Participó de una fuga del penal de Rawson con otros guerrilleros que combatían a la dictadura de esos años. Un grupo fue apresado en el aeropuerto de Trelew y enviados a una base militar. Fueron fusilados un día como hoy. (Daniel Avalos)*
Ana María Villarreal nació en 1936 en el seno de una familia de clase media salteña. Cursó sus estudios secundarios en el colegio religioso Santa Rosa. Allí la apodaron “Sayo” por sus ojos rasgados como una japonesa. Egresó en 1953 con el título de maestra normal nacional y partió a Tucumán en donde se licenció en Artes Plásticas. En esos años conoció al contador Roberto Santucho. Se trataba de un santiagueño que creció en una familia extensa en donde convivían radicales y comunistas declarados.
La “Sayo” y el “Robi” se casaron en junio de 1960 y convirtieron la luna de miel en una experiencia que iba al encuentro de la certeza revolucionaria que tenía en la Cuba de Fidel Castro y el Che Guevara un faro luminoso. En enero de 1961 partieron desde la terminal de ómnibus de Salta para arrojarse al encuentro de Latinoamérica. Iban cargados de preguntas cuyas respuestas querían encontrar en la experiencia concreta. “Sabíamos que viajar equivalía a simplificar años de estudio, pero lo que no nos imaginamos es que se podía aprender tanto como nosotros lo hacemos”, escribió Ana María a sus padres desde Bolivia.
Esa y otras cartas fueron recopiladas y publicadas por la hija de Ana María Villareal – Marcela Santucho – en un libro al que tituló “Mi padre” y que fue publicado en enero del año 2008. En la publicación abundan los relatos de la Sayo a padres y hermanas contando las impresiones del viaje. Lo hizo desde Bolivia, Perú, Colombia, Panamá, México, EEUU y Cuba. En la isla escucharon el discurso de Fidel Castro – abril del 61 – anunciando el carácter socialista de la revolución caribeña. El encantamiento con la experiencia quedó sellado y de allí que no sorprendiera el anuncio que Ana María le realizara a su hermana Cristina: “ansiamos regresar a nuestra bella Argentina urgente a trabajar en la lucha que ya existe”.
No exageraban. En julio de ese año, Mario Roberto Santucho funda el Frente Revolucionario Indoamericano Popular, un embrión de partido inspirado en las ideas de los peruanos Haya de La Torre y el comunista José María Mariategui. Con los años el FRIP se une a la organización trostkista “Palabra Obrera” y en 1965 conforman el Partido Revolucionario de los Trabajadores que en 1968 adoptó la lucha armada como estrategia por el socialismo. La decisión terminará concretándose con la creación, en julio de 1970, del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el brazo armado del PRT y que devendría en la guerrilla marxista más importante en la historia del país.
Décadas después, quienes la recuerdan coinciden en algunos puntos: la Sayo como la responsable de organizar a obreros y campesinos que trabajaban en los ingenios azucareros y la ruralidad tucumana; la dirigente que recorría el país reclutando y organizando militantes del PRT o combatientes del ERP; o la combatiente destacada de la regional Córdoba de la organización. No obstante, cada vez que la prensa hablaba de ella realzaba la nota remarcando que se trataba de la esposa “de”. Escapó de ello el 12 de marzo del 71 cuando los diarios informaron que el ERP había asaltado un camión frigorífico para repartir medias reses en una villa de Córdoba. La operación terminó con un tiroteo y una mujer herida y apresada. No se aclaró que era la mujer de Santucho porque Ana María cargaba con identificación falsa. Meses después escapó junto a otras militantes de la cárcel cordobesa en la que estaba alojada. Su nombre volvió a asociarse con el apellido de casada. El febrero de 1972 volvió a “caer”. Fue apresada en un colectivo de larga distancia cuyo destino era Salta. Su “peligrosidad” determinó el nuevo destino carcelario: el penal de máxima seguridad en Rawson en donde también estaba alojado su esposo.
Quienes evocan ese periodo vuelven a coincidir: la Sayo como responsable de las combatientes mujeres del ERP y la encargada de organizar las jornadas con horas de estudio, actividades manuales, físicas y también el montaje de espacios para la discusión política. Allí protagonizó junto a otros militantes una fuga que la prensa de entonces calificó como “la operación más espectacular realizada hasta ahora por la guerrilla urbana argentina”. Miembros del ERP, FAR y Montoneros subieron como pasajeros a un avión en Comodoro Rivadavia con destino a Rawson. Mientras tomaban el control de la nave, otros combatientes realizaban señas a los detenidos que ya estaban tomando el control del penal reduciendo a 60 guardias, uno de los cuales recibió una ráfaga mortal que la prensa adjudicó a la propia Sayo.
