viernes 6 de diciembre de 2024
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Good Bye Lenin | Los hijos del postcomunismo ruso

Una crónica del periodista Edi Zunino en Rusia, arroja luces sobre esa generación que nació al final de la URSS. ¿Qué les quedó a ellos de ese pasado que nunca fue su presente? ¿Hasta qué punto son lo nuevo?

Eran siete. Terminaron siendo seis. Justo antes de comenzar la charla, Anastasia Shelepova (26, actriz, bailarina, profesora de español) se enteró por WhatsApp de que debía volver urgente a casa porque su hijito de 2 años se había lastimado. Nada grave, por suerte. Cosas de chicos. Anastasia tuvo ese hijo con un argentino. Se separaron poco después del parto. Nunca pensó en abortar, pese a que la práctica es legal en Rusia desde hace un siglo. Hay muchas madres solas por elección. “Una cosa es ser mamá. Otra muy diferente, ser esposa”, dice, sonriente, en el apuro de la despedida. El divorcio es infinitamente más habitual que la interrupción voluntaria del embarazo. Cero polémica. Las cosas son así, para estos chicos, desde los tiempos de sus bisabuelos. Se quedan a charlar Olga Lyápkina (20, estudiante de Política Mundial en la Universidad de Moscú); Natalie Sterdam (28, a punto de publicar su primer libro de viajes por Europa y América Latina); Anna Útkina (26, estudiante de Relaciones Internacionales y docente-ayudante de la misma UM); Vladimir Petrovskiy (29, ingeniero en Informática); Iván Ignatienko (24, actor) y Anastasia Lukyanova (23), traductora de español, inglés y francés, además de productora periodística de este encuentro al aire libre.

Refugio de estatuas

Estamos en el Parque de Bellas Artes Museon, un deliberado refugio para estatuas de los tiempos soviéticos ubicado a metros de la magnífica Catedral de Cristo Salvador, contra el Río Moskova. Ahí está Lenin. De piedra. Firme.

Ahí están ellos, hijos del poscomunismo en primera generación. De carne y hueso. Despatarrados en el suelo. Les cuento que a su edad, en 1986, estuve a punto de visitar Moscú para estudiar, invitado por el Komsomol Leninista (juventud del viejo Partido Comunista de la Unión Soviética). Lo que entonces no pudo ser por razones familiares, ahora, con 55 abriles, se hizo posible gracias a la invitación del canal TNT Sports, del Grupo Turner, para ver el debut de Argentina contra Islandia en el Mundial. Se ríen. Los rusos entienden las ironías de la vida. Y, sobre todo, de la Historia. Podría ser su padre. Los de ellos, los de veras, se formaron en el final del auge del “socialismo real” y desearon, de adultos, asfixiados de necesidades y prohibiciones, su derrumbe.

¿Qué les quedó a ellos de ese pasado que nunca fue su presente? ¿Hasta qué punto son lo nuevo? “Nací en Siberia. Soy hijo de un militar, anduvimos de aquí para allá toda mi infancia. Fui al jardín infantil en Hungría. El momento de la caída de la URSS fue durísimo. No había presupuesto para hacer deportes en las escuelas. El deporte lo hacíamos a las trompadas, peleándonos en la calle, en la plaza. Se ven mejoras hoy, pero nuestra generación no es protagonista. No tenemos mucho lugar en lo nuevo”, arranca Iván. Asiente a medias Anna: “Para mi madre fue una aventura tener hijos en una situación tan difícil. Pero eso nos ayudó a formarnos en saber cómo ganar dinero, conseguir un trabajo. Somos una generación muy trabajadora, muy fuerte desde ese punto de vista, en una Rusia que recuperó autoridad. Tuvimos que reinventarnos, pese a que otros, como Estados Unidos, preferían que no lo lográramos”.

Ante interlocutores jóvenes, imposible pasar por alto la educación. “Mis padres son profesores universitarios. Trabajaron mucho en países de habla hispana.

Volvieron en 1996, yo tenía un año. La educación en la URSS era de avanzada en contenidos y muy masiva, pero estricta, vertical, prohibitiva en sus formas. Crecimos con demasiados ‘no’ y el sistema sigue anclado ahí, no avanzó”, dice Anastasia, conocida en la Argentina por sus apariciones junto a Iván de Pineda (40) en el programa “Privet Rusia” (“Hola Rusia”), de TNT, como guía-traductora.

Vladimir interrumpe con una pregunta: “¿Atraso en comparación con qué? Ir al otro polo de una liberalización a ultranza tampoco estaría bien, por sí mismo eso no introduce parámetros claros. Es cierto que el sistema soviético carecía de emociones, pero ahora empieza a carecer de sentido”. Se mete Olga: “Está bien que la educación iguale desde las oportunidades, para eso está. Lo bueno es que nosotros no somos hijos de la ideología, de la propaganda; en todo caso, somos nietos… ¡Jajajá! El tiempo soviético es una reliquia, este es otro país. El aporte generacional no importa, pero vamos a una mayor democracia. Somos una generación perdida”.

