El doble crimen estremeció a la villa veraniega. La pareja fue hallada en estado de putrefacción adentro de su hogar. La investigación condujo hacia un hombre del entorno más cercano: el jardinero. La historia podría ser ficción. Fue real.
Todos tuvimos alguna vez un jefe despreciable. Un maltratador serial incapaz de reconocer lo bueno. Alguien que estalla de furia ante la mínima falta, menospreciando el trabajo realizado e imponiendo su autoridad de la peor manera. Personas que consideran a los demás como meras herramientas a su servicio.
Los Simpson eternizaron esa lucha en el capítulo “Homero, el Smithers”, de 1996. Allí, el calvo esclavo del Sector 7G rebalsaba de furia con el dueño de la planta nuclear en la que trabajaba. El viejo magnate lo trataba como un trapo, y a Homero no le quedó otra que surtirlo de una trompada.
Algo similar sucedió dos años después, en 1998. No ocurrió en Springfield, sino en San Lorenzo, Salta. No fue ficción y no alcanzó con un golpe de puño.
“Cansado del mal trato de su patrona, un jardinero brasileño fue detenido ayer acusado de matar a ella y a su esposo. La muerte de la pareja, ambos de nacionalidad suiza, que se dedicaba a alquilar caballos a los turistas, ocurrió en la villa veraniega San Lorenzo, a 12 kilómetros al noroeste de la capital salteña”, informaba el diario Clarín el domingo 21 de junio de 1998, en un pequeño artículo titulado “Jardinero detenido”.
El jardinero era Silas Avalos Moreno, de 38 años. Vivía en Rosario de Lerma junto a su mujer, Rufina, de 22 años. La pareja tenía tres hijos de cuatro y dos años, además de un bebé de ocho meses.
La patrona era Sivylle Hintermann, una mujer suiza que se había enamorado de la Quebrada de San Lorenzo cuando la conoció junto a su marido, Hansruedi, en 1983. En 1990 se instalaron definitivamente y se dedicaron a llevar una vida austera y reservada, financiada por las ganancias que dejaba el alquiler de los cinco caballos que poseían.
En junio de 1998, mientras la sociedad estaba pendiente de lo que ocurría con la selección durante el Mundial de Francia, los Hintermann dejaron de mostrarse en público. Desaparecieron del mapa de actividades sanlorenceño. Al principio, nadie se alarmó. El habitual ostracismo social del matrimonio europeo ayudó a prolongar el período de incertidumbre.
Hasta que una amiga de Sivylle comenzó a preocuparse por la ausencia, prolongada hasta para los más adeptos al encierro. Dio aviso a la Policía, que se acercó hasta la vivienda ubicada en Vicente Solá 1483. Allí, el 17 de junio de 1998, los uniformados hallaron dos cuerpos en avanzado estado de descomposición.
La primera hipótesis, difundida por la Policía, aseguraba que Hansruedi, enojado y dolido con su esposa por alguna traición sentimental, había asesinado a Sivylle y luego se había suicidado. La autopsia desechó la teoría. Los cuerpos presentaban golpes imposibles de producirse por las propias víctimas. La mujer, que tenía 48 años, había sido golpeada en su cabeza con un ladrillo y luego apuñalada siete veces. Al hombre, de 59, lo habían ultimado con un pico.
La vivienda estaba custodiada por perros y rodeada de un alambrado electrificado. Era una vivienda digna de gente reservada, que sabía cómo aislarse. A esos lugares no entra cualquiera. La investigación continuó de esa manera: buscando a alguien cercano, capaz de ingresar al domicilio sin ninguna traba.
Entonces las luces apuntaron al jardinero, que trabajaba en la vivienda cuidando las plantas y los animales. La Policía lo fue a buscar. Antes de que el domicilio de Avalos Moreno se viera rodeado de uniformados, Rufina empezó a notar cada vez más nervioso a su marido. Ese estado de ánimo fue el que pesó más a la hora del interrogatorio.
