Falleció Porfidio Aucachi, dueño y fundador de La Tacita, el mítico café que extrañará su presencia socarrona. Cientos de amigos lo recordaron en estos días. CUARTO se suma a los homenajes a esta gran persona que si bien nunca figuró en primer plano dentro de la cultura local de inicios de este siglo, fue una pieza importante para su desarrollo.
A principios de esta semana nos enteramos de la mala noticia. El Porfi había fallecido de manera repentina. La tristeza nos llegó, también, repentinamente, a plano personal por saber que un amigo partía antes de tiempo; y arriesgamos a decir, en el plano cultural (que es lo que nos interesa destacar en estas líneas) porque la ciudad de Salta pierde a una persona que supo convocar a su alrededor todo tipo de expresiones artísticas, artesanales, personajes de la calle, académicos, intelectuales, artistas, autonombrados bohemios, y a todos bajo el techo de La Tacita.
Precisamente el café que Porfidio Aucachi supo sostener por tres décadas en el centro de la ciudad albergó innumerables situaciones vinculadas al arte y la cultura; porque para quien visitaba La Tacita era claro que el interés del Porfi estaba en lo artístico. Él sabía que tenía el espacio para ponerlo a disposición de quien quisiera exponer sus cuadros, colgar fotografías, hacer una presentación de libros, algún recital de poesía, o para las muchas noches que el café se convertía en una peña improvisada donde los beodos musicales ensayaban sus acordes mientras el Porfi dormitaba, cansado quizás de todo un día atendiendo mesas, y el desmadre cultural continuaba a su alrededor.
Nunca una negativa. Esa era la constante con El Porfi, ya fuera prestando La Tacita para organizar algún tipo de movida como las que antes mencionamos, o para acrecentar el fiado de los “artistas” con tal que hallaran en esas cervezas frías la inspiración necesaria o el consuelo de no saberse tan miserables y poder tomar al menos una fresca más “a precio de amigo”. De la misma manera, el café se convertía en una sucursal del correo, donde era sabido que se podía confiar para dejar algunos libros, revistas y otros menesteres para que alguien los pasara luego a buscar. El Porfi se prestaba siempre a todo eso, y sin pedir nada a cambio, tal vez sabiendo la importancia del servicio que prestaba.
Todas estas situaciones y muchas otras llenaron las redes sociales, sobre todo de la gente amiga que conoció al Porfi. Innumerables situaciones plasmadas con tristeza, fotografías acompañadas de poemas, cartas al amigo que se fue, y cientos de mensajes de quienes si bien no eran tan cercanos a La Tacita, más de una vez terminaron ahí para constatar que todo lo que se dice aquí es cierto: un boliviano, orgulloso oriundo de Cotagaita (Potosí), que sostuvo por 30 años junto a su familia un café en el centro salteño hizo más por la cultura de este lugar que muchos de los funcionarios provinciales -de cultura- en los últimos 20 años.
Porque, a diferencia de lo que suele suceder con la cultura institucionalizada a metros nomás, el Porfi nunca cerró las puertas de La Tacita a quien le pidiera el espacio para hacer una muestra, para hacer un recital. Nunca negó una mano para organizar o incluso gestionar fondos para que ello fuera posible. Además, tiene y tuvo la virtud de convocar a distintas generaciones de músicos, escritores, escritoras, artistas plásticos, fotógrafas, artesanos, etc., además de ganarse su respeto y cariño. Algo que, sin duda, ningún funcionario de cultura de las últimas décadas supo hacer.
No es exagerado decir que, así como el local de Balderrama fue para toda una generación del siglo pasado el centro neurálgico, La Tacita tiene todas las características para serlo en lo que respecta al inicio de esta centuria. El Porfi, su gestor silencioso, merece todo el reconocimiento que hasta ahora no se le ha dado, algo que, con el tiempo, estamos seguros de que llegará.