En 2018 hubo seis casos de jóvenes que se prendieron fuego como producto de su consumo de alcohol y nafta. Seis de cada diez adolescentes se encuentran hundidos en la adicción a esas «drogas», según caciques de Morillo.
Un largo informe rubricado por el periodista Joaquín Cavanna, fue publicado hoy por el portal nacional Infobae. La crónica comienza con lo ocurrido el 5 de octubre pasado cuando José Campos (19 años), en su humilde casa de la comunidad wichí, en Morillo, ante la presencia de su padre y uno de sus hermanos se roció con alcohol etílico y se prendió fuego para morir cinco días después en el hospital San Bernardo, de Salta capital.
Para intentar escapar de los demonios que aparecían en su cabeza después de la muerte de su madre y otras terribles desgracias familiares, José inhalaba nafta y bebía alcohol puro. “Su padre, Pablo Campos, sufrió así la muerte de tres de sus cinco hijos antes de que éstos llegaran a los 25 años. La mayor de los hermanos perdió la vida a los 14, producto de complicaciones durante un parto. El segundo hijo fallecido también había sido víctima de la adicción al consumo del alcohol etílico y también se había suicidado”, remarcó el artículo de Cavanna quien precisa lo siguiente: “La tragedia de la familia Campos reflejó un drama que atraviesa a la juventud de las 26 comunidades wichí en la provincia de Salta y que hasta el inicio de este año se había mantenido invisibilizada”.
Desde marzo se contabilizaron seis casos de jóvenes que sufrieron accidentes o murieron por el consumo de nafta y de alcohol puro. Algunos episodios condujeron a desenlaces fatídicos, otros finalizaron con discapacidades y quemaduras muy graves entre unas 26 comunidades wichí integradas por unas 9.600 familias. De acuerdo con relevamientos realizados por los caciques, al menos seis de cada diez jóvenes wichí de entre 10 y 19 años están actualmente perdidos en el consumo del alcohol etílico o la nafta.
«Estamos desesperados. Estamos viendo cómo se destruyen las vidas de nuestros jóvenes y ya no sabemos qué hacer para frenar esto. Necesitamos que el Estado nos ayude a poder frenar la venta de estos productos a nuestros menores de edad», le explicó a Infobae Reinaldo «Oso» Ferreyra, presidente de la comunidad wichí de La Cortada, ubicada en la localidad de Coronel Juan Solá, la misma a la que pertenecía el joven José Campos.
Desde hace más de un año, existe una ordenanza municipal que prohíbe a los comercios y a las estaciones de servicio vender alcohol puro y combustible a menores de edad. Sin embargo, desde la comunidad aborigen denuncian que algunos comercios todavía lo hacen y que no hay firmeza en ninguna regulación.
Ferreyra no sabe a qué herramientas apelar para frenar el consumo de alcohol y nafta dentro de su comunidad. Según su experiencia, los motivos radican en la marginalidad, la extrema pobreza y hasta un proceso de urbanización que alteró por completo el modo histórico de vida de su pueblo. «Sonará paradójico, pero parte del problema apareció a raíz de una construcción urbana que se suponía que nos iba a ayudar. Mis ancestros no pararon de advertírmelo, la construcción de la ruta nacional Nº 81 (habilitada en el 2008) nos iba a traer muchos problemas», explicó.
«Por un lado, nos acercó a los vecinos ‘criollos’ de la zona, pero por otro, también hizo que el tránsito de camiones, el contrabando de drogas y la posibilidad de que nuestros chicos se contacten con la gente equivocada en la ruta dejaran toda nuestra historia a la deriva».
Según Ferreyra, en una familia típica wichí de cinco hijos en edad adolescente, al menos tres están comprometidos con la adicción a las drogas. Todos los ven deambular por las noches por las calles de tierra o los descampados: cargan la nafta comprada de manera ilegal en botellas de agua grandes y vacías y después hacen un agujero en las mismas para poder inhalar.
«Es lamentable lo que se está viendo en esta parte de nuestra comunidad. A partir de los 12 años, la mayoría de los chicos de la comunidad wichí dejan de venir a la escuela y quedan a la deriva «, afirmó a Infobae Mariana, una docente de una de las tres escuelas secundarias de Coronel Juan Solá.
«Es una situación terrible la que están viviendo estos chicos y lo peor es que parece que nadie los quiere escuchar. Es como si fueran invisibles, pero son vecinos del pueblo como cualquier otro. Hicimos marchas en el pueblo, pero hay pocos que escuchan este reclamo», agregó.
El consumo de la nafta y el alcohol etílico remite a una práctica realizada hace años en las zonas más marginales de los asentamientos de diferentes partes de la Argentina. Su uso y posterior adicción generan así un daño grave y rápido a quienes los utilizan.
Desde el Ministerio de Salud Pública de la provincia de Salta se informó que todavía sigue firme la ordenanza municipal de la prohibición de venta de alcohol y nafta a los menores de edad y que cada tres semanas, una representante de la cartera visita la zona para hacer relevamientos sobre la situación de los jóvenes.
Sin embargo, desde la propia comunidad wichí, se asegura una y otra vez que la ayuda gubernamental no es suficiente. «Le damos la bienvenida a los funcionarios, pero la realidad es que lo que ellos están haciendo ahora lo podemos hacer nosotros también. Tienen que ponerse firmes para frenar la venta ilegal y atrapar a quien haya que atrapar», se quejó Ferreyra.
«Con la nafta, antes los chicos la compraban en cualquier estación de servicio. Ahora, como cerró la del pueblo, la consiguen de manera ilegal o incluso la roban con mangueras a motos estacionadas en la calle», reveló.
«Ya nos lo dijeron nuestros ancestros. Ellos nos anunciaron que nos iban a pasar este tipo de cosas. Nuestros chicos están dejando la escuela a los 12 años y entran en una vida imposible de llevar adelante. Inclusive son cada vez más los embarazos y partos de chicas menores de 16 años, cuando nuestra tradición histórica dice que la mujer debía tener una cierta cantidad de lunas en su vida (unos 25 años) para poder formar una pareja».
«No sabemos si tenemos que cortar las rutas o hacer escraches a los comercios de los vecinos, no queremos que nos odien acá. Pero no sabemos qué hacer. Uno de mis abuelos me decía que nosotros vivíamos a la vera del río. Sembrábamos, recolectábamos frutos silvestres, vívíamos de la carne de nuestros animales y de las frutas. Nuestros niños no tenían ni caries en los dientes. Pero nos metieron en el mundo de los blancos y es como si nos hubieran contaminado. Nos metieron en el mundo pero para ser marginales. Y eso no puede ser así», sentenció.