El 11 de marzo simboliza el auge y el desmoronamiento de un trozo de la historia popular salteña. Fue el día que triunfó Miguel Ragone en las elecciones de 1973 y también el día de su secuestro y desaparición en 1976. (Daniel Avalos)
No hay dudas: el grupo de tareas que desapareció a Miguel Ragone eligió la fecha del operativo con monitoreado cálculo. Quería dejar en claro que la desaparición del médico debía cerrar una etapa de protagonismo popular que tuvo en el triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 su punto culminante. Todo había empezado en Tucumán donde Ragone nació un 25 de mayo de 1921 en el seno de una familia de inmigrantes napolitanos; siguió luego en Salta dónde la familia se instaló en 1926; luego la vida de Ragone se encaminó definitivamente cuando partió a la ciudad de Buenos Aires para estudiar Medicina.
Allí ejecutó uno de sus muchas herejías: desoír el mandato de la academia que asegura que la legitimidad de la ciencia depende de la sapiencia de los científicos para mantenerse por fuera del terreno político. Ragone no siguió el mandato y puso la ciencia rápidamente al servicio de una política que iba en busca de los sectores más vulnerables. En 1946, cuando aún era estudiante de la UBA, fue convocado por Ramón Carrillo quien, al frente del Ministerio de Salud del primer peronismo, fue el primero en aplicar una política sanitaria nacional en general y volcada a las necesidades de los más vulnerables en particular.
Ragone no sólo acompañó a Carrillo hasta 1954, sino que bajo su amparo se recibió de médico en 1949, fue su secretario privado y se convirtió en el primer director del Hospital Neuropsiquiátrico de Salta hasta que el Golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón, lo condenó al aislamiento profesional primero, a la resistencia política después y finalmente al juego político abierto al interior del peronismo salteño y entonces la vida de Ragone cambió por completo: además de ser el hijo de inmigrantes napolitanos que se convirtió en “M´hijo el dotor” de la familia confirmando que la educación pública posibilitaba movilidad social ascendente; se convirtió en el hombre de pueblo que llegaba a la gobernación de una provincia siempre administrada por sectores a los que Ragone se opuso.
El terco Miguel
El secuestro y desaparición de Miguel Ragone no obedeció sólo a su austeridad gubernamental o que su gestión priorizara la atención de los desposeídos; obedeció sobre todo al hecho de liderar un proyecto político que para llegar a la gobernación protagonizó un hecho inédito aunque finalmente efímero del justicialismo provincial: encabezar un tipo de peronismo que sosteniéndose en una juventud que estaba segura de que la hora del “trasvasamiento generacional” y la “actualización doctrinaria” había llegado, se impuso a una burocracia sindical y sectores oligárquicos que desde 1945 habían copado el manejo del Partido Justicialista.
De allí que el triunfo de Ragone en Salta fuera doblemente espectacular: por representar a sectores históricamente subalternos en el justicialismo y porque su 57% de los votos eran producto de las 121.472 voluntades cosechadas que dejaron muy atrás a la fuerza que ocupó el segundo lugar en ese entonces: el Movimiento Popular Salteño que sólo obtuvo 33.925.
La contundencia no fue obstáculo para que 17 meses después, el médico fuera eyectado de su cargo por una intervención dispuesta por el propio justicialismo que ya había sufrido la muerte de la peor versión de Perón: el que culminó su carrera volcándose a alianzas abiertas con un sindicalismo burocratizado y dejando actuar a los pelotones de la muerte de la Triple A que organizaba desde el Ministerio de Bienestar Social el nefasto José López Rega. De allí que la intervención federal a Ragone no haya sido una excepción en aquel proceso. Ya nada quedaba del Perón que reivindicaba a la “juventud maravillosa” que armas en mano y copando las calles posibilitaron su vuelta al país. El Perón de 1973 y 1974 era el que exigía las renuncias de funcionarios asociados a la izquierda y pedía intervenir a las provincias vinculadas con la “Tendencia revolucionaria del peronismo”.
