En plena crisis del petróleo y el necesario debate sobre la matriz energética y la realidad de la Energía Nuclear, el físico salteño se adentra en el mundo de las centrales nucleares y dos de los accidentes más grandes de la historia nuclear: Chernóbyl y Fukushima.
Antes de analizar un poco sobre riesgos y posibles consecuencias de accidentes, veamos algunas cosas básicas del funcionamiento de los reactores nucleares. Éstos basan su funcionamiento en un proceso llamado Fisión Atómica que, básicamente, se trata de dividir núcleos de átomos de Uranio enriquecido. Esta reacción libera una gran cantidad de energía, y puede ser controlada o no, por supuesto que en los reactores nucleares, y en todas las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear, está controlada desde el diseño mismo del reactor y cuenta con una gran cantidad de mecanismos de seguridad para controlar cualquier imprevisto.
Pero, por supuesto, no podemos hablar de riesgo nulo. Hagamos un pequeño resumen de los dos accidentes más grandes de la historia nuclear pacífica, Chernóbyl y Fukushima.
Justamente en estos días se cumplieron 34 años del accidente de Chernóbyl, ocurrido el 26 de abril de 1986. Una conjunción de fallas en el diseño del reactor y de impericia del equipo técnico a cargo del mismo durante una prueba causaron una explosión que generó una liberación de material radioactivo equivalente a 400 (sí, cuatrocientas) bombas de Hiroshima. Hasta el día de la fecha, las zonas cercanas al lugar no pueden ser habitadas, y sólo se visitan con fines científicos y turísticos.
El segundo accidente más grave de la historia tuvo lugar en Fukushima, Japón, en 2011. Si bien no hubo que lamentar fallecimientos directos por el accidente, se siguen evaluando las implicancias en la salud de la población, como aumento de enfermedades relacionadas con la radiación, además del daño ambiental producto del derramamiento de material radioactivo en el océano y la volatilización en el aire. Este accidente ocurrió a raíz de un terremoto y posterior tsunami que inundó parte de los reactores, pero hay consenso sobre la responsabilidad en el diseño y ubicación de la planta, situada demasiado cerca de la costa, además del combustible usado, que hace tiempo era observado por parte de la comunidad científica.
Aún con estos ejemplos, de indiscutible gravedad para la humanidad y el ambiente, la generación de electricidad mediante reactores nucleares sigue siendo una manera muy útil de producir energía, con un riesgo ambiental y humano potencialmente elevado, pero de probabilidades muy reducidas. Con un tratamiento adecuado de los residuos radioactivos y respeto a la vida útil de los reactores, la contaminación de las centrales nucleares es extremadamente baja, comparada con los daños ambientales que produce el circuito del petróleo y sus derivados. Además, la evolución tecnológica es constante, y cada vez las medidas de seguridad en el proceso son mayores y más eficientes.
Pero, volvemos a insistir, es imprescindible la información seria sobre esta temática en la sociedad, garantizando también siempre la debida participación ciudadana en la toma de decisiones.