Microconquistas del humano pro-medio: elegir lo que comés al menos una vez a la semana, tomar mate con la yerba que te gusta, el café que mejor te siente, los snacks más crujientes y el papel higiénico menos áspero para tu culito. (Franco Hessling)
Hace pocos años un historiador, Ezequiel Adamosky, hizo una interesante reconstrucción de las clases sociales argentinas. No soy historiador ni estudioso de Adamosky, pero me quedó latiendo una idea disruptiva para los relatos sobre la nación: la clase media no existe más que como identidad. Por eso se la apropian algunos de buena posición patrimonial, otros de círculos intelectuales o culturales, otros plebeyos y descamisados, otros emprendedores, y así sucesivamente. Si estoy interpretando bien a Adamosky, la clase media como identidad nos devuelve a la lectura económica de Marx, bien dialéctica: hay dueños de medios de producción y hay dueños sólo de fuerza de trabajo. La clase media no es una clase social económica que dependa de un lugar en las relaciones sociales de producción, la clase media está desembragada del funcionamiento de la estructura social. En cambio, existe en la superestructura, en el campo de las ideas e instituciones sociales. La clase media es una parte del bloque histórico de una sociedad que, en Argentina en particular, es clave para la hegemonía y/o para la contrahegemonía.
La clase media, aunque sea una identidad y no un resultado de las relaciones sociales de producción, parteaguas, define elecciones y, a fuerza de mucha tecnocracia, se logró clasificarla como dato uniforme, estadístico. Hay modos de medición que involucran muchas variables, pero, en general, los gobiernos se guían por los ingresos, igual que para medir la pobreza o determinar quiénes pagan ganancias. Entonces, hay algo de económico en esto de pertenecer a la clase media. No todo es identidad –no quiero polemizar con ninguna variante de relativismo cultural. No hay Gramnsci, Laclau o Mouffe antes de la clase media, hay una clase media económica que precede sus ideas.
Canasta básica. Eso que nos parecería indignante no tener. Eso que sabemos que otros no tienen, pero esos son los pobres o los indigentes, nosotros no somos esos. La canasta básica, lo mínimo indispensable. A nosotros que hasta nos aflige que no podemos terminar de construir nuestras piscinas con climatización a base de energía solar. A nosotros que estuvimos años hasta poder disfrutar nuestras piletas con los chicxs. (hashtag)MacriGato(ícono de los dedos en V).
No seremos ricos, pero nos merecemos tener nuestras piletas. Me burlo un poquito de los que se hacen piscinas fotovoltaicas, pero si en unos años no me alcanza ni para una pelopincho voy a considerar que algo anda mal, que me falta algo. Mis necesidades. Mis necesidades básicas. Mis necesidades básicas insatisfechas.
Decíamos, entonces, canastas y necesidades básicas para una clase social que no será burguesía o proletariado, pero representa una masa económica importante. Podríamos ponerlos en la innoble tarea de revelar algunas de esas cositas que nos costaría admitir como necesidades básicas para la clasemedia. Esos lujitos chiquitos que no tienen por qué causarnos culpa o avergonzarnos, pero que muchos argentinos de buen corazón nos dirían que somos muy contradictorios, que pregonamos el hippismo y miramos la tele, que somos zurdos y usamos celular.
Podemos empezar jalando justamente ese ovillo. Para la clasemedia el celular se ha vuelto imprescindible a tal punto que ya no puede pasar más de una semana sin tenerlo. Se rompa o se pierda, en poco tiempo hay que reconectar con esa pantalla que nos acompaña a todas partes y que les permite a las Big Tech seguirnos y escucharnos, en fin, acompañarnos de cerca. Estar con nosotros, con cada uno de nosotros. Salir a comer, fundamental para la clase en cuestión, igual que tomar vinos ricos y leer libros en vez de fotocopias. Y así van apareciendo esas cositas que le añaden un ariete argento a la clasificación dialéctica del gusto que hizo Bourdieu: el gusto clasemediero.
Con tanto anclaje nacional, no puede dejarse de mencionar un aspecto fundamental para la clasemedia argentina, y en general un parámetro para todas las clases: cuántos asados como. No tiene nada que ver con la tolerancia que tengan mis arterias a la grasa vacuna o porcina, ni con cuánta cantidad neta de carne o chacinados puedo engullir. El humor de la clasemedia argentina se vincula a la cantidad de asado-eventos que aparecen en la agenda, a más asados, más prosperidad. Quizá eso explique cierto nihilismo sad de los referentes del veganismo, la mayor parte de las veces apolíticos o activistas que odian la política de los políticos pero que consideran que todo es política o que la política puede ser buena o mala y que la buena es gente pequeña, como ellos, haciendo cosas pequeñas y blablabla. Las estadísticas, que siempre invisibilizan a alguien, en Argentina deberían medir la identidad de clase media en función a la cantidad de asados-evento por mes que uno tiene.