Ocurrió en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Fue la mujer odiada por los poderosos a quienes desafió y la más amada por un pueblo al que arengó para mantener los beneficios surgidos con el peronismo en 1945. (Daniel Avalos)
Para muchos Eva simbolizó la insolencia plebeya y una película lo pincela. Se titula “Evita”, es protagonizada por Esther Goris con el guión de José Pablo Feinmann. En una escena las muy oligárquicas damas de beneficencia se presentan ante una Evita que luego de escuchar sus pomposos nombres exclama arrogante: “Qué nombres, señoras. Son tan agrarios, tan terratenientes. Que quiere que le diga, hasta tiene olor a bosta de vaca”.
Fueron esos sectores los que escribieron en las paredes de Buenos Aires “¡Viva el cáncer!” mientras Eva Perón moría. Y a ellos se refirió Eduardo Galeano cuando dijo que a Evita “la odiaban los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta o a lo sumo para actriz de melodramas baratos Evita se había salido de su lugar”.
Por ello, seguía diciendo Galeano, la querían los míseros que recibían caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina cuya muerte alivió a quienes estaban seguros de que “Muerta Evita, Perón se convertía en un cuchillo sin filo”.
Amor incondicional y odio visceral. Eso supuso esa mujer que sintetizó grandes pasiones colectivas y cuya muerte joven y desgarradora fue seguida por un velorio monumental que se reiteró simbólicamente en cientos de puntos del país, adelantando que el impacto que en vida tuvo en la política nacional se mantendría con su muerte.
Por ello mismo vivió una especie de “muerte nómade” entre 1955-1976. Perón ordenó que la embalsamaran en nombre de la causa nacional aunque siempre pareció proclive a reivindicar para sí la propiedad del cadáver, tal como hacen los gurúes que basan su poder en la tenencia del oráculo.
La autoproclamada Revolución Libertadora robó el cuerpo del edificio de la C.G.T. en 1955 para exorcizar al país de la idolatría peronista aunque la resistencia peronista empleaba a Eva como estandarte y utilizaba la fecha de su muerte para organizar actos relámpagos que demostraran que el peronismo estaba vivo.
Años después, una guerrilla peronista, Montoneros, se presentó en sociedad secuestrando y matando al general que además de derrocar a Perón en 1.955 y fusilar peronistas, robó el cadáver que incluso se convirtió en prenda de paz en septiembre de 1971, cuando a partir de la negociaciones entre Lanusse y Perón, el primero ordenó retirar el cuerpo de un cementerio milanés para ser entregado al líder exiliado en una quinta de Madrid.
Evita, en definitiva, desde 1944 había dejado de pertenecerse. Dejo de ser lo que era para ser lo que de ella se decía: Eva Duarte, Eva Perón, Evita, Bullerfly, Yegua, Puta, Abanderada de los Pobres, Santa, Montonera, Revolucionaria.
La odiaron quienes acumularon tierra desarraigando a hombres y mujeres; las corporaciones que mirando al mercado externo deseaban que sus productos partieran hacia allí a costa de la mesa de los argentinos que crean esos productos; también la odiaron los “bien pensantes” que odian a la “plebe idiotizada” a la que consideran inclinada a enamorarse de populistas.
La amaron los desarraigados de la tierra, los expulsados del mercado de trabajo, los abucheados de la cultura, los vomitados del derecho y los excluidos del consumo. Sectores que arrojados a un peregrinar conmovedor en busca del país soñado que los abrazara, forjaron en ese andar harapiento los valores que aun hoy permiten enfrentarse a la implacabilidad de quienes respirando beneficios y alimentándose de los intereses del dinero, pretenden montar un país donde millones simplemente sobren.