A pesar de que nunca negó sus vínculos con CFK, siempre tuvo buena imagen del otro lado de la grieta. Hijo de desaparecidos, padeció una niñez de pesadilla. Su militancia lo llevó a ser reprimido en diciembre de 2001 durante la caída de la Alianza. (Daniel Avalos)
Dicen que Cristina Fernández siempre se sintió conmovida por la historia trágica de ese chico tímido y huérfano que precozmente se perfiló como un cuadro técnico político. Creció con dificultades en el habla por padecer eso que los médicos definen como disfemia y los simples mortales como tartamudez. Los especialistas atribuyen ese trastorno del lenguaje a una predisposición genética y tensiones prolongadas en edad temprana. Wado de Pedro padeció mucho de estas últimas. En plena dictadura, su padre Enrique fue asesinado en una emboscada que le tendió el ejército en el barrio porteño de Constitución, el 22 de abril de 1977. A los 25 años, Wado lo evocó en el ciclo Memoria Abierta como un típico Montonero, “un convencido de cuál era el proyecto para la Argentina y pensaba vivir hasta las últimas con ese proyecto”.
Su madre, Lucila Révora, también militaba en esa organización. La casa donde vivía con el pequeño Wado fue rodeada el 11 de octubre de 1978 por militares del Batallón 601 que sobrevolaron el lugar en helicópteros, tiraron bombas y acribillaron a quien era la pareja de Lucila, que logró salvar a su hijo colocándolo en el interior de una bañera de plomo para luego resguardarlo con su propio cuerpo. Tras el operativo en el que desaparecieron a su madre, los militares dejaron al nene en la casa de una vecina. Volvieron al otro día para llevarse al pequeño Wado, que estuvo tres meses quién sabe dónde. Luego fue abandonado en una ruta de la localidad bonaerense de Mercedes. Los secuestradores tuvieron la “delicadeza” de telefonear al cura del lugar para informarle que habían dejado un paquete para los Révora, quienes finalmente criaron al actual ministro del Interior.
Quien relató esa parte de la historia fue una conmovida periodista sin un minuto de kirchnerista y con décadas de antikirchnerismo: Laura Di Marco, la misma que atribuyó con tremenda ignorancia y malevolencia la enfermedad de Florencia Kirchner a la personalidad de su madre. Di Marco habló de Wado en su libro “La Cámpora, historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”. También contó cómo el adolescente era increpado por compañeros de escuela que le preguntaban si era hijo de “tirabombas”. El joven reconoció luego que a ello le siguió una etapa casi autodestructiva que superó cuando empezó a militar en HIJOS y a devorar lecturas sobre los años setenta. Nunca renegó de la historia de sus padres, aunque concluyera que el método de la lucha armada que eligieron era una cosa del pasado.
Durante la rebelión de diciembre del 2001 la muerte volvió a rozarlo. La historia quedó registrada en un artículo que Miguel Bonasso publicó en el diario Página 12 durante aquellos días tumultuosos. La extensión de la misma nos desliza a sugerir su lectura a los que tengan ganas (https://www.pagina12.com.ar/2001/01-12/01-12-23/pag17.htm) y a resumir la misma en estas líneas. Se titulaba “Secuestro, paliza y tormentos con picanas en la represión. Hubo torturas en Plaza de Mayo”. Hablaba de un joven detenido por la Policía Federal en Plaza de Mayo. Fue víctima de una golpiza que incluyo el “uso de una picana ‘portátil’. Solo el choque del patrullero en el que era transportado termino liberándolo de los uniformados que ocultaron la detención a la jueza María Servini de Cubría, quien se había interesado por el caso cuando el canal Todo Noticias grabó cómo lo introducían al patrullero.
Ocurrió la mañana del jueves 20 de diciembre de 2001. Wado de Pedro llevaba unos volantes del sindicato de los judiciales a la Cámara Nacional Electoral y al bajar de un taxi en Diagonal y Florida le dijeron que la Federal apaleaba a las Madres de Plaza de Mayo. Partió hacia allí y en el trayecto la policía le arrebató el bolso, que terminó entre los caballos y los borceguíes policiales. Allí cometió su primer error: exigió a los policías que le devolvieran lo suyo. La respuesta fue un manotazo que lo derribó y un enjambre de policías que se le echó encima. “Entonces Wado cometió el segundo error”, resaltó Bonasso en aquella nota. “Se puso a gritar: ¡Soy Wado! ¡Soy de HIJOS!”. Lo que provocó una mueca de satisfacción en una de las fieras que estaban de civil: ¡Uy, miren! ¡Este es de HIJOS! Los golpes y patadas se multiplicaron junto con feroces tironeos para llevarlo a un patrullero (…) Wado es delgado, pero la desesperación le dio fuerzas para resistir. Hasta que le alzaron la camisa y sintió unas punzadas de fuego en los riñones, el inequívoco hormigueo de la corriente eléctrica”.