“En la madrugada de ayer el jardinero brasileño Silas Avalos Moreno confesó que mató primero a la mujer por los malos tratos recibidos durante la relación laboral, mientras que al marido lo asesinó buscando impunidad, es decir para que no queden testigos”, ampliaba la información Clarín en ese mismo artículo del 21 de junio.
Cuando ocurrió el crimen de las turistas francesas, en julio de 2011, la pequeña localidad volvió a vivir horas oscuras y a especular sobre sus propios habitantes. “Después de 14 años, la Sala II del Tribunal de Juicio vuelve a juzgar un doble homicidio ocurrido en San Lorenzo”, titulaba El Intransigente en marzo de 2014. Allí se recordaba lo ocurrido en el domicilio de los suizos.
“Hansruedi Hintermann (…) era un corredor de seguros jubilado, igual que su esposa, una ex empleada bancaria (…). En la casona, amenazada por cañaverales y los constantes yuyales debido al clima de la zona, la tarea se hizo mucha. Y por ello, la pareja contrató a Silas, quien había llegado a Salta como chofer del embajador paraguayo, aunque luego quedó desempleado. Casado y con dos hijos pequeños, Silas, un hombre que había pasado grandes miserias en su vida, trabajaba para los suizos por 13 pesos diarios, a lo que se sumaba un constante maltrato de Sivylle, que al fin obró como detonante del doble homicidio”, expresaba el artículo.
“El 7 de junio de 1998, día del doble asesinato, Silas estalló en ira tras un nuevo maltrato de Sivylle, quien le había recriminado el haber llegado tarde. En su interior, Silas, quien solía comer con los caballos por mandato de su patrona, ya tenía decidida la matanza”, agregaba el semanario.
Dos años antes, en 2012, el diario El Tribuno reconstruía el hecho y citaba a Rufina. “El llegó y compró dos cervezas, después prendió fuego para hacer un asadito. Yo no noté nada extraño”, había asegurado la mujer, recordando el fatídico 7 de junio. Y continuaba: “El se deprimía mucho porque la señora lo trataba muy mal, le decía malas palabras. No lo justifico, pero creo que se cansó. Yo lo lamento por esa familia y también por la mía, mis hijos van a sufrir mucho por esto. Pero lo voy a querer siempre”.
El 11 de abril del año 2015, un texto firmado por Maricruz Gareca, titulado “Mi temor a contar la historia del jardinero asesino”, fue publicado en la Revista Anfibia. Allí, su autora se presentaba como la hija del juez Roberto Elio Gareca, que intervino en la causa.
“En junio de 1998 mi viejo era juez de instrucción penal en Salta. Hacía poco que había asumido pero hasta ese entonces solamente se había tenido que ocupar de casos de poca trascendencia mediática (…). Pero ese 17 de junio (…) algo distinto sucedió. Recuerdo que era mediodía, que estábamos haciendo la sobremesa familiar y que lo llamaron —o lo vinieron a buscar— porque tenía que ir —le dijeron— a San Lorenzo porque algo, al parecer grave, había pasado”, escribió Gareca en su relato.
“Recuerdo que la primera sensación que tuvimos cuando llamaron —o buscaron— a mi viejo fue la de intriga e incertidumbre y lo único que queríamos es que volviera a casa para contarnos todo. Lo que supimos horas más tarde fue esto: dos personas, una mujer y un hombre, habían sido hallados muertos, en estado de putrefacción y semicomidos por sus propios perros. La imagen era dantesca, sin dudas, pero lo que más me impresionó fue saber que mi viejo, al entrar a la casona donde había sucedido todo, se había descompuesto por el olor nauseabundo con que la muerte suele impregnar esos escenarios”, continuaba el relato de la mujer, escrito 17 años después del hecho.
Hoy, los restos de Hansruedi y Sivylle Hintermann reposan en el cementerio de San Lorenzo. Silas Avalos Moreno vive. Está encerrado en el penal de Villa Las Rosas, condenado a reclusión perpetua.