Un sentido artículo publicó el poeta salteño que también es miembro de número de la Academia Argentina de Letras (2014) y miembro correspondiente de la Real Academia Española (2015).
“Tal vez sea un poco exagerado, pero recuerdo que en la vida cotidiana usaba una cantidad de palabras que no se conocían en Buenos Aires, y hasta entonces no se me había ocurrido pensar que no pertenecieran al idioma común del país”, dice Sylvester en el artículo que publicó la sección catamarqueña del diario Página 12 para conmemorar el Día de la Lengua que se celebra cada 23 de abril en honor a Miguel de Cervantes.
Allí el poeta salteño repasó obras importantes – “El español en Salta” de Susana Martorell de Laconi o el voluminoso “Diccionario de americanismos en Salta y Jujuy” de Fanny Osán de Pérez Sáez y Vicente Pérez Sáez – para bucear en las particularidades lingüísticas de Salta y que se extienden por todo el Noroeste Argentino. Libros que muestran cómo la base quechua empapa el habla de la región.
“Es interesante saber que a fines del siglo XX se usaban unas doscientas cincuenta palabras quechuas, algunas de las cuales tienen presencia sólida en todo el país: no sé qué haría un argentino de cualquier lugar sin la palabra cancha” destaca Silvester que, sin embargo, admite que están en disminución. “Hay una pérdida constante de palabras de cuño americano en el habla de nuestro Norte, y por supuesto de todo el país. Y si a esto se agrega otra pérdida importante, la de las palabras arcaicas, que daban un fuerte regusto al habla local, se puede llegar a la conclusión de que todo tiende a lo global, a lo genérico, a la pérdida de lo específico en beneficio de lo supuestamente cosmopolita”, resaltó.
Silvester señala a televisión como gran responsable de borrar particularidades y distribuir una especie de Coca-cola verbal para todo el mundo, aunque se consuela recordando que al menos en Salta y Jujuy hay palabras que resultan irremplazables: acuyico, mientras perviva la costumbre de coquear; o nombres de comidas como locro, anchi, charqui; o especies del reino animal en donde los nombres chalchalero, la acatanca, los tucos o la chuña está sólidamente instalados. No obstante, la homogenización lingüística avanza y Silvester la retrata hasta en la fonética: “he captado, con confeso malhumor, cierto shosheo en Salta: me refiero a esa manera ya arraigadamente porteña de pronunciar, no ‘llueve’, sino ‘shueve’”.
En definitiva, en el norte – dice Silvester – prosperan nuevas palabras vinculadas a la tecnología y algunas expresiones de telenovelas. A las primeras les da la bienvenida y a las segundas las condena con una sentencia de Platón: “hablar mal no sólo es defectuoso sino que produce daño en las almas”. Por supuesto, no defiendo ñoñerías (Platón tampoco) ni me refiero a las palabras fuertes, de las que soy usuario, sino a la grosería y ordinariez, y no es necesario aclarar más”, concluyó.
Los dos párrafos finales del escrito lo reproducimos íntegramente a continuación:
“Quiero decir que, en términos generales, el habla del Norte (posiblemente de todas las regiones del país) empieza a parecerse bastante a la de Buenos Aires: palabras y modismos ya son parientes en cualquier parte. Todo, incluso las palabras, llega de inmediato; hay vasos comunicantes rápidos entre los sitios abarcados por la televisión y por los otros medios de llegada inmediata; y aunque parezca lamentable, y hasta increíble, no descuento que en Molinos, un pueblo precioso del Valle Calchaquí, o en Uquía, de la Quebrada de Humahuaca, estén pendientes de algún programa chabacano que la televisión propina esta noche.
Y sin embargo, una vez dicho esto hay que agregar que no es cierto que el mundo sea igual en todas partes; siempre se cuela un punto de vista distinto, un acento especial, una prosodia que modifica todo: una resistencia involuntaria, sin saber que se resiste. La afirmación de una cultura, incluso de manera inconsciente, se expresa en gestos, palabras, modismos y locuciones que se mojan en jugos de cada zona, y no todos son iguales. Y es bueno que esto ocurra, que el mundo no llegue a ser plano sino que esté accidentado de diferencias, variantes, matices y percepciones distintas. Y que siga teniendo razón César Vallejo cuando dijo para siempre: “¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!”.