domingo 28 de abril de 2024
17.5 C
Salta

Los años 80 | Cuando Salta cobijó a leyendas del boxeo internacional, pero todo salía mal

Para la prensa especializada, fueron 52 días de leyenda. El artífice de ello fue el empresario Miguel Ángel Herrera quien trajo a figuras como Pipino Cuevas y Wilfred Benítez, quien terminó mendigando en las calles de la ciudad.

“El empresario Miguel Ángel Herrera transformó a la ciudad norteña en el epicentro del boxeo al traer a dos ex campeones del mundo. Pero casi nada terminó como tenía planeado”, reza un largo artículo publicado por el diario Clarín durante el fin de semana. Ocurrió a mediados de la década de 1980 y el hombre que estuvo atrás de esas veladas fue el empresario Miguel Ángel Herrera. “El Gordo, como lo llamaban, trabajaba desde principios de la década de 1960 organizando eventos artísticos y deportivos, aunque su pasión era el boxeo. No solo era promotor, sino que además representó a los principales púgiles salteños como Farid Salim, Víctor Cárdenas o Miguel Ángel Arroyo”.

Herrera había logrado que Carlos Monzón y Nicolino Locche vinieran a la provincia siendo campeones mundiales en 1971, pero su auge estuvo en el año 1986. En días en que Argentina no tenía monarcas planetarios, Herrera consiguió que uno de sus boxeadores, Rubén Condorí, disputara la corona supermosca del Consejo Mundial de Boxeo. Y consiguió también que el mexicano Gilberto Román expusiera por segunda vez esa corona en territorio salteño. El 18 de julio de 1986, Román derrotó por puntos a Condorí en el Delmi. Esa noche no se llenaron ni las tribunas ni el ring side en buena medida por el precio de las localidades que costaban entre 40 y 60 australes en tiempos en que el salario mínimo no llegaba a los 100.

“El evento generó pérdidas, pero eso no amedrentó a Herrera, sino que lo hizo redoblar la apuesta. Así, su objetivo siguiente fue llevar a Salta a Pipino Isidro Cuevas González”. El mexicano fue uno de los campeones mundiales más jóvenes y tenía un gancho zurdo demoledor hizo 11 defensas exitosas. Su reinado terminó cuando el norteamericano Tommy Hearns lo despachó en menos de seis minutos de acción el 2 de agosto de 1980 en Detroit. Desde entonces, la carrera del joven Cuevas alternó períodos de inactividad, algunas victorias menores y unas cuantas derrotas. “Pese a ello, todavía confiaba, a los 28 años, en darle un segundo impulso a su trayectoria. Y para ello decidió bajar hasta Salta”, recuerda la nota citada.

La idea original era que el mexicano enfrentara el 3 de octubre en el Delmi al “Puma” Miguel Ángel Arroyo, quien era campeón argentino y sudamericano de la categoría wélter, tenía 21 años, 29 victorias en 32 salidas profesionales, una poderosa pegada y un estilo de ataque continuo. Algo de ello no convencía al visitante ilustre. Pero el manager de Pipino no quería ese rival y ello llevo a modificar los plantes. Entonces apareció el nombre del ex campeón argentino ligero Lorenzo García, que a los 30 años también había visto pasar sus días más esplendorosos. Se pactó que García fuera el rival de Cuevas el 3 de octubre en un combate a realizarse en el Salta Club (y no en el Delmi). Se planteó que si el mexicano ganaba luego se mediría con el santafesino Carlos Manuel del Valle Herrera y finalmente con el Puma Arroyo, siempre en Salta.

Cuevas llegó al país el 29 de septiembre a Ezeiza y cinco horas después partió hacia Salta. Declaró que su objetivo era “volver a ganar un título mundial” y que por eso se estaba preparando “como en mis mejores épocas”. Cuando el mexicano ya estaba instalado en Salta, surgió otro imprevisto: días antes de la pelea, Miguel Herrera anunció que la velada se postergaría 96 horas debido a que ese viernes la atención deportiva estaría depositada en el desempate que disputarían River y Argentinos Juniors en el estadio José Amalfitani, que definiría a uno de los finalistas de la Copa Libertadores y que sería televisado en directo para el interior del país.

La expectativa se multiplicó con el correr de las jornadas, al punto que el martes 7 de octubre la capacidad del estadio se vio superada. Sin embargo, el público se encontró esa noche con una versión de Cuevas muy lejana a la de los años de esplendor. Pipino nunca renunció a atacar ni a ofrecer un buen espectáculo para el público, pero con ello no le alcanzó para doblegar al inteligente García que se quedó con la victoria por puntos tras 10 rounds.