Wado pudo escapar del patrullero por la puerta opuesta, aunque lo derribaron pronto para reintroducirlo al vehículo, cuyo chofer también se daba tiempo para golpearlo. “Tanta aplicación puso en la tarea que, en el último codazo, al darse vuelta para mirar a la víctima, estrelló el patrullero contra un taxi”. El caos empezaba a salvarle la vida al joven que entre idas y vueltas terminó en el Hospital Argerich. El médico de guardia constató traumatismos múltiples, escoriaciones frontales, lesión en el tabique nasal, hematoma en cuero cabelludo, hematoma en miembro inferior izquierdo, en zona glútea y significativas marcas en la espalda. El alivio final llegó cuando el prisionero solicitó que un neurólogo le revisara por los golpes en la cabeza. “El doctor Pablo Barbeito no sólo lo revisó (…) También tuvo el coraje de llamar a los compañeros de Eduardo de Pedro en el Sindicato de Judiciales y avisarles que estaba en un box de la sala de urgencias del Argerich. Al rato cayó el secretario general, Julio Piumato, junto con otros compañeros del gremio y de la Facultad (…) Los policías querían irse y llevarlo a la comisaría, pero ya había demasiada gente dispuesta a impedirlo. El hijo de desaparecidos volvía a vivir”, resalta aquella nota.
La militancia en HIJOS y sus estudios universitarios continuaron. Wado de Pedro se recibió de abogado en la UBA y luego realizó un master en políticas públicas. En el 2004 mantuvo un encuentro con Néstor Kirchner y se declaró abiertamente kirchnerista. Fue el primero de una camada de jóvenes que luego conformarían La Cámpora y más tarde ocuparían cargos en la administración nacional. Pero allí también Wado de Pedro se distinguió: mientras todos buscaban el padrinazgo de un Néstor al que creían el jefe eterno, De Pedro optó por la cercanía con Cristina Fernández. Interesada en la causa que llevaba adelante contra los militares que desaparecieron a su madre y lo secuestraron a él mismo siendo niño, la entonces “primera ciudadana” comenzó a compartir charlas que iban desde detalles técnicos del juicio a cuestiones políticas propias de una organización que ella y su esposo imaginaron como la posibilidad para consolidar el modelo de país.
Las charlas continuaron cuando Cristina accedió a la presidencia. La Cámpora aceleró su constitución luego del conflicto con el campo; Wado de Pedro devino en uno de los cinco jefes de la organización; en el 2009 Cristina Fernández lo designó vicepresidente de Aerolíneas Argentinas y en el 2011 se convirtió en diputado nacional. Ya todos lo reconocían como la materia gris de una organización obsesionada por formar cuadros capaces de administrar el Estado y dedicarse al armado de frentes y listas que pudieran dar musculatura política a los modelos de país que el kirchnerismo reivindicaba como propios. A eso se dedicó Wado entre el año 2016 y 2019 cuando buscaban consolidar un armado electoral que pudiera vencer a un Macri que según la historia argentina –hasta entonces– seguramente se impondría como todos los presidentes que buscaron su reelección.
El triunfo del 2019 lo ubicó entre el activo político como un ejecutor eficaz de la estratega Cristina Fernández de Kirchner, pero también como esos hombres y mujeres que se pueden contar con los dedos de una mano en 40 años de democracia: los capaces de presumir triunfos electorales nacionales claves. Fue premiado con un cargo importante que hasta hoy ostenta: el Ministerio del Interior, el área encargada de articular intereses, negociar con actores políticos de distintas jerarquías, forjar vínculos y procurar gobernabilidad a partir de acuerdos que conllevan un alto nivel de discreción y que aun siendo informales suponen pactos tácitos que suelen ser más fuertes que los rubricados en un papel. Ello le supuso otro reconocimiento: la de ser objeto de un respeto que le dispensan hasta quienes lo consideran un tipo duro. Es el único “K” de este tipo que se reúne con sectores que a priori detestan al kirchnerismo, sean estos opositores, gremialistas, empresarios o gobernadores ajenos a la constelación “K”.
