Hace una semana informábamos sobre el hallazgo de una tumba de fines del siglo XVI en el Pucará de Tilcara. Las investigaciones permitieron develar algunas claves sobre el fin del imperio Inca en el norte argentino.
Aunque el hallazgo ocurrió l 18 de noviembre de 2016, la noticia se difundió recién la semana pasada: la arqueóloga Clarisa Otero y su equipo hallaron en el Pucara de Tilcara (2400 metros de altura) y a 30 cm de profundidad, el esqueleto de una mujer casi completo. Otero aclaró que el proyecto que ella dirige se aboca a conocer más sobre la producción de artesanías de los nativos bajo el dominio del Inca y que la búsqueda de restos humanos no era su prioridad, pero al dar con los restos decidieron excavarlos.
«El Pucará fue la capital de esta ‘provincia’ incaica –explicó la arqueóloga con un escrito publicado por el diario LA NACION – este descubrimiento da mucha información acerca de la caída del imperio que se extendía desde el sur de Colombia hasta Santiago de Chile».
«Lo primero que vimos fue el cráneo -cuenta Otero-; después localizamos el esqueleto y varios elementos asociados». A partir de ese momento, se desarrolló un vasto trabajo multidisciplinario en el que intervinieron más de 20 científicos y que permitió armar un apasionante rompecabezas a partir de diversas claves.
Según los estudios, el esqueleto pertenece a una joven de alrededor de 30 años, una edad avanzada para la época, que había nacido en otra parte y llegado a la Quebrada en la adolescencia. Por el estado de los restos y los objetos que los acompañaban, se deduce que puede haber ocupado una posición destacada en la sociedad de la época. Los españoles estaban próximos, pero no podían usufructuar esa región (el Pucará resistió seis décadas el embate de los conquistadores), por lo que los científicos creen que la joven podría haberse refugiado allí durante un período de máxima tensión política.
«No se puede determinar la causa de muerte -afirma Otero-, pero la condición de los restos es impecable. Sin rastros de osteoporosis, tiene la dentadura completa y solo cuatro caries. Debe de haberse tratado de una persona muy bien alimentada, en buen estado de salud y que no había sufrido epidemias».
El esqueleto estaba completo y no se había movido, por lo que se piensa que debe haber sido tapado por la tierra arrastrada por el viento a lo largo de los siglos. Solo faltaba la tibia, el más fuerte de los dos huesos que se encuentran por debajo de la rodilla. «El tratamiento de la muerte en ese entonces era muy distinto al que observamos nosotros -comenta Otero-. Pueden habérsela llevado para usarla en rituales o para inhalar alucinógenos, usándola como una cuchara».
A partir del estudio de la fauna cadavérica, se puede deducir que «estuvo apoyada sobre la tierra, sentada a la vista de todos -agrega la científica-. El entomólogo forense mostró que los insectos tuvieron acceso directo a las partes blandas». Junto con piezas cerámicas, cuentas de collar y placas de metal había también pigmentos, bloques de pedernal y dos morteros con adherencias de cobre y hematita.
El fardo funerario incluía partes de animales que en esos tiempos se colocaban como ofrendas. «Encontramos huesitos de un lagarto oriundo del Chaco salteño, un ambiente diferente y distante, y una mandíbula de cuis -cuenta Otero-. La estudiaron un grupo de paleontólogos y concluyeron que podría pertenecer a la variedad de cuises domesticados por el Inca, que usaban como alimento y para propiciar la fertilidad».
En la concepción andina sobre la muerte, los difuntos continuaban presentes en la vida cotidiana e incluso participaban en los rituales para la toma de decisiones políticas, explica el comunicado del Conicet que dio a conocer el hallazgo. En situaciones de conflicto, particularmente durante la conquista española, el culto a los ancestros cobró nuevas fuerzas, ya que se creía que los antepasados eran quienes podían brindar protección.
La mujer de Tilcara podría responder a estas creencias, ya que habría muerto entre fines de la dominación incaica y el período hispano-indígena, es decir, el momento previo a que el español ocupara efectivamente la Quebrada de Humahuaca, a fines del siglo XVI.