martes 15 de octubre de 2024
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Bienvenidos a Yariguarenda | Jóvenes salteñas en el corazón de la comunidad guaraní de Tartagal

Doce estudiantes del Instituto de Educación Superior de Vaqueros N° 6040 visitaron las tierras calientes de Tartagal en donde una comunidad vuelve a las raíces. El relato colectivo amplifica la voz y la historia de los silenciados. Pase y vea. * 

El día 15 de octubre, las alumnas del profesorado de Lengua y Literatura viajamos al paraje Yariguarenda, lugar de sapos, situado a 13 km, al noroeste de la ciudad de Tartagal, conocido también como el Santuario de la Virgen de la Peña. Se llega a este lugar por la ruta Nacional N° 34. Aquí residen un grupo de familias pertenecientes a la etnia guaraní y es por ello que decidimos conocer quiénes son y algunas de sus costumbres. Nos recibieron muy amablemente Natalia, Carlos y Daniel, nuestros guías en esta aventura.

Después de leer el libro Yariguarenda de los Talleres de Memoria Étnica teníamos muchas ganas de conocer el lugar, su fauna, su flora y su gente. Cuando los guías comenzaron con el extenso senderismo, nos contaban la historia de la comunidad. Si bien la caminata fue ardua pudimos realizarla a gusto. Ver esos paisajes imaginados al leer el libro fue movilizante.

Según su significado, identidad es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad. Estos caracterizan al sujeto de la colectividad frente a los demás. Una de las tantas cosas que pudimos observar en los relatos de los guías fue que reiteraban la palabra identidad como una característica importante para dar a conocer a su pueblo y sus costumbres, como la comunidad Guaraní. 

Dentro del grupo que asistimos, una de nuestras compañeras vivenció esta experiencia de una manera especial. Su familia proviene del departamento de General San Martín, por lo que tiene ascendencia guaraní. Fue movilizante que ella pudiera conectarse con sus raíces y volver hacia una identidad que quizás no le era cercana. Pudo conocer parte de su cultura. 

Al comienzo de la caminata los guías nos advirtieron que no debíamos tocar las plantas, por una cuestión de seguridad y tampoco debíamos llevarnos semillas, plantines, frutas o flores sin su permiso. Nos contaron que los turistas dejaban basura al costado de los caminos, además de tocar la vegetación y llevarse las semillas. «Para nosotros la naturaleza está viva y mantenemos una relación con ella” (2020, p.27).

A medida que avanzábamos en la caminata notamos que había árboles con troncos delgados. Nos dijeron que sólo tenían cuarenta años porque las empresas extractivistas habían arrasado con gran parte de los árboles más antiguos del monte. A través de la conservación ellos intentan recuperar su hogar, lo que les fue quitado sin pedirles permiso. Pero estas empresas, no contentas con haber explotado el suelo, también lo dinamitaron. Después se fueron, partieron con lo poco o mucho que tomaron y dejaron sus dinamitas como forma de pago a sus habitantes. 

Fueron años de pedir y suplicar a los generosos políticos que compran votos con bolsones de mercaderías, aprovechándose del cansancio de quienes buscan revalorizar su derecho a recuperar su propia tierra. No los escucharon y no los escuchan hoy. Esa misma gente que supuestamente “camina” para atender las necesidades de su pueblo, hace oídos sordos justamente a quienes más precisan de ellos. Esa misma gente que luego dice que el pueblo originario no quiere trabajar y quiere planes, sin saber que la comunidad propone estos espacios culturales para quienes deseen saber de ellos.

¿Hablar de costumbres, vegetación, idioma, tierras y tantas otras cosas perdidas, no es hablar, acaso, de un territorio perdido? El territorio debe ser considerado como algo que nos pertenece, como algo nuestro, como nuestras raíces, por lo tanto, debe defenderse aunque sea de la manera en la que lo hacen Carlos, Natalia y Daniel, entre otros, con su proyecto turístico. 

