Tras cajonear las propuestas de dolarización y eliminación del Banco Central, el presidente optó por un ajuste clásico a imponer en tiempo récord. Su capital por ahora es el espectacular desprestigio de quienes se dicen opositores. (Daniel Avalos)
El triunfo electoral de Javier Milei no fue fácil de entender para muchos de quienes no lo votaron. Entre estos, incluso, hay varios que son presas de una intensa crisis emocional al descubrir que las coordenadas con las que leen la realidad, las ideas que en otros tiempos se naturalizaron y el lenguaje con que se las defiende son impugnadas por una parte importante de la sociedad tras años de gobiernos que se embanderan en las mismas sin resolver problemas que asfixian a millones de ciudadanas y ciudadanos.
La popularidad del Milei candidato, el entusiasmo que generó en muchos y su posterior triunfo electoral indica, finalmente, que al menos el treinta por ciento de la población que lo eligió en las PASO de agosto y en las generales de octubre está convencido de que la intervención del Estado genera pobreza y no desarrollo ni equidad. Estas líneas no se detendrán en ese punto. Hacerlo significaría detenerse en banderas que Milei ya arrió, pero quedaron inoculadas en el tejido social; como así también analizar paradigmas que el peronismo, la izquierda y el autoproclamado progresismo deben rever de manera urgente para no convertirse en piezas de museo.
Ahora urge posar el foco en lo que ya es un hecho: el ajuste clásico y brutal que se puso en marcha. Una transferencia fenomenal de recursos desde los condenados de siempre hacia los privilegiados también de siempre. La devaluación de la moneda es medular en ese esquema que los exportadores celebran por incrementar sus liquidaciones y los trabajadores sufren por volver raquítico sus niveles de consumo. Hasta los ahorristas descubren ahora que sus plazos fijos percibirán tasas de intereses inferiores a los de la inflación que los nuevos gobernantes anuncian sin complejos.
Nada nuevo bajo el sol cuando de ajustes neoliberales se trata. Ya lo hicieron la dictadura, Menem y Macri. La novedad de Milei radica en la forma en que quiere imponerlo: con la estrategia del primer golpe. El libertario parece convencido que sus chances dependen de una exitosa guerra relámpago contra los trabajadores, la clase media, las Pymes, los industriales, las economías regionales y otros sectores. El razonamiento tiene lógica: la voluntad del nuevo gobierno por hacer recaer la crisis en los sectores mencionados es más decidida e implacable que experiencias anteriores durante los cuarenta años de democracia, pero el anhelo por ahora supera en mucho la capacidad libertaria para satisfacer tal deseo. La idea del shock supone, en términos políticos, avanzar rápidamente para evitar que las consecuencias del ajuste dilatada en el tiempo puedan parir una coalición de afectados con la fuerza suficiente para empantanar el proceso.
Claro que Milei cuenta con ventajas. La más importante de todas es el espectacular desprestigio de quienes se dicen abiertamente opositores y otros que sin proclamarse como tales se desmarcan del modelo y estilo político de La Libertad Avanza. Entre los primeros podemos ubicar al kirchnerismo, parte del peronismo, el sindicalismo, a los movimientos sociales, la izquierda y otras fuerzas menores. Entre los segundos a sectores de la Iglesia, intelectuales, universitarios y otros grupos que en líneas generales son las buenas conciencias del progresismo, siempre dispuestos a condenar moralmente los valores vigentes, aunque dejando en claro que la beligerancia no es lo suyo.
La crisis que padecen estos sectores fortaleció los argumentos de una derecha que explicita no simpatizar con la democracia y ataca valores caros a la misma. Un elemento sintetiza los muchos pliegues de ese desprestigio: Milei se impuso electoralmente aun cuando los principales referentes de todos esos sectores –desde Myriam Bregman al Papa Francisco, pasando por CFK– condenaron las propuestas del libertario. La confusión que atraviesa a los tradicionales adversarios del mercado explica porqué tras las medidas anunciadas por Luis Caputo las fuerzas políticas y sociales antiliberales merman en vez de incrementar soldados entre sus filas. Crisis que no logra, sin embargo, terminar con los vicios de siempre: la crónica incapacidad para tejer acuerdos, la inclinación patológica a canonizar conceptos o figuras propias que excluyendo al que no se subordina al catecismo propio debilita o hace imposibles alianzas básicas; sin olvidar que entre esas fuerzas no emerge una figura nueva capaz de oxigenar un ambiente que para las mayorías genera un ambiente que resiente el sentido del olfato: “eso huele feo”, sentencian los hombres y mujeres que decidieron no esperar nada de las caras de siempre.
Perspectivas tan raquíticas explican por qué los que militan contra Milei sigan con atención expectante la conducta de los gobernadores que también son variables de ajuste para el nuevo gobierno. Saben que una reacción coordinada de mandatarios tendría hoy más fuerza que una movilización de cien mil personas en Plaza de Mayo, pero los gobernadores en nuestro país son cultores del apaciguamiento como lo confirmo la reunión de ayer. Política de apaciguamiento que tiene mala prensa entre los “rebeldes” pero que es pura sensatez para mandatarios que no son antifascistas por principio, no albergan sentimientos visceralmente antilibertarios y en muchos casos hasta comulgan con las ideas del ajuste. Sólo Kicillof contradice esos principios, pero convive con cambiemitas, provincialistas que priorizan la patria chica y justicialistas que no quieren empoderar a quien se identifica a CFK. Sólo 7 mandatarios de provincias chicas se alinearon ayer con el que conduce la provincia más importante del país.
Síntesis: los afectados por las políticas de Milei son incapaces hoy de actuar de manera concertada y carecen por separado de la fuerza para actuar con éxito de manera unilateral. Sin ello la resistencia social podrán ser muchas, pero corren el riesgo de evaporarse una y otra vez. He allí la ventaja del presidente: no parece posible por ahora la unión de los actores que tienen objetivamente intereses comunes para oponerse y por ende tampoco surge una política de real resistencia a la agresividad libertaria. Sólo cuando una combinación de ese tipo se concrete cualquier analista podría concluir que el ajuste libertario está perdido. Milei parece saberlo y en tal certeza radica la estrategia de la guerra relámpago.
La desprolijidad con que la encara obedece a la falta de capitanes con la expertise suficiente para imponerle objetivos a las terceras, cuartas y hasta quintas líneas que siendo leales al nuevo partido carece de organización y hasta de conocimientos básicos para la administración del Estado que buscan modificar. Pero conviene advertir una cosa: los límites para diseñar el camino que transporte al presidente hacia el déficit fiscal cero no supone que tal dogma haya devenido en objetivo claro por alcanzar. Uno de tipo casi religioso para un gobierno que reúne a quienes se creen portadores de una misión dictada por fuerzas sobrenaturales (las del cielo) con tecnócratas de vieja estirpe para quienes la angustia y el dolor de los argentinos resulta una consecuencia remota de la tarea de corregir estadísticas en una planilla de Excel.