lunes 29 de abril de 2024
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Apuntes marginales salteños | La colonización meritócrata: fundaciones y responsabilidad social empresarial

Esos proyectos sociales de las compañías son la colonización de la prosperidad económica vista como vida exitosa ante la miseria de las vidas fracasadas. Asistencialismo estatal en crisis, caridad civil en ascenso. (Franco Hessling)

Proactividad. Hacer cosas para que alguien esté mejor, ¿quién podría estar en contra? Menos en Argentina donde nos creemos campeones mundiales en solidaridad y, por supuesto, tenemos nuestros Bernardos Kliksbergs explicándonos cómo aprovechar la Responsabilidad Social Empresarial (RSE): “En realidad la RSE es lo opuesto de una moda. Es parte de un proceso de evolución de la concepción misma de la empresa privada en las últimas décadas. Este proceso está movilizado por poderosas demandas sociales. Las mismas parten del reconocimiento de que la empresa privada es un motor esencial de la economía, y que sus actividades deben ser promovidas y facilitadas pero que, justamente por eso, por su enorme incidencia en la vida de los ciudadanos, tiene que ser considerada como una institución social con responsabilidades calificadas, y debe autoconsiderarse de este modo”.

Queeeeeee lindo…Kliksberg confía en convencer a los empresarios de que se consideren una “institución social con responsabilidades calificadas”.

Como mucho vamos a lograr convencer a los empresarios de que inviertan en proyectos sociales siempre y cuando se les otorgue algún beneficio netamente económico: un crédito fiscal o financiero, un préstamo internacional, una flexibilización de cargas impositivas. La posibilidad de lavar dinero malhabido, nada despreciable. Por filantropía o mecenazgo no hay nada. Ya no quedan muchos millonarios que inviertan en otros por puro amor a la humanidad o a la cultura. Filántropos eran los de antes.

Las empresas privadas asumiendo su responsabilidad como instituciones sociales se vienen desarrollando a través de organizaciones no gubernamentales, como las fundaciones Macro, Itaú, Techo o Hermanos Agustín y Enrique Rocca. Así las cosas, no sólo invaden terreno que debería o podría ser jurisdicción estatal, sino también espacios que antes podía ocupar la Iglesia papal. Las otras iglesias y las corporaciones tienen forma de ONGs -asociaciones, organizaciones o fundaciones- que van hacia los barrios, las comunidades y las redes sociales.

¿Quién puede ver algo malo en que las empresas inviertan, se vean obligadas a invertir, en proyectos sociales? A los ociosos a los que nada les viene bien, como quien les escribe. No voy a caer en la crítica fácil al hecho de que las empresas sólo ejecuten proyectos de RSE cuando logran alguna contraprestación económica. Creo que no se descubre mucho acusando de capitalistas a los capitalistas. Me limito a un señalamiento tanto más sutil: la colonización meritócrata.

El trabajo con poblaciones de un otro distinto-a-mi, como una comunidad precolombina, un grupo de refugiados, un colectivo de migrantes ilegales o un conjunto de adictos de bajos recursos, es el accionar silencioso que las empresas sí hacen como institución social -guiño guiño, Kliksberg. Esos proyectos sociales de las compañías son la colonización de la prosperidad económica vista como vida exitosa ante la misera de las vidas fracasadas. El mérito mediándolo todo, incluso la solidaridad de los exitosos con los fracasados, de los fuertes con los débiles, de los inexpugnables con los vulnerables.

Cuando hubo politólogos que advirtieron una ONGetización de la política se referían a esto, a la inclusión de un paradigma desde el que se asume la asistencia social y el trabajo comunitario. Cuando el asistencialismo lo maneja o hegemoniza el Estado se ancla en la idea de derechos humanos (de todas las personas), cuando interviene la iglesia se basa en la caridad divina y un poco en algún saber milenario como dar para recibir, pero cuando lo encara el sector empresarial, el asistencialismo no es otra cosa que colonización meritócrata.

El problema de esa colonización es que desde la mirada del exitoso (porque tiene prosperidad económica, que bien puede haberla heredado), el fracasado tiene ciertos “problemas”. Por ejemplo, el wichí que no tiene trabajo. Pero tal vez el wichí, aunque él no lo sepa, no quiere trabajar bajo un régimen de explotación capitalista que lo aliene a un trabajo hasta más esclavizante de lo que hacía Patrón Costas cuando manejaba El Tabacal y arrendaba tierras por trabajo –sin dar opciones a negociación. ¿Cómo no querer estudiar y trabajar y viajar por el mundo y conocer empresarios y tener una idea brillante y conseguir inversores y volverse millonario y ayudar a que otros vean que hay que hacer mérito para tener éxito? ¿Cómo no quererlo? ¿Cómo no ver un problema en que haya algunos que no lo quieran? Es lo que todo deberíamos querer, vidas de mérito.

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