domingo 28 de abril de 2024
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Ni voto a Milei ni voto en blanco | El límite contra los inquisidores siglo XXI es votar a Sergio Massa

Hay momentos en los que debemos tomar postura. Nos sumamos al esfuerzo de quienes no quieren el triunfo de una fórmula que descree de la democracia y supondría un quiebre tras cuarenta años. (Daniel Avalos)

Sería largo enumerar las barbaridades con que Javier Milei propone desmontar lo que funciona bien o lo que no andando tan bien puede mejorarse. También los muchos insultos con que descalifica o busca dañar al otro. La simple enumeración haría perder de vista lo central: sus propuestas replican realidades que enriquecieron a un puñado de poderosos que durante el siglo XX emularon a las aristocracias europeas y en el XXI a los jeques saudíes.

Poderosos que dicen estar “asfixiados” por derechos que Milei promete erradicar para que hombres y mujeres nos batamos permanentemente a duelo. Una glorificación del individualismo que según él permite que surjan los mejores, aunque la historia nos enseñe que en esa selva glorificada ganan los dueños del látigo y siempre pierden los argentinos que gozan del derecho a la educación desde los tiempos de Sarmiento, pueden atenderse en un hospital público desde hace setenta años o pueden aferrarse a sus derechos laborales echando mano a un sistema legal que los contempla aun en tiempos en donde los poderosos buscan tijeretearlos en nombre de la liberación de las fuerzas productivas. Si hasta ahora no han logrado lo que ellos quieren, ello obedece a que los trabajadores que ganaron esas ventajas se niegan a que las mismas desaparezcan mientras los nuevos trabajadores que no gozan de iguales derechos aspiran a tenerlos.

Javier Milei y Victoria Villarruel dejan en claro que ese es el objetivo de un eventual gobierno libertario. También que están dispuestos a llevar adelante el mismo a cualquier precio. Lo ratifican con la abierta reivindicación de periodos y figuras que no dudaron en clausurar la democracia. Militares golpistas y asesinos confesos que declarándose atónitos por los “desquicios” que produce la democracia se erigieron en “jefes predestinados” para “liberar” a la nación de populistas, violaron las leyes, derrocaron gobiernos, instauraron dictaduras, cazaron opositores, encarcelaron a sospechosos, se entregaron a la sádica práctica de la tortura para que el torturado delate, asesinaron a estos cuando el macabro arte de causar dolor físico al otro dejaba de funcionar para finalmente asesinar y desaparecer los cuerpos con el objetivo de ocultar las evidencias del genocidio.

La elección del próximo domingo no es una más de las que suceden desde el año 1983. No hay acá contendientes que abrazando criterios de convivencia democrática ofertan al electorado una promesa de futuro y una determinada forma de administrar al Estado. Hay acá una fórmula que explicita el deseo de inaugurar una época que desandando la historia nos depositaría en tiempos en donde la democracia no regía, que reivindica un individualismo tan radical que desemboca en la propuesta de escapar a la soberanía del Estado y que emplea al odio como herramienta de construcción política. Uno puede entender porque muchos se niegan a votar por Sergio Massa. Lo difícil de entender es por qué un argentino o argentina que carga con un legítimo enojo podría votar a Milei.

Deberemos admitir, no obstante, que figuras como las mencionadas serían estrellas fugaces en el firmamento de no ser por el auxilio que recibieron del establishment económico, político y hasta periodísticos de nuestro país. Establishment que dice conmoverse hasta las lágrimas con la poesía, el teatro, el cine u otro tipo de arte, pero que se entregó sin complejos a la tarea de convertir en alternativa política al simple y primitivo resentimiento. Establishment libertario que ha logrado de ese modo que muchos odien y estigmaticen al zurdo, al pobre, al militante, a la feminista, al piquetero, al que recibe un plan, al desempleado y a tantos otros que se han vuelto el blanco de ataques que los “cultos” empresarios, políticos o periodistas no necesariamente ejecutan, pero que si han orquestado dándole forma a discursos que atrasan siglos.