Nos dimos cuenta que ese territorio donde viven y el cual trabajan es parte de su identidad como comunidad y el hecho de haberles quitado parte de ello sí los afecta. Pudimos sentir indignación e imaginar que sacarles parte de su historia, su niñez y adolescencia es quitarle parte de ellos, de su identidad. Es con lo que se criaron y lo que pretenden dejar para sus hijos y nietos: «Nosotros guardamos celosamente nuestro territorio y el nombre de este lugar. Nuestros mayores han nombrado a estas tierras con una palabra guaraní: Yariguarenda. Para nosotros el nombre forma parte de nuestra identidad como pueblo, es el lugar en el que hemos crecido y por el que hemos luchado hasta el día de hoy» (2020, p.53)

Esa identidad les es arrebatada por la discriminación y sufren por pertenecer a la comunidad guaraní. Sienten que no tienen apoyo del Estado ni de la sociedad. Pareciera que por pertenecer a una comunidad originaria son inferiores a los demás, que no tienen las mismas oportunidades o derechos que los criollos, cuando debería ser lo contrario. Tendríamos que poder preservar y aprender de una comunidad indígena que, a pesar del tiempo y las continuas colonizaciones, permanece junto a sus creencias, su historia, su cultura y vivencias. Estas culturas fueron las primeras que vivieron en estas tierras.

 El territorio y la tierra

Pertenecer. Esta palabra nos lleva a pensar en la importancia de formar parte de algo, de alguien, de una comunidad por ejemplo. Pero a veces pertenecer no es tan fácil, se vuelve duro, nos sofoca. Para pertenecer en algunas ocasiones hay que ser violentado, humillado, golpeado, avasallado. Y entonces ese pertenecer devora nuestra esperanza y nos arrebata nuestras últimas lágrimas. ¿Qué sentido tiene formar parte de un lugar si a ese lugar, por más que sea mío, no lo siento como tal? ¿Si ese lugar me excluye, me aleja de mí? Seguramente algunos integrantes del pueblo guaraní se habrán hecho esta pregunta, y seguramente la respuesta fue muy dura. Está bien no sentirse parte de algo para no recibir más golpes. 

Estos golpes, vale aclarar, como siempre son dados por los grandes invasores, esos que se creen dueños de las tierras. Que con su dinero todo lo compran. Los mismos que destruyen todo a su paso y no tienen un gramo de respeto por la naturaleza. En la actualidad la lucha continua por remendar este dolor, volver a pertenecer y reconocerse como parte de algo más grande: parte de la comunidad. Sin embargo, las consecuencias ya son visibles y la desunión dejó sus evidencias. Esto es lo que sentimos al escuchar a nuestro guía:

“Viene el hombre y sabe que no tenés plata, entonces te ofrecen un poco por un terreno, vos no sabés y aceptás y la plata no dura. Y viene este señor, este doctor, se hizo una casa con piscina y ocupa el terreno, vendieron terreno los locales y se apropiaron del terreno, ignoran a la comunidad, se creen dueños del sector que robaron. No les podés decir nada. El que hizo el pavimento es el encargado del pavimento, el que hizo gas es el cargado del gas, el que haya luz lo mismo, todo trabajo de la comunidad hace tiempo, donde traían el agua, de que estén los cables, el internet los trajimos nosotros por este tema de turismo. En realidad hay de todo, después ya se piensan que es un caño, vos como doctor o abogado nunca te vas acercar y decir ´Che, en qué te puedo colaborar´, a nosotros, la comunidad. Es lo peor que pasa, fuera de eso de hacerte una casa de campo, pero los niños son jóvenes y se meten en todos lados, pero estos señores le hacen quilombo porque se le metieron en la casa, te venís a hacer una casa aquí para tenerla al pedo. Tienen que respetar, hay agua, hay internet, hay gas, hay electricidad, tenés todo. Entonces le pago a este tonto para que me venda y listo, por eso no le vendo nada a nadie, incluso a los que están ahí ni los saludo, se creen dueños del lugar, todos los árboles los puse yo, los pusimos nosotros”. (Entrevista realizada a Carlos Galean, 2022)

Creencias casi olvidadas por las creencias impuestas 

Un territorio cuyo nombre está en disputa, dice nuestra introducción. En disputa ¿Por qué? ¿Quién o quiénes se creyeron dueños de un territorio para nombrarlo a su conveniencia? La historia es, quizás, larga y con muchas perspectivas como cualquier situación llena de subjetividad e ideología, pero aquí vamos a contar nuestra visión, desde nuestra experiencia. Cuando llegamos a aquel sitio que conocíamos como “Yariguarenda”, nos llamaron la atención dos cuestiones. En primer lugar, un enorme cartel con el nombre “Virgen de la Peña” y, en segundo lugar, el santuario, más grande y mejor cuidado que muchos otros espacios de la comunidad. Esto nos dice que esta tiene mucha influencia religiosa, especialmente católica. Pero esa influencia ¿Fue impuesta? ¿Pidieron permiso a quienes ya estaban allí para entrar?

