El viernes habló la vicepresidenta de la nación y ocurrió lo de siempre: genera reacciones del campo opositor y provoca efectos en el espacio propio. Hay cierta inercia que Cristina con sus palabras sacude. (Daniel Escotorin)*
Las apariciones políticas de Cristina Fernández nunca pasan inadvertidas, si sus silencios son objetos de análisis, reclamos y fastidios por parte de la oposición a nivel de medios, construyendo toda una semiología de ausencias, voces, gestos y palabras para llegar siempre a la misma conclusión que con genial humor retrata la revista Barcelona: Todo es Cristina, la culpa de todo la tiene Cristina.
Sus dichos, en definitiva, tienen la capacidad de generar efectos políticos inmediatos en propios y ajenos (en estos con un mayor grado de histeria). Marcelo Bonelli en su programa de TN lo expresó con un exabrupto rayano en lo ordinario del periodismo de guerra que practica ese medio: “¿hay que aguantársela a Cristina?”. Pero la cuestión no es solo la reacción del campo opositor, sino los efectos que provoca en el propio, o más bien pensar en los sentidos que se mueven o no, en cierta inercia que Cristina con sus palabras sacude. No es menor el debate.
En el cenit de su segundo gobierno y en la medida que se hacían evidentes los límites y ciertos errores que en su espacio político las críticas, constructivas o correctivas, eran escasas o más bien nulas y corrían por cuenta personal e inorgánica; más aún y esta era una paradoja notable en un espacio que se reivindicó como hijos (herederos) de la generación revolucionaria del setenta, no construyó un ala izquierda del kirchnerismo con sentido superador. Así en ese periodo toda crítica era despreciada y marginada (críticos incluido) bajo el sambenito de “hacerle el juego a la derecha”.
A riesgo, y no está mal, de ganarme la animadversión de kirchneristas varios, hay que decir se trata de un espacio donde abundan los aplaudidores seriales y seguidores más bien timoratos a la hora de marcar críticas, proponer políticas y proyectos superadores. Fue en ese período del último gobierno donde era la propia presidente quien daba esos pasos, ciertamente dentro del marco estructural establecido, esa limitación marcó la fragilidad de la construcción política que estrecha determinó su destino en el 2015.
El Frente de Todos con sus tres patas principales: kirchnerismo (progresista), el pejotismo (pragmático) y el massismo (conservador) sostiene un equilibrio inestable donde en algún momento deberá definir un rumbo más preciso en términos de modelo económico- social. Una cuarta pata minoritaria pero importante igual en su capacidad de movilización la constituye el conglomerado de partidos de izquierda y centroizquierda que pueden aportar ese elemento faltante que es el del horizonte político. Hoy hablar del “modelo nacional y popular” es tan indeterminado como limitado y ciertamente fue desde este sector que partieron algunas críticas y propuestas superadoras (Grabois, Lozano) de un gobierno que debe afrontar con mayor fuerza y eficacia la lucha contra la pobreza y la desigualdad.
¿Tiene Cristina Fernández derecho a mostrar disconformidad, criticar, proponer políticas a su propio gobierno? es una pregunta meramente retórica porque la respuesta es por supuesto que sí siendo ella la mentora del Frente, siendo ella la dirigente política de mayor peso de Argentina, siendo ella la vicepresidenta. Lo hace desde el volumen de su figura, pero también en el marco de una coalición popular donde el debate es una constante y una necesidad permanente, tanto que en una reunión reciente virtual de los presidentes de partidos del frente el pedido de una “institucionalización del frente” fue uno de los ejes presentes, o sea, convertir al frente electoral en un frente político.
La vicepresidenta marcó prioridades para el próximo año: atender Salud, precios, salarios, jubilaciones, etc., pero la definición que quedó en la conciencia política fue su demanda a “Todos aquellos que tengan miedo o que no se animan, hay otras ocupaciones además de ser ministro, ministra, legislador o legisladora, vayan a buscar otro laburo…”, otra vez Cristina asume su rol dirigente para expresar sus críticas y dejar en claro que el sentido y la dirección (rumbo) del gobierno y del frente. Ahora bien, esta definición se da, y no casualmente, en el momento cuando a un año de la asunción de Alberto Fernández las dudas y críticas corren por ahora en tono bajo dentro del frente gobernante y entre los seguidores, adherentes y cercanos renacía el espíritu censor con la misma cantinela de hace una década: no criticar, no ser funcionales a la derecha, pero claro que nadie hoy se va a animar a acusar a Cristina de semejante infundio. Mágicamente sus dichos alinearon a los temerosos militantes virtuales que de inmediato se armaron de un renovado espíritu rebelde porque al final Cristina no los nombró y no les cupo el sayo.
La ex presidente supo leer el momento político acertando otra vez la dirección a tomar y se suma a ese coro de voces que de manera sostenida o no, vienen advirtiendo el riesgo de quedarse en la tibieza de un proyecto que tiene mucho de conciliador y en una etapa como la actual, conciliar con los grupos dominantes es un síntoma más cercano a la debilidad que a la tolerancia y el consenso democrático. Con sus dichos Cristina Fernández abrió la etapa 2021 -2023 al interior del frente y del gobierno.
*Historiador salteño y presidente del partido Unidad Popular