Por supuesto que había condiciones para ello. Tampoco hay dudas de que la llamada clase política carga con grandes culpas. Por ello a muchos les resulta difícil votar a Sergio Massa. Mucho más pedir el voto para él. Es pieza de un gobierno cuestionado y forma parte de una burocracia que incluye a peronistas, radicales y cambiemitas que desde hace cuarenta años controlan el Estado sin resolver problemas estructurales de la sociedad y patean para adelante abordajes que deberían haber sido encarados ayer. Y sin embargo, en este contexto, muchos creemos que sí es posible pedir el voto para Massa. Si pudiéramos distanciarnos un poco del abrumador proceso en el que estamos inmersos y si tal distanciamiento supone elevarnos un poco para lograr una mirada general del escenario, notaremos que en esta contienda es el candidato que propone terminar con la grieta que durante más de una década hizo que la mitad de la población no se hablara con la mitad restante; fin de la grieta que sería condición de posibilidad para acuerdos entre sectores que permitan encarar problemas medulares de nuestro país; y lo más importante de todo: encarar la tarea abrazando los criterios de convivencia democrática y sin atacar la matriz conceptual de derechos adquiridos que siempre viven en estado de tensión, pero que solo ahora pretenden ser desterrados del sentido común nacional.

No habría que subestimar esto último. Quien escribe no cree que la batalla cultural que encabezan Milei y Villarruel ya se haya resuelto en favor de ellos, pero tampoco tiene dudas de que empujan con la fuerza de los inquisidores medievales. Ponerles un límite el domingo resulta urgente. No hay otra forma de hacerlo que posibilitando el triunfo de Sergio Massa. El domingo hay en juego algo que trasciende a Massa: la continuidad de los valores democráticos o el fortalecimiento de los valores autoritarios. Javier Milei es claramente esto. Victoria Villarruel también. Lo explicitan cuando exponen sus programa políticos y económicos. No dicen que su programa es una posibilidad entre otras; dicen que su visión del país es la Única posible: quemar el Banco Central, dolarizar la moneda, eliminar la coparticipación a las provincias, también las tarifas, inhabilitar el congreso. Un “ultra posibilismo” que elimina de cuajo las otras voces a las que deshumanizan para sentir nula culpa de querer aniquilarlos. Lo hacen cuando acusan al Papa de ser el representante del maligno en la tierra; a peronistas, trotskistas y radicales de ser “ratas” comunistas; a Rodríguez Larreta de ser un “gusano” a aplastar; o cuando tildan de “piojosos” a quienes decidieron armar una pareja con personas del mismo sexo.

Seamos tajantes. Los llamados libertarios se podrán destacar por hacer un uso eficiente de las modernas tecnologías de la comunicación. Pero tal eficiencia está al servicio de un discurso arcaico, que recurre incluso a lo sobrenatural cuando el candidato a presidente consulta con su perro muerto sobre lo que debe hacer y que compite con las audacias reaccionarias de periodos dramáticos de la humanidad. Los espíritus democráticos debemos obturar la posibilidad de triunfo electoral de tal sector. No hay lugar para la neutralidad. Tampoco el voto en blanco lo es porque puede devenir en negro en un escenario de paridad que las encuestan registran. Quienes optan por esta variable aseguran que de ganar Milei pronto serán parte de los muchos que pondrán el cuerpo para impedir que un gobierno libertario arremeta contra derechos consagrados. No hay porqué dudar de la sinceridad del compromiso. ¿Pero por qué aventurarse ante una posibilidad de conflicto de costos impredecibles cuando el voto efectivo por el otro candidato puede desactivar lo indeseable?

Para quienes no concuerdan en nada con Milei pero tienen legitimas resistencias a votar por Sergio Massa nos atrevemos a recomendarle que voten por el candidato de Unión por la Patria. Pueden hacerlo sin necesidad de pensar en él. Alcanza con repasar como miles de personas sin militancia orgánica ni simpatías partidarias se lanzaron a los subtes, a los colectivos, a las plazas, a las escuelas, a los clubes de barrios y otros muchos espacios públicos para pedir a la tribuna que con su voto no permitan un retorno al pasado. Curioso. En un periodo híper politizado quienes se destacan son los héroes anónimos. Los que no buscan premios, tampoco cargos, ni se sienten héroes. Son los que simplemente sienten que deben cumplir con el deber de resguardar aquello que sin ser perfecto permita proyectar un futuro que pueden ser incierto, pero que es alternativa deseable al pasado que todavía duele.

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