Antes pasaba el Ferrocarril Belgrano y ahora la principal actividad laboral es la minería. Tiene menos de 300 habitantes y una plaza entre las nubes que concentran la atención de medios nacionales que la redescubrieron tras el boom del litio.
Un largo informe sobre esta localidad salteña fue publicado hoy por el sitio Infobae. El mismo lleva la firma de la periodista Cindy Damestoy que destaca datos claves al comienzo del escrito: Olacapato se ubica a 4100 metros de altura en el departamento de Los Andes; la población ronda los 250 habitantes; cuando llegan trabajadores golondrina el número asciende a 300 personas; la actividad minera es la principal fuente de trabajo; aunque el pueblo no vive del turismo, hace 50 años se construyeron los primeros hospedajes y comedores para quienes están de paso; Ema Choque es la mujer que brinda alojamiento y servicio de catering tal como hacía su madre; y el el delegado municipal es Juanito Quipildor que también es hijo de uno de los fundadores de Olacapato.
Ema Choque declaró al medio citado que en los últimos años lograron varios progresos y que hoy tienen todos los servicios básicos: gas natural, electricidad, internet, y agua corriente. “Antes teníamos solo 12 horas de luz, ahora tenemos las 24 horas, y todas las casas tienen conectividad, aunque algunas veces por el viento no anda tan bien, pero así es la fuerza de la naturaleza, y tenemos la escuela, la iglesia, nuestra plaza, está completito ahora”, comenta. Por las bajas temperaturas, que en estos días invernales es de -5° centígrados por las noches, e incluso más bajas, los alumnos están de vacaciones.
Ema llegó a Olacapato junto a sus padres cuando era una niña. “Mi mamá era de Cachi, pero vino aquí porque mi papá trabajaba en el ferrocarril (…) Cuando éramos chicos se separaron y mi padre se fue, dejando a mi mamá sola con mis cinco hermanos”. Fue entonces cuando surgió el emprendimiento que medio siglo después conserva Ema. “A ella se le ocurrió usar una pieza como hospedaje, y siempre hacía de comer, empanaditas, rosquetes, para los trabajadores mineros, y así siguió hasta que se compró su casita, y más adelante empezó con el servicio de catering”, narra.
“Hay gente que puede estar disconforme con algunas grandes empresas, más cuando nos dejan de lado, porque son nuestras tierras las que están usando, y nos piden permiso para usarlas, a nosotros, los originarios, se las brindamos, y colaboramos. Siempre y cuando sea responsable, se respeten nuestras creencias y no contaminen, porque aquí ni siquiera usamos descartables para la comida. No queremos perjudicar el medio ambiente ni de nuestra provincia ni de la Nación”, sentencia. Es la única de su familia que eligió quedarse en Olacapato, para no abandonar la herencia, y aunque implica mucho sacrificio, en cada frase denota la felicidad que siente al repuntar la vivienda que dejó su mamá.
La vida en las alturas
Juanito, el delegado de la localidad, nació y creció en Olacapato. En la entrevista que le realzara Infobae, se esfuerza por dejar en claro que siempre colaboran “con la gente que viene a trabajar, porque sabemos que quien viene necesita llevar el sostén a la casa, que detrás hay un chico que mantener, una familia, un hijo que estudia, y siempre estamos dispuestos a dar una mano porque todos nos merecemos una vida digna”, resalta.
Juancito escuchó relatos de una localidad jujeña que también se ubica a 4.100 metros de altura pero advierte que “hasta el momento Olacapato suele ser conocido como el pueblo más alto de nuestro país” y lo asocia a la condición de que estuvo habitado de forma ininterrumpida desde su fundación y que tuvo la estación del ferrocarril que lo conecto con el resto de la provincia y el país.
Desde hace 30 años Juanito trabaja en la central eléctrica, y sus vecinos lo eligieron para que fuese delegado, los mismos que homenajearon a su padre al ponerle su nombre a la plaza central. “Mi padre trabajó en la minería, y fue uno de los fundadores del pueblo junto a otras siete personas que hicieron la primaria, el puesto sanitario, la iglesia, la escuela de manualidades, todo ad honorem, y como queríamos rendirles tributo hicimos una encuesta cuando íbamos a inaugurar la plaza, y la gente eligió que se llame Tata Gorgo, como le decían a mi papá, que se llamaba Gorgonio Quipildor”, explica.
Su padre fue receptor municipal de Olacapato por varios años, y siempre le decía que “no quería que el pueblo quede tirado”, y le pedía que cuando él faltara, siguiera con esa misión. “Al principio, cuando era más joven a mí me gustaban mucho los vehículos, la ruta, otro tipo de vida, pero después entendí lo que me quiso decir, y soy su hijo, así que seguí su consejo, y conozco el departamento entero”, revela. Desde que empezó en su rol consiguieron un tractor para recolectar la basura; construyeron un centro digital para que los más chicos puedan tener un punto con internet; sumaron un playón deportivo con baños calefaccionados y duchas; e inauguraron la primera plaza central.
“Dar y ofrecer”, esa es siempre su respuesta. “Nunca se sabe cuándo vas a ser vos quien necesite, la vida da muchas vueltas y cuando te toca pasar algo malo, es la única forma de que alguien también colabore con vos, y hemos pasado en 2012 una tragedia grande”, revela. Y confiesa: “Tuvimos una crecida de ríos que se metió en el pueblo, se llevó varias casas y yo perdí a mi hija, que estaba embarazada y a tres de mis nietos; yo todo esas cosas las pasé, las sentí, y sé lo que es perder a un ser querido, o a tres al mismo tiempo, lo que es perder una familia; aquí me contuvieron, me ayudaron, y yo no puedo hacer más que devolverles eso”.