sábado 7 de diciembre de 2024
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50 años del Golpe contra Salvador Allende | Conmemoración, memoria y presente en disputa

Hace medio siglo Chile entraba en el periodo político más oscuro, violento y regresivo de su historia. Aquella mañana dio un discurso radial memorable horas antes de ser asesinado. (Daniel Escotorín)

Aquella mañana del martes 11 de setiembre de 1973 símbolos esenciales de la identidad histórica del pueblo chileno fueron destruidos, quemados y asesinados: los aviones Hawker Haunter de la Fuerza Aérea en el primer acto de la bestialidad en ciernes bombardeaba el Palacio de la Moneda, la Casa de Gobierno, con el objetivo de eliminar al presidente constitucional Salvador Allende Gossens; destruida e incendiada la sede del poder ejecutivo sitiada por tanques y soldados no logró su objetivo: Allende aún vivía; el presidente elegido por la mayoría del pueblo chileno estaba decidido a cumplir con su palabra empeñada, con la promesa de respetar las leyes y la constitución, también con lo expresado en ese registro magistral del último discurso radial realizado apenas unas horas antes: no iba a renunciar.

“Colocado en un tránsito histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo” dice y ese compromiso lo lleva a la práctica. Los militares asedian La Moneda, la asaltan, Allende cumple con lo dicho y se dispara con el fusil AKMS que le había regalado Fidel Castro en su visita a Chile en 1971. El ataque final tiene el toque de barbarie cuando en medio del caos y la furia armada destruyen el acta original de la declaración de independencia nacional. La Casa de Gobierno devastada, el presidente constitucional muerto, el acta de independencia destruida: el porvenir se desplegaba en la tenebrosa forma de la muerte, la barbarie, el silencio.

Salvador Allende ganó las elecciones de 1970 por un ajustado margen que obligó a un acuerdo con la Democracia Cristiana y evitar así que el Partido Nacional (derecha) generase una crisis política que obligara a llamar a nuevas elecciones. La Unidad Popular, la coalición de izquierda formada por el Partido Socialista, el Partido Comunista, Partido Radical, el MAPU y otros, llegó al poder para transformar la realidad de millones de chilenos y chilenas, la vía chilena la socialismo, una “revolución con gusto a vino y empanadas”. Así fue: nacionalizó el cobre que estaba en manos de empresas norteamericanas (Anaconda y Kennecott), profundizó la reforma agraria iniciada bajo el gobierno reformista de Eduardo Frei, pasó a gestión social áreas básicas de la producción industrial, pero antes de todo esto el Departamento de Estado de los Estados Unidos ya había resuelto que no toleraría semejante experiencia de transición hacia el socialismo bajo el régimen democrático, un ejemplo imperdonable. El presidente Nixon y principalmente su Secretario de Estado, Henry Kissinger apoyaron, fomentaron y financiaron desde el inicio conspiraciones para evitar primero que Allende asuma, luego que su gobierno cumpla con su programa, finalmente su derrocamiento.

Contra toda previsión opositora, el gobierno de la Unidad Popular avanza, tiene el apoyo de la mayoría del pueblo, de la clase trabajadora; se habla del Poder Popular: fervor, sueños, solidaridad, organización, participación, canciones, poesía, arte en las calles, las plazas, en las universidades, en las poblaciones,  en las paredes. Del otro lado se conspira, se elucubran y traman las formas para evitar ese sueño de igualdad para esa mayoría postergada por siglos. Asesinan, boicotean, atentan, desabastecen, generan carencias, inflación, racionamiento. Desde el pueblo avanzan en la toma de empresas, de tierras, de control de la producción y la distribución de mercaderías a través de las Juntas de Abastecimiento Y Control de Precios (las JAP) formada por trabajadores y sectores populares, se organiza el Cordón Industrial, experiencia de gestión y control obrera independiente en fábricas pasadas al “área social”.

Las fuerzas en pugna son diversas, heterogéneas: la Unidad Popular (UP) formada por el Partido Socialista, el Partido Comunista, el MAPU, el partido Radical y aliados que incluye a la Central Única de Trabajadores (CUT), el apoyo crítico del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y organizaciones sociales, estudiantiles, sindicales; en la oposición por derecha el Partido Nacional y la Democracia Cristiana, el grupo paramilitar Patria y Libertad, medios de comunicación como el principal diario de Chile, El Mercurio. Algunos sindicatos como Camioneros y sectores mineros se alinean con la oposición, en el caso de los primeros llevaron adelante huelgas feroces paralizando la circulación de mercancías contando con el financiamiento de la CIA, el estudiantado de la Universidad Católica fue parte también de las movilizaciones contra el gobierno, naturalmente los gremios empresarios patronales estuvieron al frente como así también los colegios profesionales. Las Fuerzas Armadas estaban divididas ya que en una primera instancia el Jefe del Ejército René Schneider apoya la institucionalidad, es decir respetar la soberanía de las urnas por lo que fue asesinado antes de asumir Allende, el general Carlos Prats va en esa misma línea pero en un contexto ya muy crítico deberá renunciar; Allende designa en su reemplazo a un general legalista, Augusto Pinochet. La otra fuerza central en el espacio militar, Carabineros, mantienen su subordinación al gobierno hasta las vísperas del golpe.

