Por Lucila Lastero*
En un diario digital, veo una foto del ex juez Lona en actitud pensativa. La mano sosteniendo la barbilla, un dedo bajo la nariz, mirada atenta detrás de los cristales amarronados de los anteojos. La calva cubierta por manchitas oscuras que se pierden bajo el pelo glaciar sobre la nuca. Parece que estuviera concentrado escuchando las disquisiciones de cualquier tribunal, pero en realidad está asistiendo al juicio que lo condenará a 15 años de prisión por delitos múltiples.
Lona está acusado de encubrir el asesinato del ex gobernador Miguel Ragone, de ser partícipe del homicidio de los once detenidos en la llamada Masacre de Palomitas y de no investigar otros muchos asesinatos. Pero esto no termina acá, porque los delitos de Lona son tan difíciles de contar como esas manchitas oscuras que le coronan la cabeza.
El ex juez también se quedó con inmuebles que no le pertenecían. Peor todavía: fue capaz de apropiarse de una casa en la que había vivido una de las asesinadas en Palomitas, Evangelina Botta, y a quién él mismo habría mandado a matar junto con los demás.
En el año 2003, una resolución del Poder Judicial de la Nación -de más de 40 páginas- enumera los delitos de Lona. Entre ellos, aparece mencionada la apropiación de una casa ubicada en calle Leguizamón al 2000 y cuyo dueño legítimo es el señor Alberto Lastero, mi abuelo.
Entre 1930 y 1950, cuando en la zona de Leguizamón y Coronel Suárez comenzaban a insinuarse algunas construcciones pequeñas sobre los descampados, mi abuelo compró el terreno e hizo la casa. La familia, compuesta por madre, padre, y cinco hijos, vivió ahí hasta 1966, año en que se radicaron en Buenos Aires. Mi abuelo puso en venta la propiedad. Recién en 1974 le avisaron que había interesados en la compra y él viajó hacia Salta. Pero el apuro lo llevó a hacer las cosas mal y la venta no se concretó. No recibió la totalidad de la plata, no completó los papeles, no firmó la escritura. Todo eso quedó para después, un después que nunca vendría, porque al año siguiente recibió un llamado raro. Le pedían que dijera qué tiene que ver él con una mujer “subversiva” que había estado viviendo en su casa y que se encontraba en condición de fugada.
Se conoce que la ocupante de la casa entre 1974 y 1976 fue Evangelina Mercedes Botta, psicóloga santafesina militante del PRT. Tenía dos hijos, de 3 y 1 año. Estuvo detenida en la cárcel de Villa Las Rosas. Por supuesto, nunca se fugó. Fue asesinada en la Masacre de Palomitas. Se dice que, mientras a los demás los fusilaron, a ella y a Georgina Droz las habrían dinamitado adentro de un auto. Su esposo murió en Jujuy, mientras lo torturaban.
Alegando que Evangelina Botta estaba en situación de “fugada”, la culparon de delitos múltiples, embargaron la propiedad y amenazaron a mi abuelo para que no hiciera nada por reclamar su -hasta hoy en día-, titularidad sobre el inmueble.
El ex juez Lona se apropió de la casa, dispuso de ella a su antojo y la cedió a las fuerzas de seguridad. Ahí vivieron policías y militares durante más de 12 años. Cerca de 1990, la dejó librada a su suerte. Entonces un oportunista dijo ser el dueño y la vendió por poca plata a alguien con su mismo apellido.
En 1996, año en que ingresé como estudiante a la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta, solía tener como compañero en algunas materias a un chico de unos 25 años cuya actitud y comentarios sobre la militancia de izquierda nunca caían bien. Mis compañeros me contaron que un día, en plena clase, se jactó de estar viviendo en una casa de la calle Leguizamón al 2000, que había conseguido por chauchas gracias a que unos “subversivos” de apellido Lastero se habían escapado a Buenos Aires y la habían dejado abandonada.
Años después, mi abuelo intentó denunciar esta situación e inició acciones legales contra el ocupante. Pero el abogado de mi abuelo resultó ser un estafador que le sacó muchísimo dinero y terminó dejando vencer la causa.
Hoy la casa de Leguizamón al 2000 está habitada. Mi abuelo sigue siendo el dueño legítimo. No sé quién vive ahí y nadie de mi familia lo sabe, mucho menos mi abuelo, a pesar de haberse encargado de pagar varios servicios porque, claro, las boletas municipales siguen saliendo a su nombre. Quizás esté todavía aquel ex estudiante de 1º año de la UNSa, o sus familiares. Tal vez los habitantes actuales no sepan que están viviendo en una casa apropiada. Tal vez no sepan que una de los antiguos ocupantes fue una víctima de terrorismo de Estado cuyo cuerpo jamás apareció. Tal vez lo sepan y no les importe. En una de esas, el ex ingresante de la Facultad de Humanidades sigue jactándose de haber podido tener vivienda gracias a esos “subversivos” que los milicos justicieros mataron, persiguieron y amenazaron.
Lona, delincuente compulsivo, logró zafar de uno de sus delitos. En la sentencia no figura el asunto de la casa apropiada. Es que, a veces, algún que otro crimen se vuelve burbuja que alza vuelo y escapa de la mano humana que busca atraparla. En ese caso, lo importante es mantener la burbuja intacta, resguardarla de los vientos que puedan deshacerla, volverla relato para que no se pierda entre los pozos de aire del olvido.
*Escritora, Profesora en Letras y Magíster en Estudios Literarios egresada de la Universidad Nacional de Salta