En 2017, cuando publicó Las aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámara proponía a la literatura como una manera de pensar otros modelos de país.
En los últimos días se despertó una polémica por la queja de una fundación ligada al gobierno nacional contra libros que se distribuyeron en bibliotecas de escuelas de la provincia de Buenos Aires. La denuncia asegura que esas obras, la mayoría autoras mujeres argentinas, son «pornográficas».
La discusión se trasladó a nivel país. Mientras la ultraderecha pretende que se prohíban en las escuelas esos libros y cualquier otra literatura de ficción, tal como señalaron en entrevistas radiales recientes, desde la provincia que gobierna Axel Kiicillof aclararon que los libros denunciados son para alumnos mayores de 16 años y que deben ser leídos bajo supervisión docente.
Entre los libros de la polémica se encuentran Cometierra, de Dolores Reyes; Las primas, de Aurora Venturini; Si no fuera tan niña, de Sol Fantín; y Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara.
Cuando se publicó su libro, a mediados de 2017, Cabezón Cámara habló con un periodista salteño para un artículo que se publicó en el sitio La Agenda. Allí hablaba de su obra, una novela que imaginaba a la esposa del gaucho Martín Fierro como una joven empoderada.
«Me parece que revisitar el Martín Fierro es revisitar el modelo de país, en el sentido de pensar que podría haber sido otro. Que podría ser otro», decía la autora.
Para Cabezón Cámara, «si vos te ponés a imaginar el futuro, nos imaginamos algo horrible, con un colapso de la vida en general». «Un colapso de la vida animal, de la vida vegetal, de la vida del agua, de la vida de la tierra. Por ende, de la nuestra. No existimos fuera de todo eso. Y no hay utopía. Parece que ya este capitalismo tan salvaje, tan salvaje ahora como en la época de acumulación de las riquezas», seguía.
Al respecto, la escritora señalaba que la literatura podía servir para plantear realidades alternativas. «Tenemos que ponernos a pensar mundos utópicos. Aunque sea para jugar. Aunque sea para que a la generación que nos siga se le empiece a ocurrir cómo instrumentarlo», decía.
«Alguien tiene que pensar en algo. No nos podemos matar todo y a todos», agregaba.