La monja de las Carmelitas Descalzas practica votos de castidad, pobreza y obediencia. Empezó ayudando a una travesti que intentaba salir de la prostitución. La editorial Logos publicó un libro sobre su vida títulado “Acariciar las heridas”.
Hace 13 años cobijó por primera vez a una trans desesperada; “después fueron dos, y ahora son muchas las que la llaman de todas partes del país y del mundo (…) espera inaugurar 12 departamentos donde puedan alojarse lxs sin techo. Tienen una casa donde se reúnen para tomar clases de costura, peluquería, computación, entre otros oficios”, resalta un informe publicado en el día de hoy por el diario Página 12.
Mónica Astorga Carmona es la madre superiora de las Carmelitas Descalzas de Neuquén y vive en un monasterio de la localidad de Centenario. Le contó al suplemento SOY de ese medio nacional que lleva una vida de clausura y contemplación, cuya misión es la oración. “Pero, a la noche, cuando hacen un rezo completo y termina el día, para la monja Mónica empieza otra, la de activista del colectivo trans: Responde los mensajes del celular, contesta mails, sube fotos a Facebook, etc.”, enfatiza el informe.
La monja consagró su vida, renunciando a sí misma y a las comodidades terrenales para entregarse a lxs demás. “Mi meta es cuidar, desde este lugar, a todas las personas. No hay mucha ayuda de gente que quiera acompañar a las chicas. Es muy difícil que se animen. No sé a qué le tiene miedo la gente”.
Su comunidad no está subsidiada por el Estado, pagan los impuestos y servicios como todo el mundo. Viven de lo que ellas producen: alfajores, licores, dulces. Cuando le pregunto por la separación de Iglesia y Estado escucho un gallo de fondo mientras me responde: “Estoy totalmente de acuerdo que se haga”.
Después de 2 años de gestión, la monja obtuvo el terreno que le había solicitado al Municipio, donde ahora se están construyendo 12 viviendas, donde van a vivir las trans más vulnerables y viejas. “Tendrán condiciones que cumplir para que puedan habitarlas… Muchas siguen en la prostitución. Son minoría las que han conseguido otro trabajo. Yo las respeto, respeto su tiempo. Cuando ellas me dicen: no puedo más, no quiero más la calle, bueno, vemos qué podemos hacer. Mientras tanto las motivo para que estudien, que se capaciten en algo. La mayoría no tiene ni el primario terminado”.
Por ahora es Katty – quien se está recuperando del alcohol – la única que vive en la casa pero si las chicas necesitan comida, ducharse u otras cosas, pasan por ahí. “En la cocina trabaja Mara. En el salón de depilación y manicura está Penélope. Otra trans va a enseñar computación y está previsto abrir un taller de teatro. El grupo lo conforman 15 chicas; las otras van y viene. La monja recibió a más de 100 chicas trans que la llaman de todo el país, y ahora del mundo. También pasan por la casa algunxs varones trans”, resalta el suplemento SOY.
La editorial Logos le propuso hacer un libro sobre su vida y la lucha de inserción que lleva adelante con la comunidad trans. Lo hizo con una periodista que la entrevistó durante tres días y recogió cinco testimonios. Lleva el título “Acariciar las heridas” y con el nombre de Hermana Mónica en la periferia transexual se publicó en España: “La idea es difundir el proyecto”.