Igual que cuando en 2011 se rogó por «un milagro para Altamira», la elección del FIT-Unidad revelan una remisión que, si no se detiene, podría llevar a que la izquierda antes de hacer autocríticas honestas, recaiga en los ruegos metafísicos. (F.H.)
No hay revolución sin masas.
No digamos que el socialismo es una utopía imposible, evitemos también considerar que sea una ideología perimida y hasta nos neguemos a plantear que los esfuerzos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), que se han venido aunando desde 2011, se van por la borda por esta elección. Sin embargo, ensayemos una mirada crítica de esta performance electoral nacional y provincial del FIT.
Por empezar, y hablando en términos estrictamente comiciales, comentemos las particularidades del armado este año, sobretodo para quienes no siguen habitualmente las maniobras de la izquierda. Este año, por primera vez desde 2011, los partidos integrantes de la fuerza trotskista más relevante desde el viejo MAS de los 80 aceptaron sumar al MST, de allí que por estos días se hable de FIT-Unidad y no de FIT a secas.
En segundo lugar y para cerrar las consideraciones previas antes de la exposición de los resultados, hay que señalar la honda crisis que azota al Partido Obrero (PO), uno de los partidos del FIT, que por estos días se encuentra fracturado entre una línea comandada por el fundador, Jorge Altamira, que está enfrentada a la actual dirección nacional, y la otra, justamente, la comandada por la conducción. Es el partido más antiguo del frente, aquel con mayor presencia y posicionamiento en el país, entonces, que experimente semejantes tensiones durante estas semanas repercute indudablemente en la confianza que mana el FIT a la población.
Ahora, vayamos a los resultados: a nivel nacional, la fórmula de Nicolás del Caño y Romina del Plá cosechó alrededor del 2,9%, mientras que en Salta, donde el Partido Obrero hegemoniza al FIT y sintetiza la interna partidaria -Pablo López, alineado a la dirección nacional es candidato a diputado nacional y Violeta Gil de la fracción a senadora-, los resultados fueron 3,6% para López y 3,4% para la ex concejal de San Lorenzo, conforme a los datos oficiales hasta el cierre de esta edición (85% de las mesas escrutadas).
A nivel nacional eso representa un retroceso con respecto a lo que había sucedido en 2015, cuando en la PASO del 9 de agosto se había superado el 3,25% -más el 0,45% del MST- de los sufragios y se había mostrado robustez como cuarta o quinta fuerza política del país -en pugna con el progresismo de Margarita «Yoyagané» Stolbizer-. Con los guarismos de hoy, el FIT se acerca de nuevo a pedir intervenciones comiciales metafísicas, como el «milagro para Altamira» que se imploró en 2011.
En el plano provincial, la fórmula presidencial del FIT-Unidad cosechó aproximadamente 2,50% de los votos, mientras que el 9 de agosto de 2015 fueron 20.332 (3,31%) para la fórmula Nicolás del Caño-Miriam Bregman. Asimismo, los pre-candidatos al Congreso de la Nación, como se ha dicho, también se posicionaron por debajo de las expectativas. En las PASO de 2015, en la terna de diputados nacionales, en Salta el FIT se había alzado con 4,46% de los votos, 26.049 sufragios, que alcanzaron para un lejano cuarto lugar, que no alcanzaron para llegar a los 134.551 de Cambiemos, que quedó en tercera colocación.
Estos números desnudan, en primer lugar, la carencia estratégica de la izquierda revolucionaria para constituirse en referencia política. Extendamos el análisis electoral hacia la construcción política en general: el magro resultado no se da sólo por la polarización inducida por los polos, ni únicamente por el triunfo de la filosofía del «mal menor» o la de «la miseria de lo posible», se suscita también porque, aunque hay agudización de las contradicciones en las relaciones sociales de producción, a paladar de los diagnósticos marxistas-leninistas sobre la dinámica de la lucha de clases, su principal referencia política, el FIT, no genera confianza, ni como alternativa de gobierno ni como vanguardia que acicatee levantamientos, asonadas o insurrecciones.
Tomemos un ejemplo local, la reciente manifestación docente. El contexto para un asalto por izquierda de la conducción del movimiento parecía ideal: crisis económica en ciernes, deslegitimidad de la totalidad de las conducciones gremiales, masiva participación en medidas de acción directa y mucha disposición a la radicalización, al menos táctica. Sin embargo, ni Tribuna Docente ni otras variantes más nuevas en Salta tuvieron oficio para propiciar una fracción de izquierda entre el activismo docente. El análisis del resultado electoral, entonces, no está desprendido de la tan aclamada «intervención en la lucha de clases».
Hará falta que la izquierda reflexione con honestidad si el rumbo hasta ahora asumido vale la pena, por ejemplo, o si la experiencia histórica del FIT no ha llegado a su límite. Más en profundidad, será momento de una evaluación descarnada, con espíritu autocrítico, pero también con la suficiente humildad para aceptar críticas ajenas.
Para que una revolución ocurra, no basta con vanguardias.