Cuba y su influencia, la guerra de Vietnam, el Concilio Vaticano II y los curas tercemundistas, el rock y la matanza de Tlatelolco; son algunos de los hechos repasados por el historiador Daniel Escotorín sobre ese año bisagra en el siglo XX.
1968 es un año cumbre en la cadena de acontecimientos que sacude el orden global, ya desde fenómenos puntuales nacionales o sectoriales, ya desde hechos que conmueven al mundo entero, aunque al final cada uno de estos al estremecer al poder en su lugar de origen sacudía de varias formas y replicaban en las realidades de otros lugares. Un extraordinario efecto dominó. 1968 fue un año bisagra pero que en algunos lugares del mundo llegaba a cerrar ciclos y en otros a abrirlos. Se puede decir que ese año marcó el comienzo del fin de esa década histórica y que como tal la fecha inaugural no fue en 1960, sino el 1 de enero de 1959 cuando la revolución de los barbudos entraba triunfal en La Habana; Fidel, Ernesto, Camilo, Raúl entre otros hacían estallar el esquema de poder bipolar del mundo.
Rompían con los dogmas congelados del socialismo soviético y su coexistencia pacífica con Estados Unidos y anunciaba una nueva oleada revolucionaria para el continente, los movimientos de liberación del tercer mundo están en su auge y Vietnam comienza a ser el país más nombrado en los medios y en el debate político ideológico de la izquierda. Un siquiatra argelino escribe un ensayo que se convertirá en referencia ineludible de los revolucionarios; “Los condenados de la tierra” (1961) de Frantz Fanon y el prólogo de Jean Paul Sartre marcan el rumbo de la revolución tercermundista («No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos… que en nombre de una pretendida “aventura espiritual” ahoga a casi toda la humanidad»).
En lo global también la institución más vieja y conservadora dio un giro copernicano (vaya paradoja) cuando un anciano cardenal elegido Papa y con el nombre de Juan XXIII convoca a un concilio mundial para debatir sobre reformas en la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano II significó una renovación enorme y una apertura hacia un diálogo ecuménico con las otras iglesias y otras doctrinas, incluida la marxista. El efecto en América fue enorme y potenció a una nueva Iglesia popular. Así también a la par de estos cambios formales, los sesenta se movían y sacudían al son de un nuevo sonido y una nueva cultura: el rock and roll y las expresiones la generación beat: Los Beatles, Rolling Stones, The Who, Jimi Hendrix, Pink Floyd y más tarde Deep Purple o Led Zeppelin. Los movimientos contraculturales afloran en Europa y Estados Unidos: pacifismo, feminismo un incipiente ecologismo que nutrió al movimiento hippie que causaba real revulsión en la mentalidad conservadora con sus consignas de “paz y amor”, libertad sexual y amor libre. El hippismo como movimiento contracultural establecía una crítica al conformismo y el consumismo que anidaba en las sociedades urbanas industriales de la mano del progreso tecnológico y de los medios de comunicación con el boom mundial de la televisión.
1968 se inició en ese enero tropical vietnamita: La ofensiva del Tet (año nuevo lunar). El “vietcong” (Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur) y el Ejército de Vietnam del Norte lanzan una ofensiva militar general contra puntos estratégicos norteamericanos: Khe San, Hue y la propia Saigón capital de Vietnam del Sur se convierten en álgidos puntos de combate. Antes del primer mes el vietcong llega a las puertas de la embajada yanqui en Saigón aunque no logran tomarla el golpe sicológico es efectivo. El gobierno norteamericano muestra como triunfo el final de la ofensiva comunista, pero a los pocos meses esta se reanuda y muestra la capacidad de movilidad y de desgaste contra el ejército yanqui. El malestar crece en la sociedad civil y las manifestaciones antibélicas y anti estadounidense se propagan por todo el mundo y en las propias ciudades de Estados Unidos.
La primavera de Praga
¿Es el comunismo un sistema totalitario? ¿Es otra forma de democracia? ¿Son incompatibles? ¿Podían convivir el sistema comunista con un régimen de democracia y libertades liberales? Estos fueron los interrogantes y los ingredientes que formaron parte de la receta de renovación que el Partido Comunista Checoslovaco intentó llevar a cabo en la primavera de 1968 y presentar un “socialismo con rostro humano”. Miembro del Pacto de Varsovia, la alianza militar del bloque de la Europa oriental comunista análoga a la OTAN, y del COMECON el bloque económico todos bajo el dominio de la Unión Soviética, la República Socialista Checoslovaca gobernada por su Partido Comunista inicia un proceso de reformas políticas y económicas tras una crisis interna que desemboca en cambios de autoridades a principios de ese año. Alexander Dubcek asume la conducción del PC checo y Ludvik Svoboda como presidente quienes ante la demanda de una parte del mundo cultural, intelectual y político nacional deciden implementar medidas de apertura y liberalización. Europa oriental vivía aun los resabios del proceso de “desestalinización” iniciado en la URSS tras la muerte de Stalin en 1953 por su sucesor Nikita Kruschev, que intentó una tibia apertura en materia de libertades y liberación de presos políticos encerrados en los gulags. Hacia 1964 es reemplazado por Leonid Brezhnev que retorna a la línea dura.
