El escritor describió la Galería Güemes, ubicada en pleno microcentro porteño.
Hoy se cumplen 35 años de la muerte de Julio Cortázar. El notable escritor argentino falleció en París el 12 de febrero de 1984. Tenía 69 años.
El autor de Rayuela publicó el libro de cuentos «Todos los fuegos el fuego» en 1966. Allí convivían textos memorables como «La autopista del sur» y «La salud de los enfermos».
El libro cerraba con un cuento llamado «El otro cielo». Estaba basado en la experiencia de Cortázar en la Galería Güemes, un lugar ubicado en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires que aún persiste y fue ideado por salteños a principios del siglo pasado.
“Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas”, escribió el cronopio en el cuento.
El más importante de su época
En 1913, los salteños Emilio San Miguel y David Ovejero encomendaron al joven arquitecto italiano Francisco Gianotti la construcción del edificio más importante de su época. “Al principio se pensó en levantar el palacio tan sólo sobre la calle Florida, pero luego se sumó al proyecto el Banco Supervielle, propietario del lote que miraba a (la calle) San Martín. Se optó entonces por un edificio-pasaje que conectara ambas calles mediante una galería de 116 metros”, asegura la información de la galería.
La construcción comenzó ese mismo año pero fue dificultosa. La galería recién pudo ser inaugurada el 15 de diciembre de 1915. El majestuoso edificio, que representa una de las obras cumbres del Art Nouveau argentino, fue uno de los primeros rascacielos construidos en Buenos Aires. Tiene 14 pisos y 87 metros de altura. En el acto de inauguración estuvieron presentes los descendientes de Martín Miguel de Güemes y el presidente de la Nación, el salteño Victorino de la Plaza.
En aquellos primeros años, la Galería tenía un teatro donde cantó Gardel, un cabaret, un restaurante, un paseo de compras, locales gastronómicos, oficinas y el mirador, que aún persiste.
“Todavía hoy me cuesta cruzar el Pasaje Güemes sin enternecerme irónicamente con el recuerdo de la adolescencia al borde de la caída; la antigua fascinación perdura siempre, y por eso me gustaba echar a andar sin rumbo fijo, sabiendo que en cualquier momento entraría en la zona de las galerías cubiertas, donde cualquier sórdida botica polvorienta me atraía más que los escaparates tendidos a la insolencia de las calles abiertas”, seguía Cortázar en «El otro cielo». Y agregaba: “Cuánto de ese barrio ha sido mío desde siempre, desde mucho antes de sospecharlo ya era mío cuando apostado en un rincón del Pasaje Güemes, contando mis pocas monedas de estudiante, debatía el problema de gastarlas en un bar automático o comprar una novela y un surtido de caramelos ácidos en su bolsa de papel transparente, con un cigarrillo que me nublaba los ojos y en el fondo del bolsillo, donde los dedos lo rozaban a veces, el sobrecito del preservativo comprado con falsa desenvoltura en una farmacia atendida solamente por hombres, y que no tendría la menor oportunidad de utilizar con tan poco dinero y tanta infancia en la cara”.