Los diputados aprobaron la intervención pero evitaron pedirle la renuncia e investigar a Rubén Méndez. La desmesura de su caso opaca las irregularidades de otros intendentes. (Daniel Avalos)
La Cámara de Diputados de Salta dio la media sanción que faltaba al proyecto de intervención al municipio de Salvador Mazza. Lo que evitaron tratar es un proyecto que proponía pedirle la renuncia al jefe comunal y crear una comisión investigadora que avanzara sobre lo sucedido. Inverosímil pero cierto. Recordemos que hablamos del intendente de una ciudad pobrísima del norte salteño al que le incautaron 854.178 dólares, 9.070 euros, 34 millones de pesos, dos automóviles BMW y dos camionetas Ford Raptor.
El jefe comunal y su abogado explicaron el origen de los millones por el monopolio del que goza Méndez sobre la distribución de bebidas en el norte provincial. La justicia lo imputo por varios delitos, pero evito dictarle prisión preventiva. Una medida se impone cuando hay peligro de fuga del imputado o posibilidades ciertas de que pueda entorpecer la investigación. Criterios que Méndez cumple con creces a la luz del volumen de dinero secuestrado y las características de territorio en el que es un hombre fuerte: frontera kilométrica y déficits estructurales de control de la misma que explican la habitualidad del bagayeo, el narcotráfico y ahora el contrabando de granos. Sin olvidar que como toda zona de frontera, se trata de una especie de limbo geográfico en donde las leyes que el Estado reivindica como propias pierden peso ante las normas que los poderosos del lugar imponen para regular las actividades que allí se realizan.
La desmesura del caso, sin embargo, no debería hacernos perder de vista otro aspecto: lo de Méndez se inscribe en la serie de irregularidades que caracterizan a los intendentes de la provincia que hoy tiene a cinco jefes comunales destituidos por sus respectivos Concejos Deliberantes: Enrique Martínez de Rosario de Lerma, Fernando Almeda de Cafayate, Juan Domínguez Aguirre de Joaquín V. González, Héctor Vargas de San Carlos y el propio Rubén Méndez de Salvador Mazza. Todos siguen en funciones porque para dejar el cargo precisan que la Corte de Justicia valide lo decidido por los representantes elegidos por el voto popular en sus respectivas localidades. La conclusión se impone: la corrupción es mucho más que la deviación ética o moral de un individuo; la corrupción es propia de grupos organizados con el poder y el dinero suficiente para controlar vastos sectores de decisiones públicas.
Síntesis: son muchos los involucrados en estas tramas de corrupción, aunque la centralidad que ocupan los intendentes desde hace años se explica por la ostentación de su riqueza que protagonizan en paisajes desoladoramente pobres. Jefes comunales que terminan asemejándose a los tiranos que la literatura retratara en tiempos del boom latinoamericano: falaces y peligrosos pelícanos que buscan esclavizar a los que dicen representar; representados que además fueron convertidos en peces a los que el tiranozuelo va “embuchando en la bolsa rojiza que le cuelga del insaciable pico” (Augusto Roa Bastos: “Yo el Supremo”). El clientelismo político lo permite y para ello dos variables son fundamentales: un inescrupuloso con el dinero suficiente para comprar voluntades y pobres que por serlo se ven obligado a poner un magro precio a la voluntad propia.
La reacción obvia ante esto combina irritación y resignación. Lo primero no sorprende y lo segundo resulta desolador. Lo último se manifiesta con gestos asombrosamente homogéneos entre la población: un movimiento de hombros acompañado de la expresión “y bueno…”. La misma es ya una habitualidad del lenguaje. Se verbaliza no con la intención de impedir y contrarrestar la adversidad, sino para aceptarla con resignación penitente. Esperemos que algún acontecimiento nos ayude a convertir esa expresión en algo que no niegue lo indeseable, pero como condición previa a la determinación de cambiar aquello que deba ser cambiado.
Las palabras cobran acá importancia. Usamos el término acontecimiento para referirnos a esos cortes imprevistos y radicales que no puede explicarse por ninguna de las reglas que habían existido hasta antes del mismo. Sólo eso puede ayudar a una provincia en donde el dialogo o los debates se reduce a pequeños axiomas, frases publicitarias, gestualidades de tipo estéticas y silencios que amontonados terminan produciendo una charla de manicomio entre dirigentes a quienes la crisis le queda demasiado grande.