Durante años fue señalado como el “mal ejemplo” de la política salteña. Sorteó todos los intentos por jubilarlo y evitó el retiro humillante que otros referentes de su generación protagonizaron en las últimas elecciones. (Daniel Avalos)
Manuel Santiago Godoy se retira de la Cámara de Diputados de la provincia de Salta, un ámbito que durante años se asoció con su figura. La mimetización entre ese cuerpo legislativo y su persona deslizó durante mucho tiempo a sus detractores a resaltar que el Indio simbolizaba a una clase dirigente que sofocaba el surgimiento de nuevos representantes para perpetuarse en el poder.
Quienes educaron sus ojos para ejercer una mirada política pausada, saben que semejante conclusión suponía un impulso equivocado. La permanencia en el cargo atraviesa a muchos políticos salteños a los que no se asocia con lo mismo. Los ejemplos de dos figuras que siempre se consideraron lo contrario a Godoy lo confirman: el trotskista Claudio del Pla y el cultor de la antipolítica Guillermo Durand Cornejo. El primero ingresó a la vida parlamentaria en 2001; el segundo tuvo una primera experiencia como concejal en 1993 y desde el año 2003 pasó por todos los cargos legislativos.
La comparación tiene un alto valor analítico: las adhesiones y los rencores que concitó Godoy en las últimas dos décadas no se explican por su permanencia en el cargo de diputado, sino por la centralidad política que adquirió en ese tiempo y que lo convirtió en parte de la cúpula política salteña. No es poca cosa en una provincia en donde todo lo que se hace o se deja de hacer parece depender de la voluntad de la misma. Todos los que llegaron y se mantienen allí saben que no saldrán frescos del proceso. Godoy también lo sabía, aunque claramente es de esos políticos cuyos deseos por estar siempre fueron más fuertes que el temor a morir en el intento.
Para resaltar lo menos obvio de ese recorrido político debemos precisar conceptualmente un aspecto: las cúpulas nunca son un bloque hegemónico sino un entramado de sectores dispuestos a tejer alianzas pero también a protagonizar disputas que le permitan mantener o incrementar lugares en la administración del Estado y grados de influencia. Godoy encabezó uno de esos sectores que tuvo como accionistas mayores a Juan Carlos Romero primero y Juan Manuel Urtubey después. Uno y otro fueron los portadores de promesas colectivas y los jefes políticos de la provincia. Como tales, crearon durante sus gobiernos una mesa chica que en la política palaciega vuelve a sus miembros parte de una sociedad unida por la dependencia y fidelidad al Jefe. Por debajo de ese primer anillo de Poder, se ubicaba el isismo municipal que con Miguel Isa de intendente podía presumir de ser parte fundamental de esa cúpula: votos propios en la capital salteña, capitanes disciplinados, despliegue territorial, recursos y servicios municipales que podían generar lealtades políticas y hasta un operador respetado por los jefes: Daniel Isa, hermano de un jefe comunal que solía moverse mucho, definirse poco, no agraviar a nadie y ganar elecciones.
Solo entonces podemos ubicar al sector que lideraba Santiago Godoy. No debió resultarle nada fácil llegar y mantenerse en ese lugar. Para corroborarlo podemos recordar un aspecto: recién en el año 1999 pudo acceder a la banca. Habían pasado dos años de las elecciones en donde ocupó el cuarto lugar de una lista encabezada por el joven Juan Manuel Urtubey, la hermana del gobernador Romero y el sindicalista Eduardo Ramos. El primero se convirtió en diputado nacional en las legislativas nacionales de 1999 y Godoy lo reemplazó en la Legislatura provincial. No es difícil explicar por qué un hombre al que luego se lo asoció al poder tenía tantas dificultades para ocupar lugares expectables en los armados electorales. Godoy iba a contramano de lo que promovía el gobernador Romero desde 1995: una generación de funcionarios que acorde a lo que ocurría en el país de Menem apostaba a funcionarios “modelo Domingo Cavallo”: tecnócratas promercados, jóvenes con títulos y especializaciones académicas y que despreciaban las reglas de la política a la que asociaban con un juego de palabras inconducente que entorpecían la generación de riquezas. Las víctimas principales de ese modelo que acá representaron los “Golden Boys” fueron los dirigentes justicialistas de la vieja escuela que fueron tildados de poco modernos y sin el prestigio suficiente para ocupar los cargos principales.
