lunes 13 de mayo de 2024
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Literatura salteña | “La magia del estanque”: Impresiones sobre “Augustus” de Liliana Bellone

En este artículo su autora celebra los 30 años del otorgamiento del Premio Casa de las Américas a la novela de la escritora salteña. La misma permite conocer más sobre la literatura de la provincia y la cultura de la región y del país. (Raquel Espinosa)

Invitada por Rafael Gutierrez, profesor y licenciado en Letras, a cargo de la cátedra de Literatura Argentina, me sumé al homenaje que el día 14 de junio la Universidad Nacional de Salta brindó a Liliana Bellone por su amplia trayectoria en el campo literario. El acto se realizó en la Biblioteca Provincial “Victorino de la Plaza”, donde estuvieron presentes también Leonor Arias, Elisa Moyano, Sonia María Diez Gómez y José Manuel Díaz Watson. Como lectora y docente leí un testimonio sobre la novela que nos convocaba.

En junio del año 2000 presenté un proyecto a la dirección del colegio “Raúl Scalabrini Ortiz”, de la ciudad de Salta, donde entonces dictaba clases de Literatura. La propuesta, que fue aceptada, incluía un viaje motivado por la lectura de Augustus, la novela de Liliana Bellone, que siete años antes había recibido el premio Casa de las Américas de Cuba y que había incluido en el programa.

El recorrido en una combi alquilada incluyó la visita a la Central Térmica Güemes, la plaza principal de esa ciudad, su iglesia y alrededores. Pero el destino principal era la localidad de Campo Santo. Allí llegué con un grupo de alumnos de tercer año y un preceptor. Antes de bajar del transporte, releímos el primer fragmento de Augustus seleccionado para el viaje:

“Volví una sola vez a Campo Santo. Lo recuerdo. Corre el tren. Tengo deseos de ver a Jarma y Allía, cómo estará la casa, cómo estará el estanque, dicen que abandonado y semidestruido. El tren corre, corre, el viento corre con el tren, el viento que se filtra por las ventanillas. Corro con el tren en esta cómoda posición hacia el pasado” (1993: 81).

La primera parada en Campo Santo la hicimos en la plaza principal. Visitamos la iglesia, el histórico algarrobo, la biblioteca popular, el hogar de ancianos en el que entregamos algunas donaciones y llegamos al camping municipal para descansar. Luego nos trasladamos al ingenio San Isidro. La visita guiada nos llevó por todos los sectores del complejo industrial y por distintas etapas de la historia de la región, sobre la que precisamente trata la novela de Liliana. Nos obsequiaron trocitos de caña dulce.

Regresamos al camping. Allí nos esperaba un camión municipal enviado por las autoridades y su secretario de cultura para trasladarnos hacia Betania y a la finca La Viña, cuyo acceso era algo complicado para la combi. Llegamos a la vieja estación de trenes. Allí una lectora eufórica de la novela leyó el segundo fragmento seleccionado:

“Allá voy. Caigo en una especie de sopor y me dejo llevar. Chirría el tren, chirrían las vías y me acuerdo del pobre Polo que se murió aplastado por un tren como Ana Karénina, la protagonista de la novela que tanto te gustaba, Clara. Pasamos una estación, el campo, el viento, la velocidad del tren, la velocidad del tiempo…”

Siguió leyendo la alumna, algunos se distraían con el paisaje pero volvían a escucharla:

“El vagón de segunda es un antro de vapores, hay gente durmiendo en el piso del pasillo, en los asientos, otros van parados porque no hay más lugar y un olor a humita y a empanadas se expande por todos los rincones.”

En La Viña nos mostraron las ruinas de la casona histórica del siglo XVI y la vieja escuela de dos pisos. El paisaje rural de fincas tabacaleras y agrícolas junto a las vías del ferrocarril conformaban el marco ideal del trayecto. Entonces le tocó el turno de lectura a un estudiante varón, Juan Manuel Pizarro, (hoy abogado y escritor):

“Vienen los carros con guirnaldas y flores. Son cientos de carros vestidos para la cosecha, cientos de carros rojos, blancos, amarillos, cientos de caballos con sombreros de rosas y coronas de hojas de higueras y eucaliptos. Los chicos traen palmas y cantan. Viene la cosecha: el primer maíz, la primera hortaliza, la primera vid. Los carros van derramando el olor del campo trabajado, pimientos, papas, polvorientas papas, rabanitos, berenjenas lustrosas y negras, apio, perejil, más pimientos, más perejil, lechugas repolladas, el campo en los carros. [qué genial síntesis del campo, pienso yo] Es el comienzo de la cosecha.”  (1993: 81-82)

Por la magia de la escritura vislumbramos a aquellos autores que Liliana tiene instalados en su propio panteón privado: Balzac, en primer término, Verlaine, Tolstoi, Dante, Homero, Shakespeare, Borges, Cortázar, los clásicos que encabezan la larga caravana de escritores, lectores y críticos literarios. Sobrevuelan, entre otros, los espíritus de García Lorca, Jorge Isaac, García Márquez y el de la propia autora con sus obras anteriores. Son esos escritores de culto en los que Liliana se refleja, como si se tratara de un espejo o del estanque al que Clara y Elena, en su novela, se acercan para descansar o disfrutar de los baños.

Los lectores de Augustus participamos de esa ceremonia ancestral, mágica, en la que es posible identificarnos con las historias y los personajes de las obras elegidas. Parafraseando a Liliana podemos decir: “Estamos leyendo. Nos acercamos y miramos. Estamos leyendo Augustus, la historia de Clara y Elena Campassi. Nos miramos. Nosotros somos Clara y Elena”.

La generosidad de quien escribe radica precisamente en acercarnos sus miradas sobre la realidad, sus experiencias personales y sus sueños. Compartir sus rebeldías, sus insatisfacciones y el cuestionamiento a la realidad real. Los juegos ficcionales como esta novela sirven precisamente para habitar otros mundos y volver cuando lo consideremos oportuno.

Campo Santo-Salta-Buenos Aires-París. La casa- el campo- el pueblo-la ciudad-la capital-el país-el mundo y el inframundo. Cada espacio se conecta con los otros y sigue siendo incompleto. La memoria se confunde, se desvanece, se evapora como los personajes. La vida confluye en la muerte, pero los espíritus siguen bogando. No se resignan. La habitación en cuevas, por donde deambulan, es transitoria. El abismo, infinito. Todo es fluir. Fluir hacia el caos. Y, en el intervalo, la ilusión que diseña la escritura.

Fue precisamente la escritura de Liliana Bellone la que permitió a ese grupo de estudiantes que visitó la actual ciudad de Campo Santo conocer más sobre la literatura de su provincia, pero también, recorrer la geografía, la historia, la sociedad y la cultura de la región y del país. De regreso a las aulas cada uno se llevó algunos recuerdos y nuevas ideas. Muchos años después de este viaje una alumna, ya egresada y mamá de un niño, me dijo que, motivada por la historia de la novela, había bautizado a su hijo con el nombre de Augusto. Esto es parte de la realidad, no de la ficción.

La profesora que los acompañaba también se trajo algunos recuerdos. Nacida como las protagonistas de Augustus en “un mes de polvo y viento, un mes seco, de incendios”, agosto, y en el mismo pueblo, Campo Santo, comparte con ellas la pasión por las novelas, celebra a su autora y se suma así al justo homenaje por los 30 años que se cumplen del otorgamiento del Premio Casa de las Américas a Augustus. Gracias a la pluma genial de Liliana compartimos con ella “la magia del estanque”.

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