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Historia política | El día que Isabel Perón desplazó a Miguel Ragone del gobierno de Salta

El 22 de noviembre de 1974 comenzaba el principio del fin del “médico del Pueblo”. Esa vez no hubo un “Golpe de Estado” contra quien había triunfado con el 58% de los votos; hubo una intervención decretada por el justicialismo. (D.A.)

El gobierno – entonces a cargo de la viuda de Perón – veía en Ragone una amenaza a la unidad del movimiento que efectivamente cobijaba corrientes antagónicas. Una heterogeneidad siempre funcional a un Perón cuyo objetivo era sumar para luego arbitrar las diferencias. En Salta ocurrió lo mismo. Cuando Ragone ganó las internas para las elecciones de marzo del 73 apoyándose en la juventud, el sindicalismo clasista y sectores de izquierda; Perón maniobró para imponerle un vicegobernador que representara al sindicalismo ortodoxo vencido en esas internas: el telefónico Olivio Ríos fue el elegido.

La apasionada campaña hacia al gobernación y el contundente triunfo de Ragone el 11 de marzo de 1973 parecía encaminar las cosas hacia la transformación, pero a la expectativa le siguió un proceso de 17 meses salpicado de absurdos: Olivio Ríos toma la Casa de Gobierno mientras Ragone está en Buenos Aires, los sindicatos justicialistas ortodoxos declaraban al gobernador “persona no grata” y protagonizan huelgas que exigían su renuncia; Ríos aprovechaba los viajes de Ragone para despedir funcionarios que luego el gobernador debía reincorporar y finalmente el mismo vicegobernador fue quien apoyó la intervención en nombre de la disciplina partidaria.

 

Los absurdos, sin embargo, eran sólo aparentes porque formaban parte de un realismo trágico en donde dos proyectos antagónicos pugnaban: el del peronismo de Ragone que rechazaba la injusticia y demandaba trasformaciones de fondo para eliminarla; y el justicialismo de Olivio Ríos que veía en Ragone una amenaza roja. Perón se inclinó por esta burocracia asociada a la “derecha peronista” e inicia su ofensiva contra la “Tendencia revolucionaria del peronismo” en donde la primera encuadraba a Ragone.

Expliquemos eso que se conoció como la “Tendencia” que estaba conformada por agrupaciones que en muchos casos respondían a las Organizaciones Armadas Peronistas y otras que sin tener un vínculo directo con las mismas coincidían en los lineamientos políticos generales. Digamos también que esa “tendencia” fue la “juventud maravillosa” que armas en mano y copando las calles, peleó por el retorno de un Perón al que conceptualizaron como revolucionario, que con la apertura política de fines de 1972 se insertó en amplios sectores sociales y políticos y que a partir de 1973 forjó vínculos con los gobiernos más progresistas como el de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y la propia Salta sin que esto supusiera pertenencia orgánica a esas organizaciones.

Pero el Perón real estaba lejos de ser lo que esa juventud pensaba que era. Y como número no necesariamente es igual a fuerza, el líder limitó el apoyo a los “muchachos” y apostó por las alianzas con el sindicalismo ortodoxo. En pocos meses empiezan las renuncias de funcionarios asociados a la izquierda peronista mientras Perón empezaba a intervenir a las provincias asociadas a la “Tendencia”. La ruptura final se dio en mayo del 74 cuando el viejo líder, en Plaza de Mayo, calificó a esa juventud de imberbes y prometió un “escarmiento” que la Triple A llevó a cabo a sangre y fuego. La muerte de Perón dejó al Estado en manos de estos últimos.

Ragone era cosa juzgada para estos y al vicegobernador Olivio Ríos correspondería tensar las contradicciones para facilitar la intervención partidaria. En Mitre 23 desembarcó José Mosquera, un cordobés que había cumplido funciones similares en su provincia cuando con la misma lógica, Perón la intervino para deshacerse del gobernador y el vicegobernador también relacionados con la tendencia revolucionaria. Mosquera venía a disciplinar y cuando asumió la gobernación lo dejó bien en claro al advertir que la “tendencia” no tendría cabida en el proceso.

Por esos mismos días los medios comenzaron a informar de operativos antisubversivos en Capital, Orán, Güemes o Tartagal. Al frente de todos ellos aparecía siempre una figura macabra: el policía Joaquín Guil quien el 11 de marzo de 1976 participaría del secuestro y desaparición del propio Miguel Ragone.

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