La jueza Ada Zunino dijo que ella habría firmado la sentencia en este caso. Repasamos lo ocurrido en 1998.
La jueza de Garantías N°1, Ada Zunino, aseguró que en «ciertos delitos» se debe implementar la pena de muerte. Puso como ejemplo el caso de Marcelo Torrico, asesino de los hermanos Leguina, que podría quedar libre en la segunda mitad de este año.
Torrico está condenado desde diciembre de 1999 por haber sido el principal responsable del secuestro, asesinato y violación de Octavio y Melani Leguina, crimen cometido junto a su amigo Ariel Esteban Brandán.
Los hermanitos, de 6 y 9 años, desaparecieron el 4 de mayo de 1998. Durante casi una semana, la investigación no avanzaba mucho e incluso los padres de los niños fueron detenidos junto a otros tres sospechosos.
El 8 de mayo ya se temía que los hermanitos hubieran sido “víctimas de un psicópata”. Ya eran más de 600 los uniformados que participaban de la búsqueda, que también abarcaba La Silleta.
En medio de la incertidumbre (El Tribuno llegó a titular “La Policía no tiene más pistas”), comenzaron a surgir las versiones. Hasta una mentalista buscaba a su manera a los hermanitos analizando algunas pertenencias de los niños.
El 10 de mayo fueron hallados los cuerpos. Los hermanitos Leguina habían sido asesinados. La autopsia realizada en la morgue del Hospital San Bernardo determinó que los dos niños habían sido salvajemente golpeados. Uno de los peores datos seguía luego: Melani había sido violada. Los chicos habían sido asesinados el mismo día de la desaparición.
Durante el resto del año, la búsqueda de los culpables del hecho se hacía interminable. En enero de 1999, la Justicia Federal recibió la causa debido a que se detectó que los cuerpos de los chicos tenían cocaína. La indignación no cesaba.
El 27 de enero, una testigo reservada reveló el nombre de Torrico. Interpol lo buscaba. El asesino cayó en marzo, mientras trabajaba de remisero. El juicio se resolvió antes del nuevo siglo.
El miércoles 1 de diciembre ya todo el país sabia de la existencia de Torrico y de Esteban Brandán, el sumiso ayudante del perverso. El Tribuno tituló esa mañana “Torrico fue descrito como un psicópata y sádico irreversible”.
Según se informó, la familia materna de Torrico tenía ascendencia alemana e ideología nazi. Sus familiares arios lo rechazaban por tener sangre boliviana por parte de padre. Flores contaba que el asesino se crió con la abuela paterna, que murió quemada delante de su nieto cuando intentaba encender con nafta un horno de barro. Para el analista, ese hecho fue el que determinó la vida delictiva de Torrico, su inconstancia en las relaciones afectivas con mujeres y su inclinación a las drogas duras.
Esteban Brandán era la otra parte. Para Flores, se trataba de «una persona sumisa”. Finalizó diciendo que el cómplice se había desligado totalmente del crimen.
El 10 de diciembre de 1999 llegó la sentencia. El tribunal presidido por Alberto Fleming, Susana Sálico de Martínez, Antonio Morosini y la secretaría de Ana Gloria Moya condenó a reclusión perpetua y reclusión por tiempo indeterminado a los dos imputados. Se los encontró culpables de rapto, drogadicción de los dos hermanitos, la violación de la nena y el doble homicidio agravado por alevosía. Para la fiscal Herrera de Gudiño, el motivo del rapto fue la satisfacción sexual de los acusados, y el asesinato fue un medio favorable para ocultar el crimen”.
La historia de Torrico no cerró con la condena. El 1 de enero de 2006, el asesino escapó junto a Diego Enríquez, su compañero de celda. Se habló entonces de la complicidad de varios policías en la huida. Fue atrapado a fines de agosto de ese año en Buenos Aires, cuando intentaba robar un local de venta de teléfonos celulares.
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