Alain Mimoun, nacido como Ali Mimoun Ould Kacha en El Telagh en 1921, fue un campeón olímpico francés de maratón. En 1985 se cruzó en un colectivo con quien esto escribe, episodio que deseo compartir. (Raquel Espinosa).
Varias veces campeón francés en los 5.000 m y 10.000m. Ostentó el récord de triunfos en el Cross de las Naciones: 1949,1952,1954 y 1956. Era rival de Zátopek, otro gran atleta y su amigo, con el que compitió en 1956 por un tiempo de final en las Olimpíadas de Melbourne. Tenía 35 años y su amigo 34, todo un acontecimiento porque los corredores como máximo llegaban a los 30 años. Mimoun ganó el evento soportando temperaturas que alcanzaban los 36°. Ganó su último campeonato nacional en 1966, veinte años después de su debut. En 2002, a los 81 años de edad, aún recorría una quincena de kilómetros diarios. Falleció el 27 de junio de 2013, a los 92 años. Era un héroe nacional en Francia con más de treinta gimnasios y estadios en Bugeat nombrados en su honor. Dos momentos de su vida ganaron mi atención. El primero refiere a su triunfo como campeón olímpico. Ese día él se había convertido en padre y llamó a su hija Olympia. Sabiéndose ya ganador, esperó a su amigo que había quedado en sexta posición y le dijo: “Emil, ¿por qué no me felicitas? Soy el campeón olímpico”. Dicen los biógrafos que entonces Mimoun y Zátopek se abrazaron. Para el ganador ese momento fue más valioso que su medalla de oro. Esta actitud que lleva al podio a la amistad como la verdadera galardonada resalta la condición de un deportista nato que, antes que nada, compite consigo mismo, sabe ponerse en la piel de aquel que no logró el éxito deseado y festeja lo mejor de la vida.
El segundo momento me involucra a mí personalmente y deseo compartir esta experiencia a pesar del tiempo transcurrido. Los hechos sucedieron un día de abril de 1985. Yo había viajado con mi abuela a París: Ella iba a reencontrarse con su hermana luego de 50 años en que estuvieron separadas y yo encantada de acompañarla. Ya en la ciudad, emprendimos un viaje en colectivo para ir al centro. Subimos y como había lugar nos sentamos en algunos asientos vacíos; pronto se completó el pasaje y muchos iban parados, entre ellos una señora mayor a la que cedí mi asiento como una lógica reacción. Entonces sentí que alguien me tocaba la espalda y al darme vuelta vi a un señor que comenzó a hablarme y a hacer algunos gestos que no comprendía. Fue en vano que le dijera que no hablaba francés y que no entendía sus palabras. Entonces mi prima que hizo de traductora comenzó a conversar con el hombre hasta que él sacó del bolsillo de su saco lo que creí una postal y escribió algo en ella y me la entregó a mí. Enseguida debimos bajarnos por lo que apenas lo saludé y seguimos con nuestra visita a pie. Mi prima luego me explicó que el señor estaba sorprendido gratamente con ese simple hecho de haber cedido el asiento a una persona mayor porque según dijo ya nadie lo hacía, menos la juventud. Me aclaró que este hombre era un ídolo en Francia y todas nos alegramos con ese grato encuentro. Aún atesoro su fotografía con la dedicatoria para mí, una extraña a la que le brindó un recuerdo extraordinario. Hoy quiero hacer un homenaje a él y a los valores que defendía: la amistad, la empatía, el deseo de superación, la sencillez y la camaradería.
En una época de grandes transformaciones como la que vivimos y de dudas sobre el futuro que nos espera, el deporte y otras actividades como pueden ser las relacionadas con las artes o las ciencias operan como un salvavidas para seguir adelante, aunque sea contra la corriente. Tengo amigas y compañeras que se dedican a correr, al senderismo o al baile. Yo elijo caminar. Está más acorde con mi personalidad y lo hago con el mismo placer que ellas y con el mismo deseo de hacer algo para beneficio propio, para seguir marchando por la vida, para ordenar las ideas, para elaborar algún proyecto nuevo y, lógicamente, para disfrutar del paisaje que nos protege. Haruki Murakami, autor del libro De qué hablo cuando hablo de correr, sintetiza este sentimiento magistralmente: “Mientras corro, tal vez piense en los ríos. Tal vez piense en las nubes. Pero, en sustancia, pienso en nada. Simplemente sigo corriendo en medio de ese silencio que añoraba, en medio de ese coqueto y artesanal vacío. Es realmente estupendo. Digan lo que digan.”
Este autor es escritor de novelas exitosas y de algunos ensayos como éste y como otro que está dedicado a la escritura: De qué hablo cuando hablo de escribir. Ambos tienen en común que el autor habla en su doble condición de escritor y de maratonista. De ambas profesiones rescata la necesidad de emprender acciones que nos satisfagan plenamente, aunque eso signifique cierta disciplina, tener objetivos claros y constancia en las acciones emprendidas. Todo es cuestión de tiempo y esfuerzo.
Haruki Murakami que antes atendía un local de jazz decidió dejar su trabajo en 1982 y se dedicó exclusivamente a escribir. En sus dos ocupaciones, la de escribir y la de correr, reconoce sus triunfos, pero también sus frustraciones, los dolores físicos y los provocados por ciertas críticas despiadadas. Emerge, sin embargo, en su discurso el deseo como el motor impulsor de su vida: “Un día sencillamente, empecé a escribir novelas porque me gustaba. Y otro día, sencillamente, empecé a correr porque me gustaba. Hasta ahora he vivido haciendo sencillamente lo que me gusta y como me gusta”.