jueves 16 de enero de 2025
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La campaña que se viene en Salta | Adiós a las grandes promesas, bienvenido el meme

Los medios y las redes sociales adquirirán una importancia mayor a la acostumbrada. El anonimato posibilita un entorno propicio para la agresividad ilimitada y el ciberacoso electoral. (Daniel Avalos)

Estamos a días del comienzo de la campaña electoral más atípica de la historia política reciente. Por las restricciones obvias que la pandemia impone, pero también por las sensibilidades que el coronavirus aflora en la sociedad. Detengámonos en lo último. Será para indicar que el divorcio entre la gente y la clase política se mantiene, pero resaltemos que a la indiferencia por las elecciones que eso genera se le suma ahora una mayor indignación. Por lo general, los indignados provienen de entre los empobrecidos por la pandemia que dirigen su ira -callada o explícita- contra casi todos: desde los gobiernos hasta los sectores más vulnerables a los que asocian con una asistencia estatal que ellos no gozaron.

He allí el desafío que difícilmente podrán encarar los candidatos. ¿Cómo transformar en adhesión electoral voluntades atravesadas por la indiferencia y la indignación? No se trata de una tarea fácil. Por eso mismo casi todos ellos encajan en lo que algunos califican de “alfabetismo ilustrado” para referirse a quienes saben bien lo que muchos sienten, pero no pueden imaginar una propuesta colectiva capaz de sacarnos del desaguisado en el que nos encontramos.

La campaña electoral, entonces, carecerá de promesas de futuro. Los enunciados proselitistas tendrán poco atractivo y difícilmente alguien emerja como figura capaz de sintetizar aspiraciones colectivas. La situación, incluso, afecta indirectamente al propio Gustavo Sáenz que, siendo el político con mayor adhesión en la provincia, no consigue que sus muchos candidatos se apeguen a la gestión de su gobierno o invoquen su nombre de manera explícita y entusiasta. La curiosidad está lejos de poner en peligro la condición de hombre fuerte del mandatario, pero no deja de llamar la atención cómo el desmarque deja al gobernador como vocero casi exclusivo de su proyecto político.

Pero volvamos a los candidatos. Ya dijimos que el escenario en el que se mueven les paraliza la imaginación para elaborar grandes relatos que prometan volvernos mejores como personas o como sociedad. Ello los deja atados a un proselitismo de “solucionismo inmediato” que ya practican y cuyo rasgo central es la gestión de soluciones individuales: atribuir al sector de pertenencia política el arribo de vacunas o los avances de la inoculación; asistencia puntual para que un vecino llegue al otro día con la panza media llena; candidatos con la aspiración de convertirse en el nexo entre los necesitados y algún “bienhechor” estatal que pueda proveer recursos o trámites administrativos; gestores de algunos saberes específicos que tal vez permitan a un emprendedor recuperar algo de lo que la pandemia le arrebató. Todos aspectos que aportan un plus de ventaja para quienes ya son funcionarios de gobierno.

Esos son los recursos a mano de candidatos y candidatas. Con ellos y algunos otros, deberán lanzarse a la tarea de resultar simpáticos. Tiene lógica. A falta de propuestas que vayan en busca de la razón del elector, viene bien tocar el corazón del mismo. La estrategia es hija de una certeza duranbarbiana: si alguien cae mal, ni una buena propuesta lo salva, mientras que el que cae bien podrá contar con la indulgencia de muchos dispuestos a tolerar la falta de ellas. No es esto un rasgo episódico de elecciones en tiempos de pandemia. Se trata de un rasgo estructural del proselitismo desde hace varios años. En todo caso, la crisis sanitaria obligará a los candidatos a transitar nuevos caminos para llegar a los votantes. El territorio dejará de ser el teatro de operaciones fundamental de campaña y lo virtual adquirirá una importancia mayor a la que ya nos tenía acostumbrados.

Traducido: no habrá ejércitos de punteros, simpatizantes o voluntarios que se lancen a los barrios con el objeto de montar actos ambulantes –caminatas, volanteadas o una catarata de reuniones diarias en distintos puntos de la ciudad- en donde la estrella es el candidato. Será el momento de grupos comandos con habilidades para organizar salidas y asaltos imprevistos que se dirimirán en los medios de comunicación y en las redes sociales. En los medios reinará la corrección política, el agravio será condenado y los pistoletazos dialécticos serán pocos. Ejemplifiquemos: los candidatos de la dividida izquierda salteña sólo se acusarán de violentar principios revolucionarios y reivindicarán para sí el apego a ideas canonizadas por la literatura marxista; en el fragmentado kirchnerismo, el fuego cruzado será mínimo porque el negocio político de un bando –el Frente de Todos– es invisibilizar al máximo al otro -Salta para Todos –; mientras los principales candidatos del oficialismo que compiten entre sí, optarán por el decoro en nombre de las responsabilidades de gobierno con las que cargan. Sólo Martín Grande romperá el tono para denunciar un panorama decididamente negro, adjudicárselo al gobierno nacional, apartarse del gobernador Sáenz al que acusará de estar contaminado del populismo nacional y asegurar que todo lo que el PRO detesta caerá más temprano que tarde. Virulencia, hay que admitirlo, que no es ajena a lo conocido y que aparece como el recurso obvio para quien debe hablarle al antiperonista furioso, carece de logros económicos para reivindicar del periodo macrista y debe disimular su nulo protagonismo en el Congreso Nacional.

Distinta será la contienda en las redes sociales. Allí sí los sablazos serán implacables, la campaña sucia la regla y los memes una herramienta política poderosa. La cultura del anonimato que impera en ese universo permitirá la constitución de un entorno propicio para socializar los pensamientos más oscuros y el cíberacoso electoral. La virulencia será directamente proporcional a las potencialidades de los candidatos y a lo crucial de los resultados para no truncar la carrera política personal. Esas condiciones se dan en la categoría senador por capital en dónde solo uno de los tres que tienen chances –Matías Posadas, Emiliano Durand y Martín Grande– podrá festejar un triunfo.

La lucha de aparatos se avecina. Como en los años setenta del siglo XX, esto supone que el interés por seducir al votante pierde terreno ante la preocupación por dañar al adversario. Aparatos que, a diferencia de los clásicos, adquirirán musculatura según criterios del siglo XXI: el grado de conocimiento que los involucrados posean de las herramientas y el funcionamiento de las modernas tecnologías de la comunicación; las posibilidades de reclutar personas habituadas a ese formato; y las habilidades para montar una fábrica de memes y videos que conquisten corazones para el candidato propio e inoculen bronca contra el ajeno.

La posibilidad existe incluso en el oficialismo. Lo confirma el encuentro de hace una semana entre el gobernador y los candidatos de su espacio. Estaban todos: los que aspiran a la senaduría, quienes buscan consagrase como diputados y los muchos y muchas que encabezan las listas de concejales. Una treintena de personas que asentían con solemnidad cuando el mandatario destacaba las virtudes de las campañas limpias para luego anunciar la creación de un Comando de Campaña. El sentido de la misma se adivina: bregar para que las cosas no se desmadren. Tiene lógica electoral y política. Lo primero porque cualquier desmadre en un espacio que tiene más de un candidato en todas las categorías favorece a los candidatos más potentes del espacio adversario; lo segundo porque Gustavo Sáenz debe anunciar el día después de las elecciones que la suma de bancas logradas en la provincia es un apoyo a su gestión y que ello obedeció a su condición de gran ajedrecista que mantuvo la unidad de las partes sin hundirse en el barro de las disputas coyunturales.

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