Hasta hace un mes, Macri y sus apologistas aseguraban que el fenómeno obedecía a “cosas” que pasaban en el mundo. Ahora lo atribuyen al temor de los inversores de que los argentinos decidan volver al pasado. (Daniel Avalos)
Hablamos del “riesgo país”, ese indicador que elabora la banca JP Morgan para que –entre otras cosas- los agentes financieros externos evalúen las chances de un país para cumplir con los acreedores externos y evaluar a quién conviene prestarles dinero y a cuanto interés hacerlo. Préstamos que con la gestión Mauricio Macri nunca sirvieron para desarrollar la economía real, pero sí potencian la llamada bicicleta financiera mediante la cual pocos amasan fortunas haciendo dinero con dinero. Un concepto -“riesgo país”- que ni bien alguien lo menciona, reinstala lo que algunos habían olvidado: lo ocurrido entre el último año del siglo XX y los dos primeros del XXI. Habrá que admitir que esa es, después de todo, la función de los espectros: murmurarnos desde las sombras que hacemos mal en creer que ciertos procesos traumáticos del país fueron definitivamente enterrados en el pasado.
Hecho el rodeo, digamos que ese “riego país” sobrevoló ayer los 960 puntos, el número más alto de los últimos cinco años, cuando con Cristina Kirchner en el gobierno superó los 600 puntos. Hubo sin embargo una diferencia entre aquellos 600 puntos y los 960 de ayer: en el 2014 gobernaba una Cristina Kirchner que desplegaba un discurso belicista contra los fondos buitres y el juez yanqui Tomás Griesa, quien había fallado en favor de los primeros y en contra del gobierno nacional; mientras hoy gobierna un Macri que desplegó con el mundo financiero una política que se parece mucho a eso que en los 90´ se llamó “relaciones carnales”: un seguidismo incondicional con los mercados de capitales y que incluso parece mucho más baboso del que hubiera deseado el cortejado.
Pero lo cierto es que el “riesgo país” llegó a los 960 puntos y las razones son varias: algunas externas, como la decisión de la Reserva Federal estadounidense de ejecutar maniobras que los economistas explican con tecnicismos dificultosos, pero que en lo central provoca que capitales golondrinas den la espalda a países como el nuestro. Hasta hace un mes, las explicaciones del gobierno nacional y sus apologistas aseguraban que éramos víctimas de “cosas” que pasan en el mundo y que nada podemos hacer ante ello, sólo sufrir con resignación cristiana semejante situación. Ahora el argumento ha cambiado: el riesgo país se acrecienta porque los mercados temen que los argentinos – que al parecer somos desmedidamente estúpidos – decidan volver al pasado.
Así evitan detenerse en algo que sí les compete: que el gobierno sigue sin poder impulsar una economía que genere dólares; que los únicos sectores que generan esa divisa son el campo y un poco el turismo; que los desembolsos del FMI básicamente sirven para garantizarles dólares a los fondos de especulación y empezaran a escasear en el 2020 sin que nadie sepa de dónde saldrán nuevos dólares; y que, aun cuando sientan que Macri pueda ser reelegido en el 2019, en el 2020 será un presidente muy debilitado en cuanto a imagen y muy probablemente con menos fuerza parlamentaria que la actual como para poder encarar reformas que le permitan cumplir con los pagos de las deudas.
El resultado de todas esas predicciones, es el “riesgo país” de 960 puntos, que es el doble del que dejó el kirchnerismo en diciembre del 2015 (480 puntos) y está muy por encima de los 163 de Chile; los 168 de Perú; los 203 de Uruguay; los 208 de Colombia o los 271 de Brasil. Concepto que, además, aparece siempre cuando los gobiernos aseguran que lo deseable es volver a ser parte del mundo, aunque siempre ese tipo de gobiernos entiendan que la vuelta al mundo se mide por la cantidad de plata que los organismos financieros internacionales son capaces de prestarnos. Cuando eso ocurre, ese estrecho mundo que los gobiernos dicen que es todo el mundo, diseñan mediciones que les indiquen si nuestro país está en condiciones de devolver la plata que ellos prestaron. Justamente eso – insistamos – es lo que mide el famoso “riesgo país”, que cada vez que reaparece, lo hace con otra sigla mundialmente famosa: Fondo Monetario Internacional, que vendría a ser algo así como el patovica de buenos modales – pero implacable – que se encarga de susurrarle a los gobiernos qué deben hacer para tener un “riesgo país” decoroso a los ojos de los capitales financieros.
Cuando esos gobiernos empiezan a seguir tales recomendaciones como aquí ha ocurrido, al concepto de “riesgo país” deberíamos sumarle el de “riesgoso país”. Categoría que no afecta a los mercados sino al argentino medio que termina deslizándose a la comparación obligada: los cercanos tiempos en donde el primero de los conceptos también andaba de boca en boca de funcionarios que aseguraban que, para mantener un “riesgo país” decoroso, debemos cumplir a como dé lugar con los acreedores externos, aun a costa de reventar a los que viven en el interior de ese país: maestros, profesores, músicos, pequeños comerciantes, pequeños industriales, meros empleados, universitarios, médicos y hasta niños y viejos.
He allí lo trágico: cuando los banqueros se serenan por mucho o poco tiempo – porque el riesgo país de Argentina experimenta una baja – nosotros sabemos que el país se nos vuelve riesgoso, porque en la tranquilidad de ellos se inscribe la derrota nuestra que siempre se corporiza en desempleo, recesión, inseguridad política, inseguridad social, aumento de la delincuencia y temores al estallido social. Y cuando todo esto ya sobrevuela a la sociedad aumentando el “riesgo país”, resulta que todo lo que recién mencionamos empeora aún más para los ciudadanos internos. Ciudadanos internos con quienes los gobiernos también tienen deudas, aunque esos ciudadanos no tengan un documento para certificar la misma y menos aún el Poder social para reclamarla. He allí la tragedia: estar inmersos en una atmosfera que nos desliza a lo malo aun cuando muchos se esfuercen por evitarlo.
Habrá que admitir, no obstante, que parte importante de la sociedad carga con algunas culpas en todo esto. Sobre todo cuando ha mostrado alto empecinamiento por no evaluar lo que la historia reciente trató de enseñarnos: creer que aquello que nunca salió bien, por alguna rara alquimia ahora va a salir mejor.