El resultado dejó sumamente disconforme a Miguel Herrera. “Es la primera vez en 26 años que me pronuncio públicamente en contra de la decisión de los jueces, pero el fallo fue absurdo”, disparó el promotor, quien aseguró que la decisión había premiado a quien definió como “un ladrón del boxeo”. Ajeno a ello, Lorenzo García declaró que “Fue una aventura haberle ganado a mi ídolo”. Treinta y nueve días después vencería en el Luna Park al Puma Arroyo, el hombre al que Cuevas había eludido.

De campeón a mendigo

La derrota de Pipino Cuevas frustró la posibilidad de otra presentación en el país. Herrera dejó atrás la rabieta por el fallo y se enfocó en el desafío de llevar a Salta a otro gigante venido a menos: el puertorriqueño Wilfred Benítez. Al igual que Pipino, Benítez había deslumbrado desde la adolescencia. Obtuvo su primer título mundial en marzo de 1976 con apenas con 17 años. Había sumado su segundo cinturón en enero de 1979 y había añadido el tercero en mayo de 1981. “Así, se había convertido en el quinto boxeador en ganar tres títulos mundiales en distintas divisiones y el más joven en lograrlo, con 22 años y 253 días”, recuerda el artículo.

Pero como Cuevas, Benítez también había iniciado su ocaso siendo muy joven y después de una derrota ante Tommy Hearns en 1982. El declive deportivo había ido de la mano del quebranto económico, pese a que había ganado más de seis millones de dólares durante sus años de oro. La necesidad de billetes y el deseo de conocer el país donde había nacido Carlos Monzón lo trajeron a Salta con sus 28 años.

Se suponía que su rival sería Arroyo, pero el Puma terminó pactando para enfrentar por esos días a Lorenzo García, por lo que su adversario fue el experimentado santafesino Carlos Maria del Valle Herrera. La pelea iba a realizarse el 14 de noviembre, pero se postergó para el 21 en medio de rumores que indicaban que el puertorriqueño volvería a su país debido a su mal estado físico. Y el 21 debió suspenderse apenas unos minutos antes de que se abrieran las puertas del Polideportivo Delmi debido a que a Miguel Herrera le había sido trabado un embargo por el que se retuvo el dinero que había en las boleterías. Ese día, el promotor debió ser atendido por un médico porque sufrió una baja de presión como consecuencia de la situación.

La pelea terminó concretándose el 28 de noviembre. “Como había sucedido con la presentación de Cuevas 52 días antes, el público salteño tampoco pudo deleitarse con las virtudes del visitante. Benítez fue una sombra de aquel púgil que se había ganado el apodo de Radar por su capacidad para anticipar los golpes de sus adversarios”, lamenta la nota. “Deficientemente preparado (…) el boricua fue castigado desde el primer asalto. En el tercero, un potente golpe a la mandíbula lo mandó a la lona. Se levantó visiblemente conmovido, escuchó la cuenta de protección y fue salvado por la campana, mientras Herrera pedía al árbitro que detuviera el pleito. Sin fuerza, sin velocidad y sin reflejos, el ex campeón mundial soportó otras tres vueltas de dura paliza. Recién después del sexto episodio el médico de turno lo revisó y le recomendó al árbitro que pusiera fin a un duelo que ya no era tal”.

Wilfred Benítez junto a su padre y entrenador.

Esa tunda fue apenas el comienzo del periplo de Benítez en Salta, donde permaneció durante más de un año. Miguel Herrera fue acusado de haberlo estafado y haberle sustraído su pasaporte. El empresario sostuvo que no solo le había abonado los 14.000 dólares pactados, sino que además había cubierto los gastos que había generado la larga y errática estadía del boxeador. “El error fue mío: para no verlo, le daba plata. En un momento, mi familia me dijo: ‘Benítez o nosotros. Te está volviendo loco’”, explicó en una entrevista publicada en el diario El Tribuno.

A fines de 1987, Leonardo González, un enviado del Gobierno puertorriqueño, viajó a Salta para hallar al pugilista y llevarlo de regreso a San Juan. Luego reveló que lo había encontrado desnutrido, extraviado y con dificultades para hilar frases coherentes. Varias personas aseguraron que lo habían visto mendigar en las calles. De vuelta en su país, Benítez fue internado durante algunas semanas y su licencia de boxeador fue cancelada. “Su penoso andar por el cuadrilátero del Delmi no marcó su despedida del boxeo (…) En 1996 le fue diagnosticada una encefalopatía traumática crónica que le fue quitando casi por completo el habla y la movilidad”.

Archivos

Otras noticias