El trabajo de Joan Carles Fogo Vila analiza las obras de Gabriel Miró, Juan Chabás Martí y de Louis Aragon (1897-1982). El autor, como arquitecto que es, describe las casas natales y las viviendas donde estos autores residieron. (Raquel Espinosa)
En Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez Santiago Nasar sale de su casa a las 6:05 de la mañana para no volver allí vivo. Esta escena nos recuerda que dejar la casa es abandonar el cobijo, el lugar donde uno se refugia. Otros sucesos insisten en la casa como símbolo. El primero es la propuesta que Bayardo San Román le hace al viudo de Xius para comprar su quinta. Aunque el dueño le contesta que no está a la venta el otro insiste para que la venda con todo el mobiliario o vacía. Ante la insistencia, finalmente la operación se concreta pero el viudo muere dos meses después de pena pues en esa casa había sido feliz durante más de treinta años. El segundo suceso es el momento en que Plácida Linero ve a los hermanos Vicario que venían corriendo hacia la casa para matar a Santiago y cierra la puerta con tranca: No había visto a su hijo que, desde otro ángulo, corría para entrar a la casa. Si Santiago lo hubiera logrado probablemente se hubiera salvado, pero la tragedia se consuma y no habrá ya consuelo para la madre ni cobijo para el protagonista.
Partiendo de esta referencia podemos abordar la lectura del libro El edificio de la memoria. Su autor, Joan Carles Fogo Vila, es doctor arquitecto y ensayista catalán con numerosas publicaciones en ese género, Premio Nacional de Diseño en Cuba (2015) y Premio Rafael Alberti (2019). A sus dotes como escritor suma su humanismo, prueba de ello son las palabras que Carlos María Romero Sosa le dedica en el prólogo a la edición “Colección Sur” publicada en La Habana en 2015: “…es a la vez hombre de corazón y de gabinete. Un estudioso en grado erudito, que lejos de evadirse del mundo de la vida se integra en él”.
El edificio de la memoria está dedicado a Laura Gayán, “compañera desde los veinte años”. Es un detallado análisis de las obras de Gabriel Miró (1879-1930), de Juan Chabás Martí (1900-1954) y de Louis Aragon (1897-1982). El autor, como arquitecto que es, describe las casas natales y las sucesivas viviendas donde estos autores residieron con sus seres queridos. Fuera de los espacios familiares y como una prolongación o complemento de ellos aparecen la ciudad y el campo que se atisban desde ventanas o balcones, geografía que opera como un espejo para recorridos internos, los de la subjetividad, a través de los recuerdos. Los paisajes despiertan la sensibilidad y la exacerban. La contemplación lleva a evocar historias personales y sociales y muta en memoria y poesía. Alicante, Denia, Madrid, La Habana, París, Barcelona, el Mar Mediterráneo o El Caribe.
En las casas analizadas todas las habitaciones buscan la luz, el silencio, el deseado descanso y en todas ellas hay un lugar privilegiado, como es lógico suponer tratándose de escritores, para las bibliotecas. Lugar de recreación y de trabajo. Es de destacar, sin embargo, que los edificios que albergaban a los autores eran también lugares de descanso de aquellas labores u ocupaciones de las que no podían desentenderse: los trabajos burocráticos, los problemas y tragedias familiares, las guerras que los involucraron o las muertes prematuras que marcaron sus existencias. Diversas causas los alejaron en reiteradas oportunidades de sus paraísos, a los que como en el caso de Santiago Nasar, no pudieron ya volver.
De esos autores nos quedan sus miradas y sus palabras:
“¡Esos días en que la ciudad domina a los hombres que la crearon!… No se oye la voz humana. La ciudad se levanta pesada y enorme de un silencio que es un silencio de estruendo, de fuerza, de prisa…” (Gabriel Miró)
“Un espejo de agua en los ojos puros / de la ciudad, estaba / invirtiendo la imagen de las calles. / Las aceras calcaban la desnudez mojada de las cosas. / Y todos los paraguas / eran cúpulas buenas / para nuestras palabras”. (Juan Chabás Martí)
“En todas las habitaciones llega un día en que el hombre / en ellas se / Desuella vivo / En que cae de rodillas pide piedad / Balbucea y se vuelca como un vaso / Y sufre el espantoso suplicio del tiempo”. (Louis Aragon)
El ensayista ha leído y cita a Aristóteles, a Hipócrates, a Galeno, a San Agustín, a Rafael Alberti y los poetas a los que dedica su ensayo, a los más destacados representantes de la generación del 27, pero también a Luis Cernuda, a Carpentier, a Elena Garro, a Pablo Neruda y muchos otros escritores, pintores y ensayistas. Fogo Vila trabaja, como ellos, el tema de la arquitectura física con los mobiliarios, retratos y objetos que conforman los edificios que el hombre habita, pero, fundamentalmente, hace hincapié en “los espacios de la memoria”, allí donde habitan las personas más estimadas. En su libro el escritor catalán propone un recorrido por las trayectorias vitales de Miró, Chabas y Aragón a la vez que refleja su propia trayectoria. Nos recuerda que no entendemos plenamente episodios, momentos de nuestras vidas y personas que amamos hasta que no son revividos y contemplados por los recuerdos. Los ecos de los ausentes emergen para convocarnos; nos instan a consolidar las habitaciones de la memoria para seguir conviviendo con esas personas que tanto quisimos y que ya no están. Hay que acudir a la cita. Hagamos realidad los sueños. Ayudemos a Plácida Linero a destrabar la puerta para dejar entrar a su hijo y reescribamos finales que burlen para siempre las muertes anunciadas.