viernes 20 de septiembre de 2024
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“Siempre anochece” | El libro de una autora salteña que aborda la vejez y la muerte

Acaba de ser presentado en distintos actos la publicación de la escritora oranense que reúne relatos sobre un tema de larga tradición en la producción literaria universal. (Raquel Espinosa)

“Siempre anochece” de Silvina Rufino reúne una serie de relatos sobre la vejez y la muerte. Una larga tradición en la producción literaria universal refleja las preocupaciones y temores de los hombres sobre estos temas. Sólo mencionaré dos que recuerdo con placer y tienen marcadas diferencias en sus puntos de vista y abordajes: La guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares y Las intermitencias de la muerte de José Saramago. Esa tradición en la que confluye necesariamente la tradición oral con muchos otros relatos emerge sin dudas en Siempre anochece, título sugestivo que ancla al lector en un tiempo esencial del que no puede escapar porque lo que ocurre, ocurrirá “siempre”, adverbio que incomoda porque incluye a todos.

La antología comprende veinticinco títulos que focalizan la mirada en una etapa de la existencia que interpela a todos y que va cobrando significado, lógicamente, a medida que se festeja una década más de vida. Los prejuicios, el descrédito, el dolor y la invisibilización tanto como el desprecio o el maltrato a los mayores aparecen en casi todas las historias narradas. Sin embargo, el humor, la admiración y sobre todo la identificación del narrador con algunos personajes equilibran el clima emocional que la lectura produce en quien recorre las páginas de este libro. La denuncia de los abusos u olvidos que sufren las personas mayores se ostentan en muchos cuentos como “El container”. En este caso, al morir la protagonista sus libros son arrojados a la basura. En un container de la calle sus libros más queridos, “los libros más antiguos y ajados de Julia -los que tanto amó-yacen sobre la llovizna persistente”. Si los objetos que rodean a las personas adquieren significado y valor porque están cargados de su energía, de sus historias y sus vivencias, aquí esos signos reciben un valor extra porque se trata de libros, conjuntos de palabras que tejían vínculos entre la narradora y la protagonista y eran los que la acompañaban en sus largas horas de soledad. El fin enuncia la esperanza de que algo resistirá a la catástofre: “Recojo los [libros] que mis fuerzas me permiten y camino con Julia entre mis brazos, confundiendo mis sollozos con la lluvia”.

Algo similar sucede con “Tardes de poesía” donde una abuela y su nieta pasan el tiempo leyendo libros de una poblada biblioteca. No sólo leen poemas o los recitan de memoria, sino que los analizan y critican a conciencia. Aquí la crueldad no está localizada en los otros sino en el cuerpo mismo de la abuela cuya memoria se ha deteriorado y va perdiendo poco a poco la conciencia de lo que la rodea hasta el punto de no reconocer su propio nombre. Los libros, sin embargo, siguen operando como tabla de salvación, un motivo para unir la realidad con la ficción, para alargar el atardecer. Entre sus personajes la autora emerge para mencionar, como al pasar, alguno de sus autores preferidos: Borges, Cortázar, Abelardo Castillo,. Darío, Paul Auster

En la serie de cuentos hay otros que muestran una mirada más relajada y optimista y provocan sonrisas tal el caso de “Inseguridad” o “Nunca es tarde si la dicha es buena”. En general, la obra ofrece ejemplos de cómo en instancias difíciles de transitar como la vejez o la muerte aparecen los amigos, la familia y los libros que, a modo de bastones, ayudan a seguir de pie, aceptando con naturalidad el destino que espera a todos, saber que “siempre anochece”.

Como en toda escritura profesional en la de Silvina Rufino se percibe la búsqueda de una verdad que a la vez es la de los otros, la de aquellos hombres y mujeres que transitan la vejez o que están próximos a la muerte, y la verdad de ella misma, la que describe y denuncia o festeja. La literatura los ha reunido pues se trata de un territorio común y allí se han encontrado los personajes, el narrador y la autora. Ese mismo territorio convoca ahora a los lectores; con ellos la exploración continúa.

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