Mientras caminábamos por ese hermoso monte, lleno de magia y vitalidad, conversábamos con nuestro guía. Se nos ocurrió preguntarle cómo fue la introducción de aquel templo sagrado en sus territorios. En un comienzo lo aceptaban. Aun así, desde sus palabras, nos dijo lo siguiente: “Yo hice todo esto con mis manos porque quería dejarle algo a mis hijos, pensé que eso estaba haciendo. Pero cuando quise comenzar con el turismo el cura me dijo que no y ahí me di cuenta que yo no estaba trabajando para mi familia, sino para ellos” (Entrevista realizada a Carlos Galean, 2022).

Es aquí cuando nos preguntamos ¿es justo que la institución católica se apropie de aquel territorio de esa manera? Una iglesia que, además, está acompañada por el estado para llevar adelante un turismo religioso, olvidando que allí ya habían creencias y espíritus que protegen el monte y toda la zona. La imagen de la Virgen de la Peña, aparecida por primera vez en el siglo XX, es un símbolo más de protección para las tierras y no debería ser utilizada por una institución para lucrar con la religiosidad y las creencias sin tener en cuenta a quienes ya habitaban esas tierras.

El turismo comunitario de Yariguarenda nos permite conocer nuestros orígenes, a nuestros ancestros y sus costumbres, sus tierras, su comida, su historia. Todo ello debe ser respetado y jamás olvidado, mucho menos tapado por una ideología impuesta por siglos, que en algún momento no fue propia de la comunidad.

Turismo rural comunitario

Cuando está en riesgo la identidad, cuando las oportunidades no existen, cuando la suerte no se presenta, hay que luchar. Las familias de Yariguarenda se unieron para salvaguardar su cultura. Todas ellas son descendientes de hombres y mujeres representativos de la comunidad. Durante muchos años recogieron testimonios, realizaron entrevistas, charlaron con todos los habitantes y buscaron en sus recuerdos todo aquello que les era significativo. Hicieron un arduo trabajo para reconstruir su historia.

En el año 2014 nació esta idea de ofrecer un circuito turístico y hace poco más de dos años las familias vieron los frutos. Desde el trabajo colectivo rememoran sus costumbres más antiguas, valorizan su patrimonio; ofrecen un servicio turístico mediante el cual transmiten sus saberes y comparten su respeto por los animales y las plantas. 

A través de los dos talleres, titulados “aprendiendo desde las vivencias” y “vivero forestal», y del “senderismo con interpretación ambiental de flora y fauna» nos acercamos a la naturaleza: recorrimos los senderos de la selva, transitamos sus tierras, deleitamos sus sabores y respiramos su aire. Con el transcurrir de las horas nos adentramos a una realidad ajena, completamente nueva que desestabilizó todos nuestros esquemas. Escuchamos con atención, miramos con curiosidad un mundo que intentaba sobrevivir. Su resistencia ante las adversidades naturales, sociales, culturales y económicas es una consecuencia de un largo proceso de pérdidas, donde su cultura y su identidad siempre se vieron afectadas. Manifestarse en conjunto fue la decisión que tomaron para proteger lo suyo, para cuidar de aquello que les pertenece y para ser verdaderos protagonistas de su historia.

La abuela Lucinda, una mujer para recordar

Durante la caminata llegamos a la casa de la abuela Lucinda, un lugar que muchas ansiábamos conocer ya que, a través de la lectura del libro, logramos imaginar, aunque sea en una mínima medida, ese saber que ella transmitía. En el medio de los senderos volvía a nuestra memoria la lectura: “En el cerro cerca de Ipaguasu, hay un Aguay muy grande, es un árbol histórico, que nos recuerda a los viejitos que vivían antes aquí (…) Dos caminos principales conectaban la comunidad y el monte, uno atravesaba al costado de la quebrada, pasaba por atrás de la familia Gallo por un camino alternativo y luego subía detrás de la familia Valdivieso; y el otro era horizontal y pasaba por arriba de la casa de la abuela Lucinda.” (2020, p.25)

Caminamos largo rato para llegar. Mientras Carlos nos relataba historias como dibujando sobre el espacio, nos íbamos imaginando de qué manera estaba ubicada la casa. Al estar allí podíamos sentir su esencia y su labor a través de los árboles frutales que cercaban la totalidad del lugar, dejándonos una gran emoción y alegría. 

En épocas de festejos, como el arete guasu, la casa de la abuela Lucinda era la primera en ser visitada por los miembros que «con la cruz hecha de flores y albahaca bailando en ronda con la gente enmascarada que traían guías de ancho, zapallo, poroto, batata, también plantas de maíz (…) Todos alegres, bailando al ritmo del pin pim» (2020, p.30).

