Convertida en una “Babel de oficios” en aquellos años, la condición desata el desencanto de algunos que habían hecho del espacio público un coto exclusivo de sus paseos. (Raquel Espinosa)*
Según La Razón, diario de Salta del año 1896, el entonces intendente de la ciudad había dado las órdenes correspondientes para que se practicaran algunas reformas “de ornato” en el tabique y en el brocal del pozo de bomba que existía en la plaza 9 de julio. Lo mismo había dispuesto en referencia a las pilastras que soportaban las macetas y que lucían bastante deterioradas. En el mismo artículo el periodista invoca al jefe municipal para reclamarle la limpieza del cabildo cuya torre se encontraba cubierta de musgo, así como todo el frente del parapeto del histórico edificio: “¿Celebraremos el 25 de mayo dejando crecer el musgo del olvido en ese glorioso monumento? (Martes, 19 de mayo).
No era la primera vez que este diario se hacía eco de los descontentos de la gente sobre el principal paseo de la ciudad a fines del siglo XIX y, en especial, sobre el emblemático cabildo. En la edición del jueves 27 de febrero de 1896 del citado diario se informa de la desilusión sufrida por un “distinguido caballero” que llegó a Salta para visitarla, después de muchos años de ausencia. El mismo manifestó al periodista la penosa impresión que le había causado ver al cabildo histórico de Salta convertido en caballeriza y dedicado a un destino muy distinto al que realmente se merecía. La cita textual vale la pena: “El cabildo, tal como se conserva actualmente, nos agregó, es una imagen viva de estos gobiernos mercantiles”.
Esta “penosa impresión” que experimentó el ocasional visitante y que sirve para titular la nota está en consonancia con las publicidades incorporadas en los periódicos que comienzan a denotar la importancia del Mercado erigido como un dios pagano de la ciudad al que todos rinden homenaje. Los espacios que ocupan los avisos superan en gran medida a las noticias y tienen que ver con el mundo del trabajo y las ofertas del comercio. Así, se repiten, diariamente, los ofrecimientos de afinadores de pianos, boticas, librerías como “El siglo ilustrado”, zapaterías y “boterías”, peluquerías y “sombrererías” y hasta puede leerse un aviso de un “Dorador y plateador sobre metales” que ofrece sus servicios.
Se menciona también una larga lista de abogados, otra de personas dedicadas al negocio inmobiliario y alguna otra publicidad como el caso de Mme. María de Lepers, “partera diplomada de primera clase, de la clínica de París y de la República Argentina que ofrece sus servicios profesionales a las distinguidas familias salteñas”. Más comunes son los anuncios sobre almacenes como “La Buena Medida”, restaurantes como el Restaurant del Tranway, hoteles como el Nacional o el Hotel de los Alpes en San Lorenzo, tiendas como “Gran Tienda 25 de mayo”, “Tienda El Progreso” y ciertos productos muy demandados en la época: Alpargatas “Ruedas” y cervezas “Pilsen”, “Bock”, “La Africana”, “Stout Argentina”, “Quilmes”, etc.
Además del cabildo, otro edificio emblemático del centro de la ciudad es el Teatro Victoria; diariamente se anuncia su cartelera y se realizan comentarios de las actividades llevadas a cabo en él. Cito algunos títulos de las obras representadas: “La muela del juicio”, “El grumete”, el sainete “Los políticos”, el drama lírico “El reloj de Lucerna”, la zarzuela “Jugar con fuego” y la revista madrileña “La gran vía”.
Plaza 9 de Julio (década de 1890).Si la arquitectura conforma un contexto adecuado para la plaza principal, sus jardines representan un nexo con la naturaleza pues ella alberga ejemplares muy variados como el que se describe a continuación: “Una de las plantas de áloe o acíbar que existen en los jardines de la plaza 9 de julio está largando el varejón de la flor la que, por primera vez en Salta, se hará conocer de los que la vean. Hace muchos años que esas plantas existen en ese paseo público y su desarrollo era tan lento que ha sido necesario mucho tiempo para que una de ellas alcance el estado de florecer” (La Razón, martes 25 de setiembre de 1900).
El periódico reseña las propiedades medicinales de esta planta y aclara que no caben dudas de que la prosperidad de las mismas se debe a los cuidados y atenciones que les prodigó su cuidador, “el jardinero Moreti”. Finalmente expresa que como son una curiosidad para la ciudad debe procurarse que se conserven.
Pero lo que verdaderamente dota de animación a la arquitectura de la época y pone en valor el centro de la ciudad es la gente que transita esos espacios. La Salta de fines del siglo XIX y principios del XX sufre la transición de un siglo a otro y el ingreso a una “modernidad tardía” que podría ser materia para distintos actos de una obra teatral o de una película histórica, como ocurrió en otras urbes más populosas. En ese mundo que no termina de desprenderse de la época colonial aparecen relatos de serenatas, de duelos y de tertulias. Y aunque para muchos es una ciudad en general monótona y triste a veces cobra inusitada animación y vida como cuando el campamento de la Brigada Salta se instala en el Campo de la Cruz y transforma la aldea: “Tantos oficiales y soldados de las tropas movilizadas se ven de diario por las calles, que Salta ha tomado también el aspecto de un gran campamento militar. El tranway, que antes se veía siempre vacío, está hoy haciendo su agosto, con la inmensa concurrencia que transporta incesantemente al campamento militar. El negocio hace hecho también extensivo á los cocheros y á las vendedoras ambulantes de frutas”. (La Razón, 2 de junio de 1896).