El romerismo ubicaba entre estos últimos a Godoy. Le reconocían vocación para la rosca, capacidad para contener a los descontentos y trabajo territorial, pero no calificaba para encabezar listas que debían catapultar a personas como Urtubey. La partida de este último a la Nación, decíamos, permitió al Indio entrar por la ventana a la Legislatura. Pronto dejaría en claro que llegaba para quedarse: presidió el Bloque Justicialista, logró ser reelegido en las elecciones de 2001 y en 2003 se convirtió en presidente de la Cámara de Diputados, cargo en el que estuvo hasta 2019. Desde entonces fue blanco del fuego amigo que insistía en que representaba lo viejo, al tiempo que la oposición –por derecha e izquierda– reproducía con otros sesgos ideológicos el mismo enunciado.
Godoy se volvió así en la figura maldita de los cultores de la nueva política, de los outsiders que dicen odiar a los políticos, de peronistas que reclaman el “trasvasamiento generacional” y de la izquierda que lo asociaba a las camarillas que obturan el avance de la historia hacia la revolución. Era el “mal ejemplo” al que propios y extraños querían erradicar sin éxito, porque aun cuando el Indio nunca quiso suprimir las contradicciones del círculo rojo provincial sí supo administrarlas para defender su grado de incidencia en la política salteña.
El dirigente nunca desconoció que esas competencias exhibidas sin complejos generan rechazo en un sector importante de la sociedad, pero también que aquello que muchos impugnan son variables que sus pares valoran como destrezas para garantizar gobernabilidad, administrar coyunturas e identificar oportunidades políticas. Eso explica que un dirigente que nunca arrasó en las urnas mantuviera su condición de presidente de una Cámara de Diputados que con defectos, virtudes y excesos devino en la caja de resonancia política local. Lo admiten en privado hasta los adversarios políticos que el Indio acumuló allí a la largo de varios años interpretándose no como un científico de la política sino como un político en acción preocupados por el «cómo son las cosas” más que como el cómo “deberían serlas».
No abordaremos aquí éticamente ese razonamiento. Hay argumentos para condenarlo y hoy otros que lo valoran como necesario. Lo seguro es que ese razonamiento fue expuesto por el dirigente justicialista en más de una oportunidad con una franqueza que provocaba la indigestión de muchos que no entendían por qué ese “mal ejemplo” no caía en desgracia de una buena vez.
Habrá que admitir, no obstante, que reducir a Godoy exclusivamente a un razonamiento político aferrado a las consecuencias prácticas de una acción y no a las motivaciones ideológicas de los actores sería injusto. A ello debe sumársele su enorme vocación legislativa. Probablemente la desarrolló mientras era juez durante los años 80, pero lo cierto es que nunca pareció mentir cuando aseguraba que sólo deseaba ser legislador. Se trata de la función propia de quienes aspiran a imponer reglas a los asuntos cambiantes de las sociedades. La naturaleza de tal función dice mucho de su trabajo legislativo en una provincia que aparece como congelada en la modalidad de la dominación. No mienten quienes –por izquierda- aseguran que su rol fue resguardar la ingeniería jurídica que Romero montó entre 1995 y 1999 y que luego Urtubey administró. Ingeniería que los cultores de ese orden presentaron como un sistema desinteresado de jurisprudencia que debía garantizar la generación de riqueza, aunque en los hechos tal sistema reforzaba la primacía de los ricos y poderosos.
Los godoicistas no le esquivan al señalamiento pero desenfundan un razonamiento político para defenderlo: el Indio era el hombre capaz de limitar los daños de las peores leyes que emanaban de los “dones” provinciales y era el impulsor de iniciativas legislativas que identificando intersticios oxigenaban a actividades y sectores que no eran los privilegiados del modelo imperante en la Salta de los últimos 25 años. La conducción de la actual cámara baja provincial y las discusiones que protagonizaron los diputados que llegaron a un escaño postulándose como los representantes de la “nueva política” le dan la razón, aunque ello no nos impida aseverar que el “posibilismo” godoicista dice mucho de lo poco que se avanza en materia productiva, política y social en Salta.
Godoy ha elegido como último acto legislativo justamente ese argumento. La gacetilla que empezó a difundirse con sus más de cien leyes de su autoría vigentes y los casi mil proyectos de resolución y declaración van en esa dirección. Desde la “Creación del Registro de Deudores Alimentarios Morosos”, pasando por la creación del Régimen de Promoción, Financiamiento y Asistencia Cultural destinado a incentivar e impulsar expresiones culturales y artísticas, la creación del Digesto Jurídico que compila la totalidad de las leyes publicadas hasta el 31 de diciembre de 2013 más las posteriores, o la expropiación de muchos inmuebles que terminaron destinados a centros vecinales o instituciones de acción social. Que haya elegido esa despedida sólo viene a confirmar que lejos de las elucubraciones complicadas sigue mirando lo central del escenario. Puede que ello explique porqué decidió no buscar una reelección que lo dejara prisionero de un retiro humillante que otros políticos de su generación protagonizaron durante las últimas elecciones.