Junto a nueve compañeros, Julio Herrera ocupaba las Islas Sándwich del Sur. A 42 años del conflicto, habla del encierro en un buque, la vuelta a casa, el olvido y de aquello que a los veteranos les “hincha el corazón”.
No hay nada en Julio Herrera que denote algún tipo de euforia bélica. No hay alarde de ningún tipo. Habla pausadamente y con ademanes sobrios de aquellos tiempos en los que había que ser muy duro para soportar temperaturas de -20°C combinadas con vientos de 60 kilómetros por hora que causaban una sensación térmica de 52 °C bajo cero en las Islas Sándwich del Sur. Llegó allí en diciembre del año 1981 como parte de un grupo que reafirmaba la soberanía sobre la isla con bases de investigación y comunicaciones.
Allí se enteraron por medio de un radiograma que las fuerzas armadas habían ocupado las Islas Malvinas. Ahora habla de aquellos días casi con timidez, como un favor que le hiciera a los conductores de Cuarto Oscuro, el programa de radio de Cuarto.com.ar que se emite en FM La Plaza (94.9) de lunes a viernes de 11.30 a 13.30.
“La verdad que no soy muy muy afecto a este tipo de entrevistas. Son cosas que la mayoría de nosotros, los que estuvimos allá, las guardamos para nuestro sentimiento. Las llevamos adentro”, dice Herrera, pero de todas maneras se presta al diálogo. Lo que revela es inédito para la mayoría y aclara que hay “cositas” de las que no habla, pero se abre y relata retazos de esa historia que merecen ser contadas en el presente y en el futuro, para que un pueblo rememore y extraiga enseñanzas de una experiencia que de modos distintos nos atraviesa a todos.
Nació en Salta el 2 de octubre de 1950. “Mi primaria la hice en la escuela Mitre y la secundaria en la Técnica 77, que de mañana era la Urquiza, en la Güemes y Zuviría. A los diecisiete años me enganché en la Armada como personal de cuadro suboficial. En la Isla Martín García fue mi ingreso. Después estuve en varias unidades navales hasta el año 82, cuando fue el conflicto”, cuenta. El detalle es importante. Julio era un militar de carrera, no uno de los miles de chicos de 18, 19 o 20 años que fueron a las islas. Tenía 32 años y era cabo principal, un equivalente a sargento en el ejército.
¿Dónde te encuentra el inicio de la guerra?
Nosotros en diciembre del año 1981 trasladamos un grupo de comandos y personal civil a las Islas Georgias para desarmar lo que era una factoría que estaba ahí. Después nosotros fuimos trasladados a las Islas Sandwich. Éramos parte de ocupar el espacio.
¿Ustedes como militares tenían información de que se venía la guerra o fueron a hacer tareas de rutina militar?
No, nosotros llegamos allá hasta que el día 2 de abril nos llega un radiograma de que se habían tomado las Islas Malvinas, y bueno… de ahí empezamos a ser partícipes. Pero como queda lejos de donde estábamos, el conflicto, éramos partícipes de tribuna, digamos, porque hasta allá no llegaban las unidades navales de ellos. Hasta que un día, el 19 de junio de ese año, fuimos rodeados por varias unidades navales de los británicos. El día domingo 20 de junio fuimos hechos prisioneros. Nosotros éramos diez tipos, siete de la Armada y tres de la Fuerza Aérea, y capituló el que teníamos de jefe y nos rendimos.
Llama la atención la fecha. Estás diciendo 19, 20 de junio. ¿El conflicto ya estaba terminado o no?
En Malvinas la capitulación había sido el 14 de junio. A nosotros nos toman prisioneros y se rinde el que era jefe de la base. En ningún lugar vos vas a escuchar o habrás leído que nosotros fuimos los últimos en rendirnos. Sí en la historia de los británicos. De ahí fuimos trasladados en una unidad naval.
¿Entre el 2 de abril y el 19 de julio cómo fue la vida ahí?
Nosotros desarrollamos una vida normal, rutinaria. No teníamos mucho armamento para repeler un ataque violento de ellos. Éramos diez gatos locos que estábamos ahí con unas cuantas dinamitas, fusiles y armas de puño. No había mucho porque en realidad yo estimo que los que planearon esta guerra, de parte nuestra, nunca pensaron que iban a llegar hasta allá los británicos. Bueno, llegaron. No hubo enfrentamiento así de frente con los británicos. ¿Qué íbamos a hacer? Diez gatos locos contra tres unidades navales, helicópteros y todo ese tipo de cosas. Al final, un día domingo, el que era jefe de la base, en ese entonces el teniente de corbeta, Félix Enrique Peralta Martínez, un hombre de Mar del Plata, se rindió.
