mirando a hacia otros lados para barajar y dar de nuevo porque como dijo alguna vez el genial Albert Camus: “La tradición es algo muy importante como para dejarla en manos de los tradicionalistas”.

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