Mientras apreciábamos la frescura y el aire del lugar, imaginábamos el paso del tiempo. Nuestro guía nos contaba la forma en que la abuela Lucinda curaba a la gente, incluso él mismo había sido curado por ella. También nos comentó que su labor era de partera, ayuda a las mujeres a tener a sus hijos. Mucha gente decidía buscarla para recurrir a sus curaciones. Admirables ante todo la fortaleza que tenía, la gran mujer que fue y los sabores que les dejó a sus hijos/as y nietos/as.

El interior de Yariguarenda 

 Al llegar a Yariguarenda un ave exótica desplegó sus alas y con su canto nos sorprendió, pero ¿qué hace un pavo real en este lugar? Un ave con tan magnífica belleza, con el despliegue de colores difuminados en azul, verde y negro. Allí estaba y no solo una, sino varias entre machos y hembras. A través de sus ojos y muy de cerca logramos ver la tranquilidad, la paz y calidez del lugar. Ellas están ahí de guardia, con su canto dan aviso de que alguien extraño ha llegado a Yariguarenda. 

El clima era agradable y nos permitió sentirnos cómodas. Una temperatura diferente a lo esperado, un cielo cubierto de nubes y la brisa suave que nos acompañó todo el recorrido. Algo extraño porque en Tartagal hace mucho calor, dijo una de las chicas. Carlos nos dijo que habíamos sido privilegiadas porque pocas veces puede recorrer grandes distancias con quienes llegan a conocer el lugar. 

La historia, la vida, los años están guardados en cada ser vivo y en aquel maravilloso lugar. Guarda entre muchas temporadas y muchos años de existencia lo que solo él puede explicar. ¿Con cuántas historias nos podría deleitar? Cuenta la leyenda que, si un hombre caza más de lo que necesita para vivir, el Yariguarenda lo atrapa y no lo deja volver nunca más a la comunidad. Se pierde en el monte. El monte nos dejó ingresar y por eso hay que cuidarlo, nos dijo Carlos. Quienes vivieron y quienes viven hoy en Yariguarenda mantienen un profundo respeto por los espíritus que habitan en un territorio. 

El sendero, “tape”, se hizo pequeño y algo se movió entre las plantas. Él estaba ahí. Solo percibimos un movimiento entre la vegetación y muy cerquita de nuestros pies. Observándonos desde un lugar desde el que solo él podía vernos. Pero ¿qué era aquello? No lo percibimos a través de la vista, no se dejó ver. “El oculto” es un animalito del lugar que vive debajo de la tierra y que se alimenta de raíces. No sale a superficie y muy pocas personas han llegado a verlo.

Mientras más nos adentramos, más se podía percibir el monte. Sus sonidos, sus colores, sus silencios y el tiempo pasó a estar relegado. Llegamos a la quebrada, el agua cristalina cubría algunas piedras y al cruzar estaba frente a nosotros una inminente y majestuosa roca. Su dimensión era extremadamente incorporable. Quienes logramos subir hasta donde el cuerpo nos permitió pudimos percibir la serenidad y la tranquilidad de ese lugar.  Ñancaray se llama aquel maravilloso lugar. Aquí vive Mbouiruso, un espíritu que cuida toda la selva, nos dijo Carlos. Cuentan que es un espíritu fuerte y que los curanderos lo llamaban para curar a una persona. Cuando éste se enoja reacciona y arrastra a las personas a un remolino hacia el fondo de sus aguas.

Luego continuamos el recorrido bajando por la quebrada. Llegamos a un lugar llamado “El chorro”. También hay una especie de piletas naturales, donde el agua tiene un color muy particular. Cuenta la leyenda que doña Marta Godoy cuando era chica vio a Mbouiruso, “era como una persona y se bañaba en justo en el medio de la pileta a donde cae el agua.” (2020, p. 75)

Naturaleza encendida

La tierra grita, los montes piden agua, los animales abandonan sus madrigueras, los pájaros huyen dejando atrás sus nidos. No es un poema, es una realidad. Desde Embarcación se puede ver hectáreas de monte a la orilla del camino que están quemados. Deducimos que eso datará quizás desde hace semanas o meses desde que pasó. Hay lugares donde se puede notar que es mucho más reciente porque las cenizas aún están ahí, los vientos no han esparcido los restos del manto gris.