En Salta anduvo un par de veces y dejó constancia de su visión de la política y de posición ante la vida misma. Lo que mejor grafica lo primero es una reunión de marzo de 2021 con el kirchnerismo salteño de entonces, que se autoproclamaba el “verdadero” pero no había protagonizado nada que se pareciera a un triunfo político. Un espacio que renegaba de las buenas relaciones que el gobierno nacional mantenía con el gobernador Sáenz, al que los referentes del Frente de Todos no toleraban políticamente. Le exigían a Wado un apoyó exclusivo al candidato que ellos eligieran.
La respuesta del ministro no fue la que esperaban. Ejecutó una introducción testimonial, advirtió que el ejemplo que expondría podía no gustar a algunos, relató sus orígenes militantes en el pueblo de Mercedes, en provincia de Buenos Aires, de cómo su grupo encaró entre el año 2004 0 2005 a Carlos Kunkel para explicarle que ellos eran los verdaderos intérpretes del proyecto de Néstor y lo justo que resultaba que el entonces presidente les permitiera monopolizar los apoyos para imponerse a los representantes del peronismo ortodoxo, de cómo Kunkel prometió transmitir la demanda a Néstor y la respuesta final de éste: militen, construyan poder, ganen elecciones y la exclusividad estaría garantizada. Se trataba de una premisa bien peronista. Los testimonios de viejos militantes recuerdan que cada vez que algún sector le pedía a Perón garantías de apoyo ante un movimiento específico, el viejo líder respondía “si ganan tienen todas las garantías”.
El político duro también mostró en Salta el lado humanamente sensible. Fue cuando participó de una charla sobre tartamudez organizada por el diputado provincial Omar Exeni, un político que se ubica en el otro extremo de esa grieta que en principio determina que la mitad de la población no hable con la otra mitad en nombre de doctrinas partidarias. Fue en diciembre del 2021 vía Zoom. La emoción del ministro del Interior al hablarle a chicos con ese trastorno del habla se convirtió en noticia nacional. Los principales portales del país y programas de televisión ubicados en uno y otro lado de la grieta mostraron al ministro quebrado por los recuerdos de su infancia y juventud, cuando la tartamudez que padece le impedía poder decir las cosas que quería y necesitaba.
De Pedro intentó brindarles confianza a los chicos que participaban de la charla y le dijo que la aceptación es fundamental para salir adelante. “No soy un ejemplo de superación porque esto es algo que voy a llevar toda mi vida. Está bueno no plantearse metas que no son posibles. Hay que convivir y aceptarse. Empecé a mejorar cuando empecé a aceptarme. Durante todo el tiempo que quise superarme y dejar de tartamudear, quizás reforcé la disfluencia”, dijo en la videoconferencia. “Sufrí la discriminación y pasé por muchas situaciones. A muchos nos pasó que nos enfermamos el día anterior de dar una lección de lectura. ¿Cómo pedir un helado? ¿Cómo tomarnos un colectivo? Morirte de ganas de pedir una comida y quedarte con las ganas por elegir siempre lo único que te salía decir. Toda la vida tomé dos gustos de helado porque pensaba que eran los únicos que me salían”, relató. Al final, les dijo a los niños allí presentes: “Somos como somos. Yo tartamudeo. Me trabo, pero voy a pedir y comer lo que quiero. El mozo tiene que esperar, el heladero tiene que esperar. La tartamudez no nos define. Somos personas que hacen muchas más cosas que esto”.
La historia de Wado es triste en muchos sentidos pero profundamente optimista. Está atravesada por un coraje no asociado ni con el alarde físico ni con el exhibicionismo, sino con la manera discreta y estoica de enfrentar la adversidad sin ceder a las tentaciones de la autocompasión. Un empecinado en proclamar con hechos y pocas palabras que aun en la tragedia los seres humanos son capaces de romper límites que engrandecen a las personas moralmente. Ayer anunció que volvería a hacerlo con un mensaje cortó: «Amo profundamente a mi país. Es necesario volver a representar y defender al país federal. Recuperemos la esperanza y el orgullo de ser argentinos. Quiero ser tu presidente, el presidente de todas las familias argentinas».