En Praga se vive un clima distinto. Se pretende un comunismo democrático y hacia allí van las reformas: “El socialismo tiene que procurar, más que cualquier democracia burguesa, dar valor a la personalidad del individuo». “Es necesario garantizar la libre manifestación del pensamiento, y también del pensamiento de los intereses minoritarios y de las opiniones.” “Suprimir la censura de la creación artística”. “Construir una nueva y mejor sociedad democrática, de base duradera”. “Esto no se puede hacer siguiendo los viejos caminos ni empleando medios que han sobrevivido gracias a métodos brutales que no han hecho sino «retrasarnos continuamente»” son las consignas que unen al Partido, el Estado y el pueblo checo. Los referentes de esta nueva ola lo expresaban con claridad, a principios de abril manifestaba Dubcek: “Los comunistas jugarán un papel de dirección en la medida en que ellos lo ganen y lo conserven en condiciones democráticas. La autoridad no se concederá de una vez para siempre, sino que tiene que ser renovada continuamente”; otro intelectual de gran prestigio en la vanguardia primaveral de Praga, Václav Havel, manifestó: “Por democracia se puede hablar sólo en un régimen donde el pueblo tiene la posibilidad de decidir quién debe gobernar”.
Pero Moscú y sus aliados más fieles del bloque (la República Democrática Alemana, Polonia, Hungría) recelan de esas reformas que huelen para ellos a reformismo capitalista y antisoviético. Tras diálogos y negociaciones el 20 de agosto el Pacto de Varsovia con una fuerza de medio millón de soldados invade Checoslovaquia que contra su expectativa encuentra resistencia masiva. Si bien hay una mayoría de manifestación no violenta en las calles y plazas, también encontrarán resistencia armada; los checos cambian o sacan los cárteles de las rutas y pueblos desorientando a las fuerzas soviéticas pero Dubcek instaba a no resistir quien finalmente es depuesto junto al presidente de la república y las libertades obtenidas serán suprimidas. Uno de sus protagonistas, el escritor Milan Kundera, retrató esta etapa en su libro “La insoportable levedad del ser”.
La matanza de Tlatelolco
Poco, quizás nada quedaba de la épica revolución mexicana de principios de siglo que liderada por Emiliano Zapata y Pancho Villa habían trastocado el orden social poscolonial del siglo XIX. Sus herederos se habían enquistado en el partido hegemónico, el PRI y en una verdadera casta se sucedían en el gobierno. El presidente se llamaba Gustavo Díaz Ordaz y sería el responsable de una de las masacres emblemáticas de la historia mexicana y de ese 1968. En octubre se desarrollarían en la Ciudad de México los Juegos Olímpicos que concitaban como siempre la atención del mundo, el periodismo estaría con los ojos puestos en la realidad de este país. Desde hacía varios meses se sucedían las acciones de protesta y agitación estudiantil universitaria y de preparatoria en reclamo de mayor participación, democratización y contra la corrupción política, en reacción el gobierno endurece la represión, la persecución y el control político; aumentan las detenciones y las torturas a los presos políticos.
La juventud estudiantil vivía un momento de identificación con las ideas revolucionarias: Cuba, el tercer mundo, Vietnam y una sólida presencia del Partido Comunista mexicano a la par de movimientos de tendencia trotskista y maoísta. Los estudiantes de la UNAM, del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Iberoamericana San Ignacio de Loyola (privada) entre otras fueron los motores de esas jornadas; agrupados en un Consejo Nacional de Huelga organizaron las diversas movilizaciones y manifestaciones que entre agosto y octubre ocuparon las calles de México y el Zócalo, la principal e inmensa plaza de la capital. El clima se enrarece ante la campaña desplegada por el gobierno que buscaba quebrar y desmovilizar al movimiento mediante infiltrados, detenciones, atentados, campañas de prensa, etc.; instalados en un campamento en el Zócalo son violentamente desalojados más de 3.000 estudiantes, perseguidos y golpeados. Francotiradores apostados alrededor disparan contra los manifestantes.