Ciento veinte presos se dirigirían a Trelew, tomarían el avión secuestrado por los combatientes y desviarían el vuelo hacia Chile; aunque los grupos que esperaban con camiones afuera del presidido interpretaron los disparos como señal del fracaso en la operación y se retiraron. Sólo un Falcon quedó apostado. Era conducido por un jovencito llamado Carlos Goldemberg. En él subieron seis personas que por su condición de líderes de las organizaciones armadas tenían prioridad.
Ana María Villareal quedó en el segundo grupo: un enjambre de 19 personas que esperaron en vano la llegada de los camiones y terminaron subiendo a taxis rumbo al aeropuerto. Cuando llegaron al lugar el avión había partido. Al descubrirse cercados por los militares decidieron entregarse exigiendo la presencia de médicos y periodistas que registraran su buen estado. Tras una improvisada rueda de prensa fueron trasladados a la base Almirante Zar de Trelew.
El 23 de agosto los militares informaron que, en la madrugada del 22, el capitán a cargo de la vigilancia de los prisioneros fue atacado por un extremista que le arrebató el arma. Los oficiales a cargo dijeron que se vieron obligados a “barrer” el lugar. El diario “La Opinión” informó que la versión “resultaba increíble”: ningún militar herido y 16 de los 19 detenidos muertos. Días después, las familias de los 3 sobrevivientes declararon que los relatos de sus hijos concordaban: los militares los alinearon en los pasillos del presidio y abrieron fuego. La opinión pública repudió los fusilamientos con movilizaciones, disturbios callejeros, huelgas y la decisión chilena de considerar a los 10 guerrilleros fugados en el avión como asilados políticos y autorizar su traslado a Cuba.
Entre esos 10 guerrilleros estaba Mario Roberto Santucho. Habían sido alojados en una comisaría y eran bien tratados por el gobierno del socialista Salvador Allende que se negaba a devolverlos a Argentina como exigía la dictadura y buscaba la forma institucional de enviarlos a Cuba como pedían los guerrilleros. El 23 de agosto le retiraron las radios y les negaron los diarios que desde la fuga solo hablaban de ellos y los apresados en Trelew. El misterio se reveló cuando un funcionario chileno se presentó para “informarles algo terrible”: los militares argentinos habían matado a los rehenes a sangre fría. Santucho preguntó si todos habían muerto. Le respondieron que había tres sobrevivientes pero que su mujer no figuraba entre ellos.
“Empezaron las puteadas, los gritos. Vaca Narvaja le pegaba patadas a una puerta. Osatinsky y Gorriaran lloraban abrazados. Mena apretaba los puños y la mandíbula. Carlos Goldemberg lloraba por todos, pero se acordaba principalmente de la Petisa Sebrelli, su primera responsable política (…) Santucho se fue solo a un rincón pero no lloró, al menos frente a los demás. Suponía que los jefes tienen que mostrarse siempre firmes”. (Eduardo Anguita-Martín Caparros: “La Voluntad: una historia de la militancia revolucionaria Argentina”. Edit. Norma, marzo de 1997, Tomo I, pág. 583)
Los cuerpos de los fusilados fueron trasladados a sus ciudades de origen para ser velados. La Sayo no corrió igual suerte. Sus restos fueron de los últimos en salir de la sede militar de El Palomar. Recién el 24 de agosto llegó al local del peronismo porteño que cedió el lugar para todos sin distinciones ideológicas y/o partidarias. En el lugar esperaban sus padres y sus tres hijas. Al poco tiempo la policía invadió el lugar y lo regó con gases lacrimosos.
Los fusilamientos no hicieron más que profundizar el repudio a la dictadura y la simpatía hacia los y las jóvenes que luchaban contra ella. La familia de Ana María Villarreal comprobaría luego que su hija estaba embarazada al momento de ser fusilada. En agosto de 1973 sus restos llegaron a Salta. La dictadura de Lanusse había caído y el peronismo estaba en el gobierno tras 18 años de proscripción. Parecía que el cielo estaba al alcance de las manos, aunque pronto el sueño devendría en un país plagado de Centros Clandestinos de Detención en donde se torturaba, asesinaba y desaparecía a miles de argentinos.