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El Papado de Francisco | Se cumplen cinco años de la elección de un argentino al frente del Vaticano

Los bocinazos en las calles salteñas durante la siesta del 13 de marzo del 2013, advirtieron de la novedad a los pocos preocupados por cuestiones religiosas. Una reflexión al respecto se impone. (Daniel Avalos)

La elección sorprendió por múltiples razones. Era el primer Papa no europeo de la historia, era el primero que provenía del hemisferio sur y era argentino. Jorge Bergoglio, en definitiva, moría en vida para parir a un Papa que se llamaría Francisco y ya nada volvería a ser como era para los católicos practicantes argentinos. Porque como bien lo reflexionaron muchos intelectuales, para estos casos existe un cuerpo natural y otro político. Bergoglio podía cargar con las imperfecciones propias de lo humano pero Francisco es poderoso porque carece para los cientos de millones de fieles de esas imperfecciones.

De allí que cuando el Papa Francisco dice o hace algo, produce un impacto que no producía Bergoglio. Y lo que el Papa busco decir y hacer en estos cinco años siempre estuvo atravesada por la misma motivación: renovar las conductas internas de una Iglesia cuestionada por su superficialidad, por los escándalos y delitos sexuales que involucraban a sus miembros, su opulencia chillona o el crónico desapego de su pastoral con los problemas de los hombres y mujeres de carne y hueso. Conductas que fueron horadando la hegemonía del catolicismo en la administración de las creencias y que Francisco busca remontar.

Si está teniendo éxito o no, es algo que quien escribe. Lo que resulta indudable es que con esta estrategia y apelando a esos métodos, el Francisco habla y levanta una polvareda en todo el mundo. En nuestro país las repercusiones de sus dichos son aún mayores entre otras cosas porque cada palabra emitida por el Papa trata de interpretarse en clave política. No puede sorprender. Desde que asumió el presidente Macri la Argentina se deslizo a un modelo de capitalismo que Francisco impugna para todo el mundo: el financiero, ese que hace dinero con dinero, que para acumular no precisa desarrollar la producción y por lo tanto genera opulencia para pocos mientras millones simplemente son vomitados del aparato productivo. Esa contradicción de base se combina con una coyuntura específica: en un país donde el gobierno nacional hegemonizó la comunicación y en donde el peronismo lo ha vuelto incapaz de capitalizar los descontentos que las medidas antipopulares del gobierno generan, las críticas explícitas o veladas del Papa retumban más.

Se trata de críticas que cualquier ciudadano que rechace el modelo de acumulación financiera puede suscribir, aunque algunos preferiríamos que en vez de la iglesia esas críticas fueran realizadas por partidos legitimados por la ciudadanía. Principalmente porque la iglesia tiende a unir sociedad civil con cuerpo místico mientras la política es hija de la irreverencia de humanos que decidieron adueñarse de la historia para someterla a su razón en nombre de objetivos terrenales.

Muchos podrán impugnar este posicionamiento por anti eclesiástico aunque acá nos permitimos insistir en ello. Entre otras cosas porque siempre es mejor que la centralidad de la historia la ocupen hombres y mujeres y no los supuestos designios de dios administrados por una iglesia que al menos en Salta, protagoniza una profunda comunión con sectores de poder a la hora de promover la pasividad de los hombres en nombre de la omnipresencia de dios. Una jerarquía eclesiástica que, además, nunca se inclinó por eso de lo que ahora tanto se habla: la opción por los pobres que tiene algunos vasos comunicantes con la concepción de la que hace gala el Papa Francisco aunque no necesariamente se trate de lo mismo.

Detengámonos entonces en esa iglesia que alguna vez hizo de la opción por los pobres un compromiso hasta político. Digamos que la misma fue hija de una profunda renovación teológica y pastoral en el interior de la iglesia latinoamericana y que fue institucionalizada por el Concilio Vaticano II, en 1963. Las ideas de un teólogo brillante fueron claves para ello. Era alemán y se llamaba Karl Rahner quien siguiendo las reflexiones de la filosofía contemporánea decretó la muerte de las concepciones objetivas globales en la que los hombres aparecían como puntos miserables y sujetos a normativas universales e inamovibles.

Pensando así, Rahner concluyó que la pastoral debía partir de la vida y los problemas concretos de hombres y mujeres de carne y hueso. Fue ese el marco conceptual que permitió que parte importante de la iglesia se reconciliara con los más necesitados al preguntarse algo obvio: ¿cuáles eran los problemas concretos de los latinoamericanos en aquellos tiempos?

Respondieron algo que también era muy obvio: un capitalismo rapaz, la brutal represión de los poderosos a los intentos transformadores, la explotación y exclusión lisa y llana y el hambre que podía ser letal. Y entonces, ese sector de la iglesia se preguntaron entre sorprendidos y avergonzados de qué servía discutir si el alma era inmortal o no, si  lo indudablemente letal era el hambre.

Ese debería ser el punto de partida de cualquier tipo de discusión y por ello es para celebrar que independientemente de los objetivos del Papa hoy, es bueno que ese Papa proponga ese punto de partida que la jerarquía local salteña parece no ver cuando nada dice del desempleo, el padecer de miles de familias sin vivienda propia, otras miles que viven hacinadas en ranchos miserables, aborígenes que se abalanzan sobre alimentos que dejan helicópteros o niños que mueren desnutridos en una provincia donde la cúpula eclesiástica sugiere que la muerte conduce a la felicidad si se entra en ella con el alma limpia.

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