Las tensiones al interior del gobierno y de la coalición gobernante, la Unidad Popular se evidencian ante la ofensiva reaccionaria, la ola terrorista y las acciones políticas de la oposición que buscan bloquear la gestión de gobierno. Un sector del Partido Socialista (el partido de Allende) encabezado por su Secretario General Carlos Altamirano pugna por un avance y cambios más profundos y radicales; el otro sector con Allende y el apoyo del Partido Comunista (PC) entiende que es importante mantener la legalidad y el acuerdo con la Democracia Cristiana (DC), lo mismo sucede al interior del MAPU, la división entre moderados y revolucionarios; la CUT apoyaba la línea de Allende y por fuera de la alianza el MIR impulsaba medidas de acción directa en la toma de fundos (tierras), de fábricas en los Cordones Industriales y toda intervención del Poder Popular.

El boicot al gobierno era ya para 1973 abierto y desembozado: el paro de camiones, atentados diarios, desabastecimiento, la DC buscaba la inhabilitación constitucional del presidente, lo que se impidió por las elecciones de marzo donde la UP aumentó su caudal de votos, sumó más diputados a pesar de la derrota. La oposición entendió que solo quedaba un camino: el golpe de estado. En junio se produce el “tanquetazo” primer intento de golpe que fracasa por falta de consenso en los militares. Allí un periodista argentino, Leonardo Henrichsen, que filmaba las acciones y enfrentamientos entre los militares en las calles registra con su cámara el momento en que es asesinado por un miembro del ejército del sector golpista.

El 4 de setiembre al cumplirse tres años del triunfo de la UP, se produjo en la calles de Santiago la movilización política más grande hasta entonces, de la historia chilena. Casi un millón de personas, trabajadores, trabajadoras, pobladores y pobladoras, militantes, organizaciones sindicales, partidos y organizaciones políticas marchan durante horas frente al Palacio de La Moneda brindando su apoyo al presidente, que asistió a esa enorme manifestación de apoyo, unidad y voluntad de lucha. El gobierno hacía enormes esfuerzos para evitar lo que parecía una guerra civil inevitable, la DC ya había roto toda vía de diálogo, su propuesta de limitar las capacidades y facultades del gobierno e imponer ministros en áreas estratégicas impidió cualquier acuerdo. El ejército avanzó en sus facultades represivas, Estados Unidos daba vía libre al golpe y la CIA que ya había financiado la huelga de camioneros en connivencia con la empresa norteamericana ITT.

Allende que perdió apoyo militar cuando el conjunto de los generales quitó respaldo a la gestión de Carlos Prats quien debió renunciar como ministro y como jefe del ejército, dejando su lugar al general Augusto Pinochet, entendió la gravedad de la crisis y como había expresado, respetaría la Constitución y la legalidad. Por esto es que decide convocar a un plebiscito para una reforma constitucional que sería al mismo tiempo un plebiscito sobre su propio gobierno; Allende estaba dispuesto a adelantar las elecciones presidenciales si era derrotado en ese referéndum. Pinochet lo sabía.

Como en los desenlaces de las tragedias griegas todas las voluntades, los actores y los conflictos confluyeron dramáticamente en ese setiembre de 1973. Allende comunica a sus ministros el lunes 10 de setiembre que al día siguiente daría un discurso por cadena nacional para anunciar la convocatoria al plebiscito, mientras ese fin de semana la Marina, Carabineros y la Fuerza Aérea aceleran los preparativos del golpe, un emisario se lo hace saber a Pinochet quien estampa la firma de acuerdo en un papel que le hacen llegar. En Valparaíso la flota zarpa supuestamente para llevar a cabo el ejercicio UNITAS con barcos de la marina de EE.UU., pero regresa en la madrugada del martes 11 y se inicia el golpe de estado.

Salvador Allende cumple con su palabra empeñada: había decidido sacrificar la revolución socialista para salvar y sostener la democracia y la legalidad burguesa; la clase dominante chilena decidió sacrificar su democracia para salvar sus intereses y el capitalismo.

El fascismo iba a desplegarse de la manera más terrorífica sobre el pueblo chileno y con él la vuelta a la normalidad social: la desigualdad, millones de chilenos y chilenas despojados de derechos básicos, el neoliberalismo encontró en Chile el laboratorio perfecto: un Estado presente presto a garantizar la implementación de un modelo que luego sería ejecutado en todo el continente.

Atrás quedaba también una etapa extraordinaria para la cultura chilena y latinoamericana: la música con figuras como Víctor Jara asesinado el 16 de setiembre en el Estadio Nacional convertido en campo de concentración, Los Jaivas, Quilapayún, Inti Illimani, Patricio Manns, la literatura con Pablo Neruda, el arte callejero con los murales, el cine con Miguel Littin y Patricio Guzman y muchos otros.

Cincuenta años después la memoria obstinada discute no solo el pasado, lo disputa, también sigue siendo el espacio que íntimamente vinculado con el presente que es donde la sociedad, el pueblo chileno no deja de bregar para que las grandes alamedas se abran que pase el hombre libre, donde el pueblo haga su historia.

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