“¡¿Democracia?! ¡Ah! ¿Saben que vivimos en un país democrático?”, corta Natalie. “No existe la democracia en Rusia. Tal vez nunca exista ni haya existido. Pero es falso que el presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, sea el ‘último tirano de Europa’, como lo llaman. Aquí tenemos el nuestro, pero mejor no hablar de eso…”, elude seguir.

Vladimir intenta componer: “Aquí hay más democracia en las cinco ciudades grandes, todos quieren vivir en Moscú. El nivel de vida es bueno. Pero fuera de las grandes urbes, todo es muy distinto”. Me pregunto en voz alta qué será para ellos la libertad, valor que sintetizó la utopía post soviética. “Tenemos voluntad de libertad y cierta libertad de consumo en lo individual. Pero en cuanto a la libertad de expresión, hay mucho por caminar en Rusia”, suelta Iván. “En todo tipo de sociedades hay límites a la libertad”, suma Vladimir. “La libertad es un mito. Todos la quieren. Nadie sabe qué es”, ensaya Anastasia. “A ver, amigos: somos más libres. Podemos salir del país a pasear, a estudiar”, define Anna. “En la URSS no estaba permitido pensar de otra manera. Hoy se puede, pero cuánto cuesta decir lo que uno piensa”, contrasta Olga. Y cambia de palabra: “A los rusos nos define la voluntad, no la libertad”.

La voluntad. Interesante. ¿Qué quiere decir? ¿Será cierto? “La voluntad surca nuestra literatura, nuestra historia, nuestra idiosincrasia… Así el zarismo se abrió a Europa y derrotó a Napoleón, con voluntad; así se hizo la revolución bolchevique y se derrotó al nazismo en la Gran Guerra Patria; así estamos queriendo demostrarle al mundo que somos independientes, modernos, que tenemos autoridad. Los rusos aguantamos todo”, advierte Anna. Contradice Anastasia: “Para mí es muy soviética la voluntad. Esto de aguantar, de soportar…”. En el párrafo anterior, Anna revalorizó la historia. ¿Tiene sentido la historia? “La historia rusa viene con la leche de mamá. La historia nos define. Es nuestra identidad”, gesticula Iván. Todos aplaudirán a Anna cuando diga: “Es que Rusia siempre salvó a los pueblos de los más terribles enemigos”. Ninguno de la ronda la desmentirá. A un siglo de la Revolución Rusa, ¿qué les inspira el término revolución?

Para Olga, “los cambios drásticos de sistema fueron trágicos para el país, también fue dramático el fin de la URSS; hay miedo al cambio, la gente prefiere buscar estabilidad”. Vladimir le da la razón. “Están subiendo los impuestos y nadie protesta”, comenta. Pide hablar Anastasia: “El ímpetu transformador de los inicios bolcheviques en la cultura, el arte, la distribución de derechos…, aquello quedó lejísimos. Nuestra generación sabe que no se puede cambiar demasiado, muchos opositores terminaron en la cárcel”. Anna duda: “Es verdad que nadie quiere cambios radicalizados. Sin embargo, como generación deberíamos hacer aportes más activos para mejorar las maneras en que se gobierna. Hasta 2010 hubo desarrollo de la economía y de nuestras relaciones con el mundo, luego nos estancamos. Veo muchos jóvenes buscando expresarse, ganar un mejor salario o irse”. Iván remata con un proverbio ruso: “Siempre esperamos hasta no poder más”. ¿Irse? ¿Muchos piensan en irse? Iván: “Sí”. Vladimir: “Piensan muchos. Lo hacen pocos”.

Anastasia: “Planificar el futuro en Rusia es muy difícil. La ciencia y la cultura perdieron fuerza. Y eso a los jóvenes nos expulsa”. Anna: “Depende, también, de lo que estudias. Yo estudio una carrera muy… cosmopolita, digamos. Conocer el mundo es esencial para mí”. Olga: “Es que el ruso está hecho para los tiempos duros. La comodidad y la chatura nos aburren”. Rusia, en todos los tiempos, se caracterizó por liderazgos masculinos fuertes, pero los derechos de la mujer están garantizados por ley. ¿Es, aun así, un país machista? Olga tiene la última palabra. “Más bien diría patriarcado. El machismo es arcaico, salvo en algunas zonas del interior. Moscú no es Rusia. Pero en Rusia la mujer tiene ganado su lugar”.

Fuente: Perfil

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