La tolerancia se agota entre diputados que ven en el presidente de la cámara la negación de todo lo que contradiga el manejo oficial de crisis y la personalización de un peligro: convertir al cuerpo en una institución inocua de la política salteña. (D.A.)
Nunca faltaron voces críticas en contra de Esteban Amat por la forma en que conduce la cámara baja provincial, pero ahora los dueños de esas voces concluyen que la sola impugnación personal sirve de poco para evitar una tendencia que los alarma: el apego ciego de la legislatura a la historia oficial que el Grand Bourg difunde sobre la crisis y la posibilidad de que el cuerpo devenga en réplica de un senado provincial que legaliza el accionar de los gobiernos sin debate alguno y diluyendo las individualidades en sesiones que sólo oscurecen más lo que el ejecutivo diagrama desde las sombras.
El temor produce que legisladores provenientes de tradiciones políticas muy disímiles diagnostiquen lo mismo: las impugnaciones personales al gobierno en general y a Esteban Amat en particular seguirán sin incidir en el curso de las cosas si no se genera una voluntad colectiva al interior del cuerpo con la musculatura suficiente para encauzar los reclamos. Los más entusiastas aseguran que las conversaciones existentes devendrán en algo más deseable para la cámara; otros sugieren disciplinar las expectativas y no creer que la “justicia” de la demanda garantiza mantener el protagonismo de una legislatura que hasta hace unos meses presumía de dos cosas: mantener las puertas abiertas a sectores – desde docentes autoconvocados a manteros – que amenazaba el monopolio de las versiones oficiales y retener la facultad de negociar con los gobiernos la direccionalidad política de la provincia, aun cuando los “oficialismos” parlamentarios son la regla en la política local.
La cámara de diputados, en definitiva, devino en el teatro de operaciones de una oposición todavía fragmentada que impugna la hegemonía de un saenzismo parlamentario que asocia política con acatamiento a lo que diga el gobernador, aun cuando entre ellos haya variables evidentes: está el grupo de los “concejales” devenidos en diputados que siendo satélites sin luz propia, siempre orbitaron alrededor del “astro Gustavo”; están los jóvenes outsider que dicen odiar a la política y a los políticos, aunque a diferencia de las prácticas de antaño cuando el outsider era celoso de su autonomía, los de ahora buscan del auxilio de las castas políticas retribuyendo el socorro con sumisión sin fisuras. Saenzismo químicamente puro organizado en el Bloque “Salta tiene Futuro” y que cuentan con el auxilio de los diputados que antes fueron romeristas, luego urtubeicistas y ahora forman parte del bloque “Sáenz Conducción” quienes como buenos conversos exacerban el seguidismo para convencer a terceros de que la borocotización es sincera.
A este último grupo pertenece Esteban Amat a quien muchos asocian con un tiranozuelo que creyendo ejercer un Poder omnímodo en su coto particular, está lejos de generar el miedo que amordace la furia de legisladores opositores que lo volvieron blanco de términos que pincelan cómo la lógica política deja su lugar a caprichos, fobias, manías y obsesiones. No se trata de algo que quite el sueño a quienes impugnan la manera de conducir de Amat. Después de todo, dicen, no es la primera vez que alguien cree encarnar el Poder mientras lo importante ocurre por debajo de las suelas de sus zapatos y por impulso de otros que sí administrando Poder, pretenden que la cámara se deslice por el tobogán de intrascendencia.
Esa posibilidad es que la acerca a sectores que siempre habitaron trincheras diferentes, aunque hoy no descarten alianzas puntuales para hacerle frente a la arremetida. Tiene sentido. Las alianzas políticas, después de todo, también suele subordinar las coincidencias ideológicas al criterio de la conveniencia política cuando los actores se convencen de que existe un mal mayor.