Declararon en el juicio contra siete personas que incluyen al jefe del denominado Clan Castedo. Poderío económico, aprietes, el miedo como elemento para construir lealtades, vínculos con la Justica y las fuerzas de seguridad.
El juicio se lleva adelante en el Tribunal Oral en lo Federal N° 1 contra las siete personas acusadas de integrar una red dedicada al narcotráfico y al lavado de activos provenientes de esa actividad. Delfín Reynaldo Castedo era el jefe y los dos gendarmes resaltaron el poder económico del mismo, aspecto que le permitieron permanecer prófugo casi diez años hasta ser detenido en julio de 2016 en la provincia de Buenos Aires con un DNI falso y en una camioneta a nombre de esta identidad. Según los testimonios que fueron recopilados por la periodista Elena Corvalan para la sección local del diario Página 12, Castedo venía regularmente a Salta, viajaba a Italia y España a pesar de carecer de cuentas bancarias a su nombre y sus fincas que totalizaban unas 30 mil hectáreas (El Pajeal y el Aybal) se renovaban en equipamiento y animales.
El otro gendarme, agregó que las escuchas telefónicas muestran que las personas involucradas en esta investigación tenían una característica del narcotráfico que es “la compartimentación”; al tiempo que señalo al corredor inmobiliario Eduardo “Pinto” Torino – también está siendo juzgado – como la persona que manejaba los negocios estructurales económicos de Castedo sabiendo que éste último estaba prófugo de la Justicia.
Los testigos explicaron que una de las características de las organizaciones narcos es la de ser – en algunos casos – clanes patriarcales que vuelven jefe al varón más antiguo del grupo. Ese es el marco que explica que Delfín Castedo fue consultado por todo: desde cuestiones mínimas a las de mayor importancia; facultad que recaían en su entonces esposa – Melba Araujo – cuando Castedo no estaba. También hablaron de la forma en que jefes y jefas logran lealtades: en algunos casos a partir de una “relación laboral” que involucra a familiares y en otras a partir de “poder y miedo”. En este punto, uno de los gendarmes recodó que en Salvador Mazza la mayoría temía a Delfín Castedo y que en ese sentido estaba muy presente el recuerdo de la pequeña productora rural Liliana Ledesma asesinada en septiembre de 2006 tras denunciar a Castedo por narcotráfico.
Sobre el uso de su poder para apretar o corromper a agentes del Estado que debían combatirlo, los testigos que Castedo autorizaba a sus subordinados a arreglar coimas a policías y hasta un comisario de apellido González; que Eduardo “Pinto” Torino amenazaba al fiscal penal provincial Armando Cazón con apelar a contactos en la Justicia para que le hagan in jury de enjuiciamiento cuando no aceleraba causas que convenían a Castedo; que otros subordinados visitaban a personas que debían declarar en la justicia con el objeto de que morigeraran las mismas.
Sobre las actividades propias del narcotráfico, los gendarmes recordaron que las fincas de Castedo aportaban enormes ventajas para ingresar o sacar algo del país por limitar con Bolivia y por estar conectadas a caminos secundarios. El clan Castedo, además, realizaba todas las operaciones: introducir la droga desde Bolivia, luego garantizar el transporte en el interior del país y finalmente el envío al extranjero.
“En el caso del Clan Castedo realizaba todas estas actividades y en la operación se cruzó con el poderoso Clan Loza, especializado en el lavado de activos, y el Clan Ferreyra. Y también estaba vinculado, dijo el testigo, a los clanes Yudi (Alberto, Luis y Mario Yudi están siendo juzgados en este juicio) y la organización del abogado Carlos Salvatore (f) que en 2015 fue condenado como el cerebro de la operación Carbón Blanco, el más grande cargamento de droga secuestrado en el país” destacó la periodista Elena Corvalan en el medio citado.
Los dos testigos de ayer participaron de la captura de Castedo en julio del 2016 y relataron que para ello fue clave reunir información, la intervención de los teléfonos de su entorno y el seguimiento a su entonces esposa, Melba Araujo, que junto a sus dos hijas visitaba al capo narco que se mantuvo prófugo por casi una década.