sábado 25 de enero de 2025
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Las vicisitudes de una escritora | Una mirada salteña de la obra de George Sand (Parte II)

Tras el análisis de la novela “El orco” de Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, más conocida por su seudónimo Geoge Sand, ahora nos sumergimos en el libro Un invierno en Mallorca.

La publicación reúne las impresiones del viaje que ella emprende desde Francia a España y su estadía en Mallorca. Allí, Sand, sus hijos y Frederic Chopin permanecieron en la Cartuja de Valldemossa durante noventa y cinco días desde finales de 1838 hasta febrero de 1839.

En los primeros capítulos la autora describe la naturaleza y el paisaje de la isla; también analiza minuciosamente a sus habitantes a quienes en general considera carentes de energía y perseverancia. A sus gobernantes los asocia con los abusos de poder y concluye que unos y otros están muy alejados del progreso.

Mientras Sand recorre la ciudad de Palma busca un lugar para alquilar y con tal fin visita muchas casas. Ese recorrido la llena de contrariedad y enojo pues ve en todas ellas las paredes vacías, las lozas manchadas y polvorientas, los muebles raros y sucios, producto a su entender de la indiferencia y la inacción de sus habitantes: “Los hombres no leen, las mujeres no cosen siquiera… Esta ausencia de la vida intelectual convierte la habitación en una cosa muerta y vacía…” (pág. 73). La cita resume la importancia asignada a las prácticas de lectura y de escritura. Son ellas las que otorgan vida, lo que da sentido a las cosas que nos rodean.

En la primera y segunda parte del libro pueden encontrarse reflexiones sobre la historia reciente de España en la época en que Sand visita la isla y sobre ciertos acontecimientos más remotos, así como comparaciones entre Francia y España y otras regiones de Europa. Hay pormenorizadas descripciones de los principales edificios arquitectónicos de la ciudad y una descarnada crítica social que apunta a las órdenes religiosas y al convento de la Inquisición en particular.

Sand reflexiona sobre los fosos del convento que eran los calabozos de aquellos que habían osado pensar de distinta manera que la Inquisición: “Los padres dominicos eran sabios, literatos, y aun artistas. Tenían vastas bibliotecas, donde las sutilezas de la teología, encuadernadas en oro y tafilete, ostentaban en anaqueles de ébano sus márgenes de perla y rubíes; y, sin embargo, al hombre, libro viviente donde con su propia mano ha escrito Dios su pensamiento, le bajan vivo y le tenían oculto en las entrañas de la tierra.” (pág. 106).

En la tercera y última parte la autora narra su estancia en Valldemossa, localidad distante a tres leguas de Palma. En esta instancia, como en las anteriores, para realizar su trabajo, recurre a sus vivencias personales y a lo que podríamos llamar “trabajo de campo” pues explora edificaciones y la naturaleza que rodea el lugar. También consulta una extensa bibliografía sobre la ciudad y la cita en el cuerpo del texto. Paralelamente da a conocer algunas de los autores que influyeron en su formación de lectora y escritora, a los que recurre para su análisis: Cervantes, Chateaubriand, Rousseau, Dante, Chaucer y Bocaccio entre otros.

A medida que describe Mallorca Sand se describe a sí misma (o a sí mismo, si queremos respetar la persona por ella elegida para escribir). Reconoce que como artista no puede abstenerse de la vida colectiva o aislarse de todo contacto con la política: “¿No nos entran a menudo ganas, a nosotros los artistas que no influimos en el timón, de dormirnos en los costados del buque y no despertar hasta después de algunos años para saludar entonces la tierra nueva adonde nos encontramos transportados?” (pág. 40).

Desde las primeras páginas enuncia lo que será el texto de su relato donde incluirá impresiones personales porque no hacerlo le parece que sería dejarse vencer por la pereza o la cobardía y aclara porqué se toma el trabajo de escribirlo. Es decir, deja constancia de que la escritura es un trabajo. Escribir es un deseo, una decisión y una práctica constante que requiere método y disciplina. En el camino emprendido encuentra, como todos, lógicas dificultades: “He cedido, como hago siempre, al ascendiente de mis recuerdos, y ahora que he procurado comunicar mis impresiones, me pregunto por qué no he podido decir en veinte líneas lo que he dicho en veinte páginas…” (pág. 161).

Esta necesidad de acortar el texto, el no poder resumir lo esencial, tensa la autoevaluación. Antes, la autora llegó a cuestionar incluso la práctica misma de la escritura, la de los otros y la propia: “Aconsejaría a las gentes a quienes devora la vanidad del arte, que contemplen bien tales sitios (la naturaleza) y que los contemplen a menudo. Me parecen que tendrían hacia ese arte divino que preside la eterna creación de las cosas, un cierto respeto que les falta… En lo que a mí concierne, diré que nunca he sentido mejor la inutilidad de las palabras como en estas horas pasadas en la Cartuja” (pág.132). Vemos así a la mujer dedicada a las letras pasar por distintos estados de ánimo en el ejercicio de su profesión, desde la disconformidad hasta el planteo de si tiene sentido hacer lo que hace. (Barthes diría que le ha rozado el ala de la Desdicha). Estos momentos de desánimo en seguida son conjurados por la fuerza misma de la escritura y el Deseo que la impulsa y la obliga a avanzar. La escritora piensa que la contemplación sólo es saludable si es transitoria; lo contrario sería peligroso y llevaría al enervamiento. Escribir. Escribir es la única salida posible.

Gracias a la escritura podemos conocer cómo era ese monasterio cuando George Sand y Frederic Chopin habitaron en él. Es una forma de viajar y conocer lugares. Escribir y viajar tienen mucho en común. Así lo plasma al principio del libro: “¿Por qué viajar cuando no se está obligado a hacerlo? Hoy, al regreso de las mismas latitudes atravesadas por otro punto de la Europa meridional, me dirijo la misma contestación que me hice otra vez a mi regreso de Mallorca: Es que no se trata tanto de viajar como de partir. ¿Quién de nosotros no tiene ningún dolor que olvidar o algún yugo que sacudir?” (George Sand, 25 de agosto de 1855).

En la Cartuja de Valdemossa hay actualmente un museo con acceso a la celda que habitaron Chopin y George Sand, también un busto del músico en el jardín, no así de la escritora. En la placa se ostenta en letras de gran tamaño el nombre de él y con marcada diferencia, más pequeñas, el nombre de ella. Sin embargo, en las tiendas de regalos se ofrecen y se venden muchos ejemplares de Un invierno en Mallorca. El que se cita aquí corresponde a Bilibú ediciones, editado en Palma en 2016.

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