Antes enarbolamos la bandera más grande que teníamos en un mástil y cantamos el Himno Nacional. Después fuimos trasladados en unidad naval de ellos, en un buque de reabastecimiento de combustible. El Olmeda se llamaba el barco. Ahí fue el peor momento que pasamos. Estuvimos dos días en un cuartito chiquito durmiendo los diez en bolsas de cama. Todas las noches nos hacían simulacros de fusilamiento. Pero gracias a Dios a ninguno de nosotros lo afectó psicológicamente.
El petrolero Olmeda fue un barco de apoyo logístico del HMS Endurance, de la fragata HMS Yarmout y del remolcador Salvageman que el contralmirante británico John Woodward dispuso para expulsar a los argentinos de las Islas Morrell y Sandwich del Sur. Allí estuvieron el salteño Herrera y sus compañeros durante «dos días complicados», según cuenta.
«El barco ese era un barco civil, pero tenía grupo comando y de elite de ellos. Los tipos aparentemente en estado de ebriedad todas las noches nos hacían los simulacros de fusilamiento. Es jodido que te hagan con la ametralladora desde la puerta mientras vos estás durmiendo en las bolsas de dormir, que te tiren cosas y con el arma te hagan como si te estuvieran fusilando. Después ir al baño con las puertas abiertas y tener a un tipo con un fusil apuntándote, todo ese tipo de cosas. Después nos pasaron a una corbeta de ellos. Ahí sí nos rindieron honores toda la plana mayor de ese barco. Después nos llevaron a Malvinas», cuenta.
¿La corbeta ya es algo estrictamente militar?
Todos son militares. Ahí fuimos tratados como héroes de guerra, muy bien tratados. Tuvimos dos días hasta que nos llevaron a Malvinas, a Gran Malvina. Ahí en tierra estuvimos varios días hasta que nos trasladaron a un barco de apoyo logístico de ellos que se llamaba Saint Edmund.
El Saint Edmund fue uno de los barcos ingleses que sacaron a más de 11 mil combatientes de las Islas Malvinas. El Camberra fue el más grande. También estuvo el ARA Bahía Paraíso, que trasladó 1661 hombres; el Northland, a 1992; el Almirante Irízar, casi mil; y el Saint Edmund, a otros 700 hombres.
Julio sigue su relato: «Ahí estuvimos varios días hasta que un día zarpamos del puerto y fueron al estrecho San Carlos. En San Carlos también estuvimos varios días. Ahí estuvieron la mayoría de los de los prisioneros que quedaban al último. En el caso mío fui el prisionero 518. Ahí programamos, en un acto de locura, asaltar el barco sin armas, sin nada. Era un grupo de comandos. En ese barco estaba prisionero el que era gobernador de la isla de parte del Ejército Argentino: el general (Mario Benjamín) Menéndez. Él se enteró, no sé cómo, y nos dijo ‘Muchachos, no vayan a hacer ninguna locura porque ya nos llevan al continente’. Dicho y hecho. El 14 de julio, en Puerto Madryn, nos desembarcaron».
Cuando llegaste a las islas en calidad de prisionero, ¿te encontraste con los que habían peleado en la Islas? ¿Qué recuerdo tenés de eso?
Lo que pasa es que nosotros al ser un grupo especial nos llevaron a un lugar particular, a donde estaban los cabecillas del Ejército, de la Fuerza Aérea y el grupito nuestro de la Armada. Así que no hemos tenido mucho contacto con la gente que había estado en los pozos de zorro y todo ese tipo de cosas. Sí cuando estuvimos prisioneros en el barco Saint Edmund. Ahí compartimos. No mucho, pero compartimos.
¿Entre los cabecillas de las distintas armas había reproches, se pasaban facturas, se criticaban, o todos tenían un discurso uniforme de que las cosas se habían hecho bien?
No. Yo sí, por ahí, porque nosotros en la Armada no podíamos en ese entonces usar barba ni bigote y yo tenía barba y bigote. Un oficial de la Armada le dice al jefe nuestro que nos afeitemos porque estábamos dando mal aspecto; siendo todos prisioneros de guerra y comiendo todos lo mismo… el tipo estaba completamente equivocado. No le dimos bolilla, pero fue el único encontronazo. Después pasó. Llegamos así. El día 14 de julio nos llevaron a la base naval de Trelew en colectivo.
