En su libro Rock y Dictadura, el periodista e historiador Sergio Pujol relató cómo los artistas nacionales se vieron beneficiados por la decisión del gobierno de facto de prohibir todo lo relacionado a Inglaterra.
Una de las características más curiosas de la Guerra de Malvinas es la prohibición del gobierno de facto argentino de prohibir la música en inglés durante los meses del conflicto. Se trató de una orden no escrita que simplemente empezó a surgir en cada medio nacional.
En 2005, el periodista e historiador platense Sergio Pujol, relató el episodio en el libro Rock y Dictadura – Crónica de una generación (1976 – 1983).
«De un día para otro, el inglés fue erradicado del éter. El efecto fue muy extraño: la radio sonaba diferentes, en otra dimensión», escribió. Y agregó: «Para los oyentes distraídos, no era tan fácil darse cuenta de lo que estaba pasando. Los mismos locutores, los mismos programas las mismas publicidades… pero algo pasaba con la música. Para los más atentos, la novedad era grande: por primera vez en su historia, el rock argentino tenía un espacio masivo en la radio. Las emisoras de FM saltaban de un tema a otro; las de AM combinaban la actualidad del conflicto, las discusiones sobre los alcances del TIAR y las idas y venidas de Alexander Haig, con el primer disco de Baglietto. Ya nadie hablaba, ni la prensa ni los censores, de listas de temas prohibidos. Azorados, rockeros curtidos se emocionaban al escuchar temas de Pescado Rabioso ¡por la radio! Entre las canciones más difundidas figuraban ‘Va por vos’ de Zas, ‘Era en abril’ de Baglietto y ‘Sólo le pido a Dios’ de Gieco. También se pasaba muy seguido el primer long play de Sandra Mihanovich y las canciones de Alejandro Lerner. De Ruben Rada solía programarse ‘Ayer te vi'».
«Pero el material no alcanzaba. Los últimos años habían sido muy modestos en materia discográfica. la censura, el desinterés de las grandes compañías, los caprichos de la moda: el rock argentino se había acostumbrado a sonar en vivo, no tanto en discos. ¿Cómo reemplazar esa ingente cantidad de música extranjera por otra hecha en la Argentina… o en cualquier otro país en el que no se hablara inglés?», se preguntaba el autor del libro.
Y se respondía: «Hubo que aceptar de todo: casetes mal grabados, demos de recién llegados, discos del grupo español Barón Rojo y de bandas italianas y alemanas, viejas grabaciones exhumadas, en una amplitud temporal inédita. El sonido de los 80 al lado de los clásicos del género; las canciones adolescentes de Litto Nebbia al lado de lo último de… Nebbia. Y una buena dosis de música instrumental».