Sin embargo, nada es comparable con la concurrencia de un selecto grupo de vecinos que asisten todas las noches a la plaza principal para respirar el ambiente fresco de la noche, poder reunirse con amigos, escuchar los acordes de la banda de música y contemplar el desfile de las mujeres que lucen sus encantos para solaz de los caballeros. Periódicamente, si no todos los días, el diario dedica una columna para describir con detalles estos paseos nocturnos y dar los nombres de cada una de las señoritas de la élite salteña de la época. Aunque hay muchas anécdotas dignas de leerse para hacer un viaje al pasado cito el siguiente fragmento que es por demás elocuente:
“… Hemos notado algo anormal que consignar sobre nuestras bellas señoritas…La música empieza a tocar; el sexo feo está ya en la cuadra del Sud, ganoso de ver talles flexibles y de admirar rostros femeniles; pero no se ve una sola señorita; todas están diseminadas por la calle.
Por fin viene un pequeño grupo, va entrando; se detiene repentinamente y sale como aterrorizado y no es más que porque no existe otro en la cuadra antedicha. Luego viene otro y hace lo mismo, hasta que por fin se juntan varios, y las bellas salteñas recién penetran en graciosísimo tropel engendrando miradas y luciendo sus elegantes toiletts.
¡Cuándo dejaremos estas costumbres en Salta! ¿Cuándo suplantaremos el despejo de otras sociedades á la timidez que nos distingue y que resalta de un modo desagradable para el que viene aquí por primera vez?
Probablemente ha de ser cuando el ambiente de la civilización se desarrolle totalmente en nuestra sociedad…” (El Cívico, jueves 22 de noviembre de 1900).
En la década de los ´70, las alumnas de un colegio religioso de esta misma ciudad aquí analizada repetíamos de memoria -pero con placer-, en las clases de Literatura Española: “Moza tan fermosa/ no vi en la Frontera/ como una vaquera/ de la Finojosa ./ Faciendo la vía/ del Calatraveño,/ a Santa María/ vencido del sueño/ por tierra fragosa/ perdí la carrera,/ do vi la vaquera/ de la Finojosa./En un verde prado / de rosas y flores,/ guardando ganado/ con otros pastores,/ la vi tan graciosa/ que apenas creyera/ que fuese vaquera/ de la Finojosa”.
Estos versos de la “Serranilla VI” de El Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza (1398-1458), son representantes de la tradición lírica y castellana y la tradición trovadoresca. La historia que recrean gira alrededor de un encuentro en el campo entre un caballero y una pastora que lo rechaza alegando la desigualdad social que los separa.
En este caso el campo y sus habitantes son idealizados por quien los “retrata” en el poema. Aunque también se leen en los bordes las diferencias existentes, predominan los rasgos positivos. En el caso de “El Cívico” el autor de la nota rechaza las conductas de las señoritas salteñas que, lejos del campo, pasean con pretendida elegancia y seducción por la plaza. Para el hombre de prensa las mujeres son tímidas y poco desenvueltas. Él emplea una palabra que ha caído en desuso en nuestro dialecto: “despejo”, derivada del verbo “despejar” que en portugués se compone con el prefijo negativo “des” y el verbo “pejar” que significa impedir, atar los pies.
El sentido que se ha pretendido transmitir no necesitaría mayores explicaciones pero el mismo articulista deja asentado al final de la nota que lo que hacen las salteñas en cuestión es algo opuesto a la civilización, o sea, a la vida de las ciudades. Dicho de otra manera, sus procederes son no-civilizados, salvajes, propios del campo y las campesinas, con lo cual su percepción dista mucho de la elaborada desde la literatura por el Marqués de Santillana. Aquí, no hay idealizaciones. Sí encontramos estereotipos, prejuicios y rechazos. Es una escritura que habla sobre la ciudad y sobre sus habitantes y también sobre quienes leen esa ciudad y se quieren diferenciar del campo y de los campesinos. Al decir esto no pretendo realizar juicios de valor pero sí señalar las marcas de subjetividad que han quedado impresas en el discurso y que nos permiten reconstruir los imaginarios sociales de una época y las ideologías de quienes desde los medios de comunicación reproducían y reforzaban las ideas, los sentimientos y las actitudes sobre el campo y la ciudad y sobre las formas de catalogar a quienes transitaban y permanecían en uno u otro de esos espacios.
*El artículo fue publicado por la autora en este medio el 2 de junio del año 2018