Al transitar el sendero también se puede ver esa realidad. Una parte del cerro ha sido devastada por el fuego. Nos dijeron que en esta temporada hace estragos, todo puede ser foco posible. Algunas veces es provocado intencionalmente por los productores que buscan renovar sus tierras para un nuevo cultivo, en otros casos brazas mal apagadas de algún camping o el descuido y la inconsciencia del mismo transeúnte de la ruta que tira su cigarrillo y no toma dimensión de lo que está ocasionando. Las altas temperaturas y la falta de lluvia en esta zona son situaciones que no colaboran, pero ¿qué hace la naturaleza cuando el ser humano, el ser racional no piensa en la irracionalidad de sus actos?

La comunidad recibe capacitaciones para estas catástrofes, pero son hechos que no bastan, no son expertos y tampoco cuentan con el equipamiento necesario para socavar las llamas. ¿Cómo se hace para defender tu patrimonio si tu enemigo no tiene rostro y solo arrasa? ¿Se les puede juzgar por no defender lo suyo si sus propias vidas corren peligro? Carlos nos contó que cuando era chico y hasta entrada su adolescencia se animaba a intentar apagar el fuego. Claro que no se podía, pero lo intentaba junto con su padre y otros lugareños. Los años lo han hecho consciente que es imposible pelear contra ese enemigo, ahora teme entrar a hacerlo y no volver.

Mientras nos cuenta esa realidad su mirada se pierde observando los árboles como si visualizara una imagen… de lo triste que es vivenciar esa situación, “primero ves los animales, los pájaros que se van y después viene el fuego” (Entrevista realizada a Carlos Galean, 2022). En su relato hay tristeza, resignación y un reclamo: “cuando sucede esta situación todos hablan en la tele, pero nadie se acerca hasta aquí con los recursos para controlarlo, solo dejan que se propague” (Idem). Reclama la inanición del político, y de las entidades a quien le corresponde velar por estas cuestiones. Seguramente habrá zonas donde sí se tomen medidas, pero la tierra de la comunidad queda desprotegida. Ellos, desde su humilde lugar, trabajan y buscan concientizar en las escuelas a través de charlas sobre el cuidado y preservación del ambiente.

Luego que pasa el fuego y que las llamas han logrado alimentarse hasta saciarse, la naturaleza busca renovarse, los árboles esperan la lluvia que haga brotar la hoja verde. Los hombres buscan las semillas que puedan recuperar la especie perdida y con esa recuperación esperan que los animales también retornen y las aves vuelvan a confiar en hacer sus nidos en esos lugares. Es una lucha constante de preservación en contra de ese enemigo caliente y gigante que ante la falta de barreras se siente libre. Pero el monte lucha, la tierra se renueva y vuelve a sacar gamas de colores que se niegan a ceder territorio. 

Ñandereko

Muchas cosas se han perdido para los guaraníes. Entre ellas, la comunidad de Yariguarenda ha perdido su lengua. Si nombrar es un acto político, si el lenguaje nos permite nombrar al mundo, a esta comunidad no le queda otra posibilidad que abrir ese lenguaje de las palabras hacia el de los sentidos. Lo que no pueden nombrar con la voz, lo pueden nombrar con el cuerpo, con el territorio, con el gesto, con el recuerdo, con los sabores de su tierra, con sus memorias, con su danza, con su monte y sus plantas, con sus espíritus, con el retorno a esa identidad que empuja para resistir.

Como pequeños tapados ocultos en el monte, Ñandereko es una de las palabras que todavía conservan y tiene que ver con esa identidad: nuestro modo de ser, nuestro modo de vivir. Si nosotros pertenecemos a esta cultura letrada, que no nos falte nunca la palabra que denuncia, la palabra que transforma, la palabra urgente. Que sea un grito más en esta lucha tan desigual. 

Bibliografía

Autoría Colectiva de la Comunidad Yariguareda, Kantor, Leda (acompañamiento), 2020, Yariguarenda. Historia Comunitaria. Pueblo Guaraní, Tartagal, Fondo Editorial Aredete.

*El relato es una producción colectiva de las siguientes estudiantes del Instituto de Educación Superior N° 6040 de la localidad de Vaqueros: Eugenia Marisol Aguilar, Thalía Roxana Ávido, Ingrid Camacho, María Emilia Famá Moral, Virginia Isabel Iturrieta, Casandra Abigail Marmarides Fabián, Brisa Soledad Pastrana, Lara Rosario Candela Perez, Gabriela del Valle Rivero, Mónica Sara Noemí Rodríguez, Jimena Norali Romero, Ana Valentina Tapia. La docente a cargo es Luciana Arriaga. 

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