«Hermana, yo sí te creo» fue la consigna del “abrazo” al convento de las monjas que denunciaron por violencia de género al arzobispo pero que también promueven un culto manejado por católicos arcaicos.
Ayer coincidieron en el Convento San Bernardo un centenar de mujeres de tradiciones y militancias bien distintas: referentes de varios colectivos feministas, fieles católicas, la filial Salta del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos, más la abogada de las monjas denunciantes que proviene de una familia muy vinculada al culto de la Virgen del Cerro. Todas en apoyo de las monjas que denunciaron por violencia de género al arzobispo Mario Cargnello, que ayer no se presentó ante la Justicia. El religioso alegó compromisos asumidos: su participación en la Conferencia Episcopal Argentina en Buenos Aires.
La convocatoria de ayer, no obstante, fue presentada como respuesta ante una actividad convocada por curas para apoyar al arzobispo. Lo curioso del caso es que las feministas que legítimamente piden que Cargnello sea sometido a la justicia terrenal por la denuncia de la que es objeto, terminan involucradas en una lucha que protagonizan los pro Cargnello que abrazan los valores de la Salta hispana y católica con las pro monjas que son el plafón institucional de un culto –la Virgen del Cerro– promovido por algo que se parece mucho a una secta atravesada por un arcaísmo no menos acentuado y sospechado de protagonizar negociados millonarios. Ni los pro Cargnello ni las pro monjas apoyan ni apoyarán una agenda que promueva los derechos de las mujeres.
Para corroborarlo tomemos dos casos que pincelan bien los valores de las facciones religiosas en pugna: el Bachillerato Humanista Moderno que depende del Arzobispado y la Fundación Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús que organiza el culto a la Virgen del Cerro, que tiene a la vidente María Livia como protagonista de ceremonias que Cargnello desaprueba, al marido de María Livia como administrador de un fideicomiso que tiene en el convento el soporte institucional para la administración mercantil de ese culto.
Pero prescindamos aquí de lo mercantil. Quien esté interesado en ese aspecto puede leer la muy buena nota de Sandra Carral Garcin que CUARTO publicó a mediados de abril. Concentrémonos en los valores que promueven esos sectores religiosos de la provincia y la nula relación con una agenda que promueva los derechos de las mujeres. Ya dijimos que para ello debemos recurrir al Bachillerato Humanista Moderno como colegio dependiente del arzobispado. Una institución que cuenta con una larga tradición vinculada a la jerarquía eclesiástica y a la provisión de cuadros políticos y técnicos de varias gestiones de gobierno de nuestra provincia. Una institución cuya concepción de la vida y la historia le posibilitan diseñar objetivos que están lejos de representar a los paradigmas del siglo XXI. El sitio web de ese colegio permitía alguna vez aproximarnos a sus “ideales”: “Es objetivo fundamental de la educación impartida por el B.H.M. la formación integral del Hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Cristo (…) Prepara la inteligencia en la sabiduría, particularmente la formación moral de la conciencia en la fidelidad a la ley de Dios (…) Promueve la apertura hacia lo trascendente, porque con la luz de la revelación, la criatura humana descubre el sentido de su historia (…) Forma integralmente al alumno para que se incorpore a la sociedad actual, ejercitándolo en la práctica de la moral católica y de la recta conciencia cívica”.
Cuando la institución define al “humanismo auténtico” lo hace ayudándose con citas de Juan Pablo II, para quien ese tipo de humanismo encontraba su “fundamento en la dignidad del hombre, que Cristo con su muerte elevó al plano de hijo de Dios, [y que] supone la síntesis de los elementos culturales de todos los tiempos y su integración en función de valores supremos e inmutables”. Una concepción de la Historia y de los hombres [se excluye a las mujeres] en donde aparecen como puntos miserables sujetos a normativas universales e inamovibles.
Cuando uno cree que no hay nada más conservador que esto, aparece la Fundación Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús que promueve el culto de María Livia en el santuario de la Virgen del Cerro. Allí miles de peregrinos juran experimentar una revolución espiritual que los lleva de un estado de confusión, dolencia y pecado a otro de claridad, luz y bien. El nexo entre lo celestial y lo terrenal, es María Livia: la mujer que según el “Instructor del Peregrino” es el “instrumento humano elegido por Dios”. Traducido en términos antropológicos, María Livia sería algo así como el chamán que crea una comunidad entre los creyentes y el mundo sobrenatural de donde le llegan las palabras y el poder para redimir a los pecadores y liberarlos de sus males.
La cúpula católica descree de los contactos entre la Virgen y María Livia y el propio Cargnello se mostró perturbado ante la mujer que asegura ser “el instrumento elegido por la santísima Virgen María para llevar adelante los planes de Dios”. Por eso redactó una pastoral el 7 de abril de 2003 en cuyo punto 42, apartado 4, sugirió a la Comisión Arquidiocesana que estudiaba el caso solicitar a María Livia que se sometiera a estudios psicológicos de los que la vidente salió airosa, confirmando así que hablar con Dios tiene sus ventajas.
Según María Livia Galliano de Obeid, en el año 1990 comenzó a escuchar y luego ver a la Virgen bautizada por la elegida -en septiembre de 1996- con el nombre de Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Los contactos sobrenaturales se extendieron con el propio Jesús a quien María Livia nombró Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús. Una y otra advocación sirvieron para denominar a las dos fundaciones que regentean las peregrinaciones al cerro que se decidieron en el año 2000 cuando, en uno de los tantos contactos, la Virgen le pidió a María Livia edificar un santuario elevado y el lugar elegido fue la cima del cerro 20 de Febrero.
El santuario se asemeja a un territorio en donde las fundaciones redactaron las reglas que allí rigen y hasta reclutó la burocracia encargada de aplicarlas entre los peregrinos. Hasta hace unos años lo más cercano a un marco normativo es el llamado “Instructor del Peregrino”. Un documento de 23 páginas con 6 capítulos, 25 artículos y 21 incisos en donde se establece lo permitido y lo no permitido. Incluye desde el uso que se harán de los testimonios sobre la experiencia religiosa que se experimentan allí, pasando por las normas del vestir y hasta el respeto a las señalizaciones apostadas en el camino que serpenteando entre los cerros une la ciudad y el santuario.
Los llamados “servidores”, por su parte, son los encargados de hacer respetar ese cuerpo normativo. Entre ellos existe una férrea jerarquía que según el “Instructor” puede evidenciarse en el uniforme: los de tareas rutinarias se identifican con un pañuelo celeste sobre el hombro y una credencial; los de pañuelos blancos con bordes celestes y la credencial son servidores médicos; mientras aquellos que sólo pueden presumir de una credencial son aspirantes que para ascender a la condición de voluntarios deben adquirir una experiencia que los entrene y disponga a servir.
Los criterios de entrenamiento y ascenso no obedecen a las leyes de los hombres sino a los de la fundación que, con autoridad bíblica, sentencia que para acceder al “honor” el “servicio exige conocimientos, obediencia, docilidad, fidelidad, sinceridad, buenos propósitos”. Todo depende ahí de lo que la mensajera del cielo y su entorno interpreten qué es lo que la Virgen y lo sobrenatural pretenden de los mortales.
En el medio, el colectivo feminista se involucra en una defensa que no por ser justa deja de ser un ingrediente más en una pelea religiosa y económica que, al contrario de lo que suelen predicar las organizaciones de mujeres, no tiene mayor solidaridad que la que las partes tienen para sí mismas.