El oro blanco de las “energías limpias” promete salvar al mundo del cambio climático. Cuando la explotación es explotación, no hay remedio, sea con fracking, hidrocarburos offshore o energías “limpias”. Racionalidad “greenwashing”. (Franco Hessling)
Desde hace unas décadas se admitió una preocupación mundial, el cambio climático. Hace menos tiempo, desde la COP de Tokio, se le añadieron los gases de efecto invernadero. A partir de entonces, mil disculpas la falta de creatividad, cambio climático y calentamiento global han reducido la discusión ambiental de las naciones a eso: atemperar los gases de efecto invernadero para evitar el calentamiento global galopante y así mitigar el cambio climático.
El versito se recita super fácil y, entre otras cosas, se pinta de verde igual que la revolución agroindustrial de mediados de siglo XX y que la marea abortera de tiempos más cercanos. Igual que el color a esperanza con el que Diego Torres hipnotizó una generación de argentinos de buen corazón.
El cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) se vinculan con prácticamente toda otra devastación medioambiental que se conozca, desde los desmontes hasta las inundaciones, pasando por las sequías y los incendios forestales, sin dejar de mencionar la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos y la saturación de los suelos.
En términos medioambientales, entonces, hay que llevar la discusión más allá de la emisión de GEI. Con ese propósito en mente es indispensable tomar en consideración que la matriz fósil para la generación y distribución de la energía está en plena crisis. Y ahí aparecen las tan promocionadas energías renovables, bien verdes por supuesto. La crisis de la matriz fósil no se debe tanto a la escasez de hidrocarburos como a lo que se conoce como Tasa de Retorno Energético (T.R.E. por sus siglas en castellano antiguo).
La TRE implica que las inversiones que se hacen en exploración y extracción, aunque se va mejorando técnicamente -jamás a nivel medioambiental-, son demasiado costosas en relación a los recuperos que llegan una vez que esos hidrocarburos se venden en el mercado energético. Existe y todavía se practica el francking y la exploración de hidrocarburos offshore, pero la industria de la energía se prepara para mudarse a las energías más limpias, no convencionales y renovables. Y todos contentos, ambientalistas, capitalistas y fanáticos de la conciliación de clases, de intereses, de demandas, etc., etc., etc. de conciliaciones. De allí que el precio del barril de petróleo vaya en caída y que se anticipe la misma suerte para el BTU y el precio del gas en boca de pozo.
Sí señores, en pleno auge de la industria de las energías renovables, completamente acicateado por el conveniente “greenwashing”, Salta participa de una de las reservas más grandes de un insumo esencial de las baterías que tanto emplean los circuitos de energías renovables: el litio, el oro blanco de estos smart times. “Estamos salvaos, tenemos litio”, exclama el salteño ingenuo y confía en algún proyecto purohumo de Lucas Godoy.
De por sí, la explotación de litio en Argentina está apuntalada por capitales extranjeros. De todos modos, Salta está a la cabeza del cipayismo ante la inversión foránea con enormes beneficios e ingentes utilidades. Las divisas son ajenas, las ganancias también, pero el modelo jujeño -duele reconocerlo- es más digno. Y la tecnología de punta también es ajena, porque nada quedará en la puna cuando ya no haya litio para saquear. Igual que pasó cuando ya no hubo otros minerales, por ejemplo, en La Casualidad.
Aunque tengamos muchísimo litio, el entreguismo de la clase dirigente y de la oligarquía locales más la racionalidad capitalista guiando el aprovechamiento no dejan lugar a dudas: ni se mitigará el cambio climático ni habrá una mejor convivencia en el planeta, pues las grandes injusticias sociales y la mentalidad de rapiña, tan propias del capitalismo, no cederán. Aunque sea verde y con energías renovables, el capitalismo es capitalismo. Y no hay matices, no diga estupideces andinistas don García Linera.