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La columna de Sandra Carral Garcín | Cosmetovigilancia: la elección del consumidor informado favorece su salud y la del medio ambiente

El antecedente de las campañas de cosmetovigilancia realizadas por Greenpeace no es muy conocido en nuestro país. Conviene rescatar estas experiencias que fueron un hito en la concientización de los riesgos de estos productos.

La preocupación por la contaminación con los productos de la industria cosmética es una constante, no sólo por los efluentes de esta industria, sino también por la composición de esos productos que consumimos, visible mayormente en las etiquetas cuando se trata de productos debidamente registrados.

El antecedente de las campañas de cosmetovigilancia realizadas por Greenpeace no es muy conocido en nuestro país, razón por la cual interesa rescatar estas experiencias, que fueron un hito importante en la concientización de los riesgos de estos productos, muchas veces aprobados o en conformidad con las regulaciones del caso, pero que aún así necesitan de una revisión en cuanto a la inocuidad de sus fórmulas. En ese entonces, hace 15 años, había más de 100.000 sustancias químicas industriales en libre circulación en el mercado europeo (la producción mundial de 1 tonelada en 1939 aumentó a 400.000.000 de toneladas contabilizadas en 2006).

Así como sucede en la industria alimenticia, también a nivel internacional, no siempre las agencias reguladoras, cuyo trabajo es muy bueno e importante, coinciden con la exigencia de un consumidor cada vez más interesado en el ambiente y en productos naturales, o por lo menos con componentes sin características de toxicidad o contaminantes.

Es evidente que las mejores cualidades de un producto a nivel ambiental y sanitario corresponden a los productos naturales, siendo éste un mercado en crecimiento, sobre todo en el mundo desarrollado. Esto ha significado el renacimiento de productos tradicionalmente usados en las regiones de origen, posteriormente comercializados y producidos también en otras regiones.

Pero volviendo a la industria de cosméticos de uso masivo, en esta experiencia del programa Vigitox iniciado por Greenpeace, fue publicada una guía que data de febrero de 2006 (actualizada posteriormente), la “Guide Cosmétox”, con el objetivo de priorizar la seguridad sanitaria y ambiental a nivel de los productos de la industria cosmética y de perfumería, clasificándolos en 3 categorías (listados por marca y fabricante): verde (aquéllos donde se garantizaba que no se encontraban las sustancias tóxicas citadas por Greenpeace en la guía), naranja (aquéllos en los cuales se admitía la presencia de estas sustancias tóxicas, pero con un compromiso de los fabricantes para sustituirlas en un calendario establecido, para pasar así a la categoría verde, y en caso contrario, a la categoría roja) y roja (aquéllos en los cuales no se garantizaba la ausencia de esas sustancias tóxicas, siendo mayormente los fabricantes no proclives a eliminarlos de los productos, o bien no dispuestos a comunicar a la ONG su política al respecto).

Las sustancias tóxicas referidas en la guía son: dibenzodioxinas policloradas (PCDD), dibenzofuranos policlorados (PCDF), bifenilos policlorados (PCB), hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), pentaclorofenol (PCP), parafinas cloradas de cadena corta (SCCP), isómeros de hexaclorociclohexano (HCH), mercurio y compuestos orgánicos mercuriales, cadmio, plomo y compuestos orgánicos de plomo, compuestos orgánicos de estaño, nonilfenol / etoxilatos de nonilfenol (NP/NPE) y sustancias asimiladas, xileno de almizcle (MX), retardantes de llama bromados (RFB), ftalatos – dibutilftalatos (DBP) y dietilhexilftalato (DEHP), otros almizcles sintéticos nitrados y los almizcles policíclicos, otros ftalatos, otros etoxilatos de alquilfenol, el bisfenol A, el PVC.

Se trata de sustancias químicas incluidas en la lista OSPAR (originalmente convenio Oslo – París) que concierne las sustancias prioritarias a eliminar para la protección del ambiente marino Atlántico. Son sustancias persistentes, bioacumulables y tóxicas (PBT), en ese entonces no prohibidas por las regulaciones, pero susceptibles de encontrarse en las formulaciones de productos cosméticos y de perfumería.

Además, en 2005, Greenpeace había encargado un análisis a un laboratorio sobre 27 productos de consumo masivo, para identificar la presencia de: parabenos, isotiazolinonas o formaldehído como agentes conservadores antimicrobianos; triclosán como agente antibacteriano y desinfectante en los dentífricos; benzofenonas, salicilatos como agentes de pantalla solar; tinturas derivadas de alquitrán como colorantes; aminas aromáticas como tinturas para el cabello; o siloxanos como agente físico facilitador (para repartir las sustancias activas y los pigmentos sobre la superficie de la piel).

El especial desafío en ese momento era también involucrar a los consumidores para incidir en las decisiones al momento de la elaboración del reglamento REACH (Registration, Evaluation, Authorisation and Restriction of Chemicals) de la Unión Europea.

Con estos resultados, además de las campañas específicas que esta ONG (Organización No Gubernamental) propulsó, un importante cambio en la opinión pública comenzó a gestarse, más allá de los habituales reductos de resistencia ambiental.

Pasados muchos años de estos sucesos en el mundo desarrollado, y en particular, en el continente europeo, aún vemos presentes en las formulaciones de productos que compramos en nuestro país algunos de estos componentes, razón por la cual sigue siendo importante la vigilancia del consumidor, para lo cual es necesaria cierta información.

Sea que las regulaciones locales los permitan, o que se trate de productos no conformes (no es aconsejable la compra de productos no registrados o con deficiencias de etiquetado, deben estar indicados la Resolución 155/98 y el número de legajo que corresponde al certificado del establecimiento habilitado para su elaboración o importación), el poder de decisión y de influencia del consumidor sigue siendo un arma para contrarrestar no sólo la contaminación ambiental con el uso de estos productos de consumo masivo, sino también para propender a la salud general. También están disponibles los mecanismos de denuncia en el servicio de Cosmetovigilancia* en la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica), en caso de problemas de uso, defectos de calidad o efectos indeseables de productos cosméticos y de higiene oral.

Una manera de cuidarse y cuidar el medio ambiente es la disminución del uso de productos con componentes químicos de síntesis, la sustitución de éstos por productos naturales o con mayor presencia de componentes naturales en sus fórmulas, encontrándose en el país ya disponibles una variedad importante de marcas locales o importadas.

Porque nosotros lo valemos, y el medio ambiente también (una variación más del famoso slogan creado por Ilon Specht en 1971).

Bibliografía:

Greenpeace. Guide COSMETOX. Febrero 2006

https://www.econologie.com/file/environnement/greenpeace-guide-cosmetox.pdf

* Link:

https://www.argentina.gob.ar/anmat/cosmetovigilancia

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