En setiembre las movilizaciones se suman de a dos o tres por semana, junto a actos, asambleas y mítines; el gobierno que ve como se aproxima la fecha de las olimpiadas profundiza las acciones represivas. Las detenciones alcanzan a centenares de personas, los atentados y las denuncias de tortura también. Ya no solo la policía mexicana actúa contra los estudiantes, el ejército es puesto en acción y así ocupará la Ciudad Universitaria de forma violenta, allanando y deteniendo a militantes, docentes y estudiantes. En respuesta a este clima el rector de la UNAM presenta su renuncia.
En la noche del 23 se produce uno de los enfrentamientos más violentos cuando alrededor de mil quinientos policías se enfrentan con otros tantos manifestantes en las inmediaciones de la Ciudad Universitaria. Se incendian vehículos, ómnibus, se arman barricadas mientras las fuerzas de seguridad emplean ya armas disuasivas como armas de fuego. Las bombas molotov de los estudiantes iluminan durante toda la noche los choques en la ciudad que se mantendrán hasta las primeras horas de la mañana. Otra vez centenares de detenidos, heridos y alrededor de 17 muertos.
El 1 de octubre es la víspera de la masacre; el gobierno desocupa la UNAM pero los estudiantes concurren al Zòcalo para una nueva manifestación y allí se concentran el día 2, de a miles ocupan la gigantesca plaza principal, mientras el gobierno planificó y puso en acción la “operación Galeana” destinada a poner coto definitivo a la movida de los estudiantes. Ejército, policía y el batallón paramilitar Olimpia despliegan efectivos alrededor de la plaza, en los edificios circundantes e infiltrados entre la multitud identificados con un pañuelo blanco en la mano o la muñeca. En horas de la tarde sobrevuelan helicópteros que arrojan bengalas al aire: es la señal, comienzan los disparos de los francotiradores, en la plaza los infiltrados disparan para provocar y fingir un ataque de los estudiantes; el ejército reacciona e inicia una cacería abierta contra los millares de manifestantes que habitan en la plaza, se esconden en los edificios aledaños, corren por las calles cercanas pero tras ellos van soldados y balas; heridos, muertos, sangre, gritos, desesperación y pánico. Algunos hablan también de disparos desde los helicópteros. Las calles y las paredes bañadas en sangre. Los detenidos serán ejecutados y otros trasladados a centros de detenciones como el Palacio Lecumberri donde son torturados; las persecuciones, detenciones, ejecuciones se prolonga durante toda la noche. El Zócalo y alrededores quedaron poblados de cadáveres. Durante una semana permaneció el ejército en la plaza en operativo de limpieza.
¿Cuantos murieron? El gobierno reconoció apenas 20 muertos, pero testigos, víctimas, observadores y periodistas hablaban de más de 200 muertos. Recién en 2005 la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) pudo iniciar las solicitudes de aprehensión a los responsables de la matanza y se logró el reconocimiento de la matanza como genocidio. La escritora mexicana Elena Poniatowska describirá esta matanza en su libro “la noche de Tlatelolco”. A posterior el gobierno disolvió el movimiento estudiantil aunque en nuevas formas recuperará parte de ese vigor sesentista.
Epílogo
El 12 de octubre el presidente Díaz Ordaz dio inicio a los Juegos Olímpicos, como siempre o tantas veces, parecía que allí nada había pasado, se echaba un manto de olvido sobre la base del terror, la muerte, la represión y también el jolgorio deportivo. Pero no iban a ser jornadas inocuas. Apenas cuatro días después, se disputan las carreras de 200 metros para varones. Triunfa el atleta afroamericano Tommie Smith con un récord mundial de 19.83 segundos, con el australiano Peter Norman en segundo lugar y tercero otro estadounidense, John Carlos. Los dos atletas estadounidenses recibieron sus medallas, pero vestían guantes negros, representando la pobreza negra. Smith llevaba un pañuelo negro alrededor de su cuello para representar el orgullo negro. Medallas al cuello, cuando ya en el podio sonó el himno de Estados Unidos Smith y Carlos levantan sus brazos puños cerrados en alto y agachan la cabeza en señal de rechazo a esa Nación que reprimía, segregaba y asesinaba a la población negra americana. Un gesto que fue tomado como adhesión al movimiento de las Panteras Negras (Black Panther Party) que en esos momentos ganaba la simpatía de muchos afroamericanos y era reconocido como un movimiento de liberación nacional por diversos movimientos políticos del mundo como la OLP.
Ambos fueron expulsados del equipo olímpico y relegados de la vida deportiva aunque continuaron con sus actividades profesionales. Norman en Australia fue reprendido y marginado de la vida deportiva, murió en el año 2006 a los 64 años; en su sepelio estuvieron Smith y Carlos portando su ataúd.