De ahí nos trasladaron en avión al aeropuerto de La Plata y después nos llevaron al Hospital Naval del Río Santiago. Ya nos habían separado. A los que eran de la Fuerza Aérea se los llevaron los de la Fuerza Aérea; los de la Armada, la Armada; y los del Ejército, el Ejército.
A los que veníamos en el avión de la Armada nos llevaron ahí al Hospital Naval y nos hicieron revisación médica, todo ese tipo de cosas. Nosotros, el grupito de los siete que éramos de la Armada, no teníamos permitido decir una palabra de lo que había sido la guerra por gente del servicio de inteligencia de la Armada. Así que, bueno, nos hicieron revisaciones, análisis y ese mismo día nos dieron licencia psiquiátrica. Yo tenía a mi hermano en Buenos Aires que trabajara en el ferrocarril. Después de las doce de la noche llegué ahí a Buenos Aires, en Tapiales. Le golpeé la puerta con mi pequeña bolsita de las cosas que me quedaban. Un par de días después me vine acá a Salta con la licencia psiquiátrica.
Al regresar me presento a donde yo pertenecía, al comando de la Armada. En los traslados que hubo en ese entonces, me trasladaron acá al Liceo Naval, al Francisco Gurruchaga, acá en Salta, en Ciudad del Milagro. Yo tengo mi casa ahí, a tres cuadras del Liceo. Ahí estuve un año y pico hasta que regresé de vuelta a Puerto Belgrano y ahí siguió mi carrera. Finalicé mi carrera con 36 años de servicio y me retiré como suboficial mayor, con la máxima jerarquía y la mayor antigüedad. Ese ha sido mi derrotero dentro de la Armada, ¿viste? Con muchas millas navegadas. Estuve en la Antártida, en comisión en Norteamérica un par de veces, en Canadá, en Brasil. Así que no me puedo quejar de lo que ha sido mi carrera militar después del conflicto en Malvinas.
Volviendo a lo anterior. Cuando se encontraron todos en el barco, los que habían estado en Malvinas y ustedes que venían de las Islas Sándwich, ¿cómo era el clima? Porque por ahí escuchamos cómo ex combatientes decían lo feo de la derrota. ¿Cómo lo vivió?
Nosotros éramos los siete que estábamos en la Armada en un camarotito que era para cuatro. Cuatro camas y tres dormíamos en el piso, en bolsas de dormir. Y después no había mucho contacto con el resto de la gente. Todo el tiempo estábamos en ese camarote. Únicamente te podías juntar con algunos grupos cuando se iba a almorzar. Entre comillas almorzar, porque era un huevito duro, una salchicha y una fetita de pan lactal. Salías del comedor en fila, te daban un cigarrito y te hacían dar un par de vueltas por la cubierta principal del barco y otra vez de vuelta al lugar donde estabas prisionero.
¿Cuál era el trato de los británicos?
A pesar de ser un buque que era civil, estaba tripulado por personal de la Armada. El trato ha sido bastante… no te digo cordial, pero tampoco áspero. Con las reglas que establece la Convención de Ginebra. Algo que me había olvidado: antes de desembarcar el 14 de julio en el muelle de Alvar de Puerto Madryn, a medida que íbamos bajando nos hacían firmar un papel y nos pagaron 8 libras esterlinas a cada uno, con un billete de 5 y tres de 1. Lo que establece la Convención de Ginebra. Yo, en vez de haberlo guardado como recuerdo de todo aquello, en alguna oportunidad andaba apretado de plata y lo tuve que cambiar (risas).
¿En qué condición física y psicológica volviste al territorio argentino?
Psicológicamente llegué bien. Físicamente, mal. Yo tengo cierta estatura y cuando volvimos de allá volví con cincuenta y cuatro kilos, así que imagínate. En ese entonces también fui deportista, hice muchas actividades y tenía unos 66 kilos, siempre me mantenía ese ese peso. Así que cuando volví a Salta parecía un cadáver.
¿Por qué les impidieron contar lo que habían visto, lo que habían hecho, lo que había pasado allá?
Y era una orden de la jefatura. Ni idea nosotros. Primera vez que cuento esto de los momentos que pasamos en calidad de prisioneros. Mi familia también lo sabe, pero después, otras cositas que son un poco más graves me las reservo para mí.
Siempre se habló de que muchos gobiernos desmalvinizaron, tuvieron políticas de no hablar. No en el sentido de acatar una orden, sino de que la sociedad no se acuerde, de combatientes a los que se querían tapar. ¿Vos sentís eso?