La muerte del viejo líder sólo sirvió para que el Estado quedara a merced de justicialistas que identificaban comunismo con todo lo que poseía aroma a progresismo. Ragone era cosa juzgada para ellos y a Olivio Ríos corresponderá tensar las contradicciones al máximo para facilitar la intervención partidaria. Ríos era un dirigente telefónico elegido como compañero de fórmula de Ragone cuando éste se impuso en las internas de 1972 al peronismo ortodoxo. Fue el hombre que ni bien Ragone asumió la gobernación, hizo todo para entorpecer la gestión y horadar la autoridad del médico en medio de una época tumultuosa: copó la Casa de Gobierno mientras Ragone estaba en Buenos Aires; impulsó a varios sindicatos a declarar “persona no grata” al gobernador; apañó huelgas que exigían la renuncia del primer mandatario; y finalmente apoyó la intervención que destituyó a Ragone del gobierno en nombre de la disciplina partidaria.
En Mitre 23 desembarcó en noviembre de 1974 José Mosquera. Un cordobés que había cumplido funciones similares en su provincia cuando, con la misma lógica, Perón la intervino para deshacerse del gobernador y el vicegobernador también relacionados con la “tendencia”. Mosquera venía a disciplinar y tras condenar al ostracismo político al propio Ragone, desataba un proceso que los medios titularían con letras catástrofe: “operativos antisubversivos” diversos en Capital, Orán, Güemes o Tartagal.
Al frente de los mismos figuraba siempre un nombre: Joaquín Guil, el hombre que hoy cumple condena por el secuestro y la desaparición del propio Ragone; el policía que haciendo de la tortura un arte perverso estaba al servicio de quienes no toleraban que el Terco Miguel buscara reagrupar fuerzas al interior del peronismo para recuperar la conducción de esa fuerza. El final de la historia la conocemos, aun cuando su cuerpo como el de otros 30.000 compañeros nunca haya aparecido.
Nostalgias
Y entonces uno recuerda la Facultad de Medicina en el coqueto barrio de La Recoleta de la ciudad de Buenos Aires. Allí había estudiado ese provinciano, en ese edificio de la calle Paraguay 2.155 que es imponente y cuyas enormes escalinatas depositan al visitante a alguno de los cuatro enormes portones de ingreso. Ni bien traspasa uno alguno de esos ingresos, se encuentra en un hall también enorme que incluye un espacio de la memoria. Allí están engarzados a la pared 202 portarretratos que indican el nombre de los estudiantes, docentes y no docentes de esa Facultad que fueron desaparecidos durante la última dictadura.
En 84 casos, el nombre y apellido están acompañados por fotografías que por lo general son de jóvenes con expresión decidida y miradas inquietas e inteligentes, propias de quienes se sienten a gusto con la vida. A ellos luego los alcanzó el horror. A ellos y a Miguel Ragone que también se educó entre las paredes de la institución que el 24 de marzo del año 2016 lo homenajeó con el título de Dr. Honoris Causa.
Son varios los motivos paras celebrar esa distinción post mortem. De todos ellos habría que resaltar uno: tal reconocimiento a quien fuera el único de los gobernadores desaparecidos por la dictadura en el corazón político y administrativo del país, fisura la mirada metropolitana de la historia nacional. Un tipo de mirada que concibiendo como central a hechos y figuras producidas o surgidas en un espacio determinado, mezquina sitiales a los procesos y las personalidades que forman parte del interior nacional. Martín Miguel de Güemes es un ejemplo clásico de esa situación. Miguel Ragone también lo es en lo que a historia reciente se refiere.
Lo último puede confirmarse con un ejercicio simple. Los tres tomos editados entre 1998 y 1999 -“La Voluntad” de Eduardo Anguita y Martín Caparros- que iniciaron el interés de la historiografía por reconstruir la militancia revolucionaria durante los 60 y 70, reúnen un total de 1913 páginas que sólo mencionan dos veces a Miguel Ragone; en la página 136 del Tomo 1 y en la página 43 del Tomo II. En ambos casos para recordar lo mismo: que junto a Oscar Bidegain en Buenos Aires, Obregón Cano en Córdoba, Martínez Baca en Mendoza y Jorge Cepernic en Santa Cruz; Ragone era de los candidatos a gobernador en 1973 que recibían el apoyo de la tendencia revolucionaria del peronismo.