Cuando llegamos de allá sentimos que nos estaban ocultando, que nos querían tapar. Ya en el continente no nos permitieron tener contacto directo con la gente del pueblo. Entonces, la gente del pueblo no ha sentido mucho lo que nos pasaba a nosotros o lo que nos pasó. Después de varios años recién se empezó a tomar conciencia de todo esto, porque al principio fue una cosa; una locura de algunos militares que estaban al frente del gobierno nacional y que nosotros éramos los chicos de la guerra. Pero después se empezó a tomar conciencia, aunque hasta el día de hoy hay gente que no reconoce.
¿Cómo vivieron el hecho de que hubo más muertos por suicidios que en combate entre los veteranos?
Hubo mucha gente que se suicidó. Fue gente que quedó tocada mentalmente y no supo de pronto soportar el momento y ese olvido que habían tenido tanto del gobierno como la sociedad. En el caso nuestro, acá yo no tengo ningún compañero de los que estuvimos juntos. De los siete que eran en la marina, soy el único que estoy acá en Salta. De los siete, nunca más después de esas noches de prisioneros, o de esos días hasta llegar al hospital naval, volvimos a vernos. Me volví a ver con uno solo en una oportunidad. Un muchacho que vive en Tandil que vino a visitarme acá en Salta. Pero después no tuvimos oportunidad de juntarnos nunca más. No sé la vida de los otros tampoco.
Cuando viniste y estuviste en el Liceo Naval en Salta, ¿cómo te trataba la gente? ¿Te preguntaba, estaba interesada por tu historia, por tu experiencia o no se hablaba de ese tema?
No. La gente acá ni bolilla te daba. Lo que sí, la gente del Liceo Naval, me tenía mucho respeto y bueno… me admiraba por todo lo que habíamos pasado. Pero después, los vecinos del barrio ni idea tenían de que yo había estado en allá. Te digo, hasta en estos días que pasaron del 2 de abril hay gente del barrio, que es un barrio chico, que recién se estaba enterando que ahí en el barrio hay tres ex combatientes: uno que estuvo el Ejército, otro que es sobreviviente del Crucero ARA General Belgrano y yo.
Esto muestra cómo en algún momento hubo cierto desinterés por un tema tan importante, pero también responde a cierto hermetismo de ustedes, de no hablar más allá de la orden que tenían. ¿Es porque son generalmente así o porque sentían que el otro estaba desinteresado?
Hace un par de años atrás las escuelas nos convocaban para que fuéramos cuando se hacía el acto, para que los chicos nos conozcan y contemos partecitas de nuestra historia. En estos dos o tres últimos años no fuimos convocados por las escuelas; el canal de televisión de acá de Salta, Canal 11, no publicó nada de lo que pasó en el aniversario. Parece ser de que nos ignoran y a nosotros nos duele un poco.
En la ciudad de Rosario de Santa Fe hay una cosa muy linda: al lado del memorial que recuerda los caídos, está el nombre de los rosarinos que todavía viven en Rosario y que estuvieron en combate. Dice: «En esta ciudad viven estos héroes, no solo los caídos, sino viven, están en nosotros». ¿Te gustaría una cosa así acá en Salta?
En algunas provincias o localidades chicas, los intendentes de turno se han tomado el laburo de hacer una plaquita y en las casas donde viven los ex combatientes figuran. Es un pequeño homenaje. Acá en Salta tenemos nosotros dónde está el monumento. Hay varias placas en donde están todos los que estuvimos allí en Malvinas, con nombre y apellido.
¿Qué espera para adelante con esta causa?
Lo único que siempre digo es que es importante que se dé mucha difusión para que el reclamo por la soberanía de Malvinas siga vigente, que la gente tome más conciencia de que esas islas desde 1833 han sido usurpadas por una potencia mundial bélica. Nosotros no tenemos con qué competir. Ellos y Norteamérica son los mayores guerreros del mundo. Donde hay guerra están ellos presentes. Nosotros con poquito les quisimos hacer frente. Nunca se pensó que de tal distancia iban a venir a tratar de recobrar. Es un lugar estratégico para cualquier país. Vos rompiendo el Canal de Panamá, el único lugar que tenés para comunicar el Pacífico con el Atlántico es precisamente por la parte sur.
Digo a no olvidarse. A nosotros nos llena de alegría, nos hincha el corazón cada vez que alguien viene, nos da la mano y nos agradece. Cualquier desconocido. Eso es importante realmente para que se mantenga viva la llama esa y que no quede en el olvido.
Entrevista completa: